EL BLOG SE PRESENTA...

EL BLOG SE PRESENTA...

Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 30 de diciembre de 2018

PARA APRENDER

Estando tan próximo el Año Nuevo, un tiempo en el que todos desean lo mejor para el tiempo que comienza, yo no voy a desear que el año que entra sea mejor que el que fenece. No, lo único que deseo para todos (y para mí el primero) es aprender, simplemente aprender, tanto de lo bueno como de lo malo.
 
Yendo yo una mañana en el autobús, de camino a mi trabajo, me fijé en el tatuaje que una chica llevaba en su brazo. Decía así: “un buen día te da felicidad, un mal día te da experiencia”. Y lo que se dice de un día, puede decirse de todo un año.
 
Pues ese es mi deseo para 2019: experiencia para saborear la vida.
 
Por este motivo me gustaría subir hoy a este navío una de esas mercancías que ayudan a elevar el ánimo, en especial cuando las cosas no van del todo bien y aunque te des de bruces contra el asfalto mil y una veces. Se trata de una canción del cantautor cristiano Álvaro Fraile, perteneciente a su disco SOL.FE.ANDO. En el video, el tema es interpretado junto a Migueli.
 
 
 
La solución no está en pasar la vida restaurando
todo lo que pudo o no haber sido y no sabrás
 
Que el problema nunca sea el resultado
si en cuanto hiciste pusiste tanto todo o más
 
Si se trata de brillar
que sea siempre para alumbrar
si se trata de seguir
mira el sol,
vuelve a salir
¿acaso alguna vez no ha sido así?
 
Caer para aprender
aprender a levantarse
levantarse para recuperar le fe
en un nuevo amanecer
 
El porvenir no puede estar en ir resolviendo
crucigramas, indecisiones,… sostenerse, aguantar o morir
 
La suerte acompaña si uno echa el resto,
no consiste tanto en acertar como en decidir
 
Si se trata de brillar
que sea siempre para alumbrar
si se trata de seguir
mira el sol,
vuelve a salir
¿acaso alguna vez no ha sido así?
 
Caer para aprender
aprender a levantarse
levantarse para recuperar la fe
en un nuevo amanecer
 
 


sábado, 22 de diciembre de 2018

LODO

Después de la publicación de la entrada “SILENCIO” del pasado 16 de diciembre, rebuscando entre mis archivos he encontrado este testimonio de Pablo d’Ors, que se encuentra en su libro “Biografía del silencio”, en el que habla de sus primeras incursiones en el mundo de la meditación, en las que no hizo “grandes descubrimientos”, ni tuvo profundas experiencias místicas. Sólo encontró lodo.
 
Pero incluso el lodo se asienta transcurrido el tiempo, permitiendo descubrir la claridad del agua.
 
En estas líneas que hoy transcribo no puedo dejar de sentirme plenamente reflejado y me trasmiten la esperanza que necesito para seguir manteniéndome en este sendero.
 
Durante el primer año, estuve muy inquieto cuando me sentaba a meditar: me dolían las dorsales, el pecho, las piernas... A decir verdad, me dolía casi todo. Pronto me di cuenta, sin embargo, de que prácticamente no había un instante en que no me doliera alguna parte del cuerpo; era solo que cuando me sentaba a meditar me hacía consciente de ese dolor. Tomé entonces el hábito de formularme algunas preguntas tales como: ¿qué me duele?, ¿cómo me duele? Y, mientras me preguntaba esto e intentaba responderme, lo cierto era que el dolor desaparecía o, sencillamente, cambiaba de lugar. No tardé en extraer de esto una conclusión: la pura observación es transformadora; como diría Simone Weil -a quien empecé a leer en aquella época-, no hay arma más eficaz que la atención.
 
 
La inquietud mental, que fue lo que percibí justo después de las molestias físicas, no fue para mí una batalla menor o un obstáculo más soportable. Al contrario: un aburrimiento infinito me acechaba en muchas de mis sentadas, como empecé entonces a llamarlas. Me atormentaba quedar atrapado en alguna idea obsesiva, que no acertaba a erradicar; o en algún recuerdo desagradable, que persistía en presentarse precisamente durante la meditación. Yo respiraba armónicamente, pero mi mente era bombardeada con algún deseo incumplido, con la culpa ante alguno de mis múltiples fallos o con mis recurrentes miedos, que solían presentarse cada vez con nuevos disfraces. De todo esto huía yo con bastante torpeza: acortando los períodos de meditación, por ejemplo, o rascándome compulsivamente el cuello o la nariz -donde con frecuencia se concentraba un irritante picor-; también imaginando escenas que podrían haber sucedido -pues soy muy fantasioso-, componiendo frases para textos futuros -dado que soy escritor-, elaborando listas de tareas pendientes; recordando episodios de la jornada; ensoñando el día de mañana... ¿Debo continuar? Comprobé que quedarse en silencio con uno mismo es mucho más difícil de lo que, antes de intentarlo, había sospechado. No tardé en extraer de aquí una nueva conclusión: para mí resultaba casi insoportable estar conmigo mismo, motivo por el que escapaba permanentemente de mí. Este dictamen me llevó a la certeza de que, por amplios y rigurosos que hubieran sido los análisis que yo había hecho de mi conciencia durante mi década de formación universitaria, esa conciencia mía seguía siendo, después de todo, un territorio poco frecuentado.
 
La sensación era la de quien revuelve en el lodo. Tenía que pasar algún tiempo hasta que el barro se fuera posando y el agua empezase a estar más clara. Pero soy voluntarioso, como ya he dicho y, con el paso de los meses, supe que cuando el agua se aclara, empieza a poblarse de plantas y peces. Supe también, con más tiempo y determinación aún, que esa flora y fauna interiores se enriquecen cuanto más se observan. Y ahora, cuando escribo este testimonio, estoy maravillado de cómo podía haber tanto fango donde ahora descubro una vida tan variada y exuberante.
 
Fuente: Pablo d'Ors, Biografía del silencio. Siruela, Madrid 2017, p. 13-15.
 
 

domingo, 16 de diciembre de 2018

SILENCIO

Hace poco tiempo que estoy iniciándome en eso de “hacer silencio” por medio de la meditación. Durante mucho tiempo he creído (como sospecho que lo han hecho muchos otros igual que yo) que eso de la hacer silencio consistía en dejar la mente vacía, sin pensamiento alguno. ¡Nada más lejos de la realidad!
 
En el brevísimo espacio de tiempo que llevo explorando eso de la meditación, he aprendido una lección bastante valiosa: el silencio es aquel estado en el cual soy capaz de oír aquellos sonidos (externos, pero también internos) que, en un ambiente más ruidoso, he sido incapaz de percibir antes. Un amigo mío, que es invidente, tiene una imagen del silencio muy sugerente. Cuando entra en un ambiente silencioso sus oídos captan un molesto pitido, eso que los expertos conocen como “acufenos”. Me parece (insisto) una imagen muy interesante, ya que los acufenos (que están siempre presentes) se perciben con mayor fuerza cuanto menos ruido ambiental tenemos entorno nuestro. Lo que sucede es algo muy simple: el ruido ambiente oculta aquellos ruidos interiores.
 
De una forma análoga, el silencio interior no sería simplemente un estado, sino más bien un medio para poder escuchar mejor aquello que no solemos escuchar habitualmente. Así, cuanta más calidad tenga nuestro silencio interior, mayor será la capacidad para distinguir lo que bulle en mí interior (e incluso lo que bulle en el interior de los otros).
 
 
Una historia cuenta:
 
Un discípulo, antes de ser reconocido como tal por su maestro, fue enviado a la montaña para aprender a escuchar la naturaleza. Al cabo de un de un tiempo, volvió para dar cuenta al maestro de lo que había percibido.
- He oído el piar de los pájaros, el aullido del perro, el ruido del trueno…
- No, le dijo el maestro, vuelve otra vez a la montaña. Aún no estás preparado. Por segunda vez dio cuenta al maestro de lo que había percibido.
- He oído el rumor de las hojas al ser mecidas por el viento, el cantar del agua en el río, el lamento de una cría sola en el nido…
- No, le dijo de nuevo el maestro, aún no. Vuelve de nuevo a la naturaleza y escúchala. Por fin, un día…
- He oído el bullir de la vida que irradiaba del sol, el quejido de las hojas al ser holladas, el latido de la savia que ascendía por el tallo, el temblor de los pétalos al abrirse acariciados por la luz…
- Ahora sí. Ven, porque has escuchado lo que no se oye.
 
Hace poco, releyendo el libro “Sadhana”, del jesuita Anthony de Mello, encontré estas palabras con las que comienza el primer capítulo:
 
«El silencio es la gran revelación», dijo Lao-tse. Estamos acostumbrados a considerar la Escritura como la revelación de Dios. Y así es. Con todo, quisiera que, en este momento, descubrierais la revelación que aporta el silencio. Para recibir la revelación de la Escritura tenéis que aproximaros a ella; para captar la revelación del Silencio, debéis primero lograr silencio. Y ésta no es tarea sencilla.
 
Tony de Mello proponía un sencillo ejercicio: busque una postura cómoda, cierre los ojos y guarde silencio durante diez minutos, intentando que dicho silencio sea el silencio más total, tanto de corazón como de mente. Este silencio, una vez conseguido, nos abrirá a la revelación que trae consigo. Al llegar al final de esos diez minutos, si nos detenemos a reflexionar sobre lo que hemos hecho y experimentado en este tiempo, unos descubriremos que somos incapaces de acallar ni tan siquiera un instante el incesante flujo de pensamientos y emociones en nuestra mente. Otros sentirán pánico de ese silencio porque no les gusta enfrentarse a lo que se encuentran.
 
Tras hacer este ejercicio, mi experiencia personal podría catalogarse como “desalentadora”. Soy de los que son incapaces de contener totalmente su mente. No dejan de irrumpirme pensamientos, planes para el día de hoy, cosas que no debo olvidar hacer mañana, imágenes de mi pasado o cualquier tipo de estúpida preocupación (interesante palabra, “pre-ocupación”, que hace referencia a esa extraña capacidad mental de ocuparse de los problemas antes de que estos puedan presentarse en nuestras vidas).
 
Por esa razón, he terminado aceptando que el “silencio” es otra cosa y, visto de esa manera, es más revelador. El jesuita da una palabra de aliento:
 
…no existe motivo para desanimarse. Incluso esos pensamientos alocados pueden ser una revelación. ¿No es una revelación sobre ti mismo el hecho de que tu mente divague? Pero no basta con saberlo. Debes detenerte y experimentar ese vagabundeo. El tipo de dispersión en que tu mente se sumerge, ¿no es acaso revelador?
En este proceso hay algo que puede animarte: el hecho de que hayas podido ser consciente de tu dispersión mental, tu agitación interior o tu incapacidad de lograr silencio, demuestra que tienes dentro de ti al menos un pequeño grado de silencio, el grado de silencio suficiente para caer en la cuenta de todo esto.
 
Pues sí, Tony de Mello tenía razón. En efecto, todo lo que acude a mi mente cuando intento hacer silencio ¡resulta una gran revelación! Y no se trata de la revelación de algo sensacional, no es ninguna luz sobrenatural, ni tampoco se siente una inspiración divina. Se trata de la simple observación de lo que acaece.
 
Fuentes: José Carlos Bermejo, Regálame la salud de un cuento. Sal Terrae, Santander, 2004. También: Antonio de Mello, Sadhana, un camino de oración. Sal Terrae, Santander, 1990.
 

sábado, 8 de diciembre de 2018

EL LUGAR MÁS DESPOBLADO DEL PLANETA.

¿Sabe usted cuál es el lugar más despoblado del planeta? Esta es la pregunta que me hicieron hace unos días en una conferencia. La respuesta es muy sencilla: AQUÍ Y AHORA.
 
Si, señoras y señores, el lugar más despoblado del planeta es el instante presente, el aquí y el ahora. Y es cierto. Pasamos todo el tiempo proyectando y planificando lo que vamos a hacer, qué deseamos para mañana o dentro de un año o qué cosas tememos que nos ocurran en el futuro. De igual manera, añoramos lo que ya no tenemos, lo que hemos vivido, no perdonamos las ofensas pasadas o nos sentimos culpables por lo que hicimos o por lo que dejamos de hacer. Al final, pasamos todo el tiempo en el pasado (que ya se ha ido) o en el futuro (que todavía no ha llegado), mientras que el instante presente, el único momento que realmente existe, se deja sin vivir.
 
Ahora acude a mi memoria un mantra que Thich Nhat Hanh recita en su libro “Miedo, vivir en el presente para superar nuestros temores” (editorial Kairós). Dice así:
 
Ya he llegado, estoy en casa
aquí y ahora.
 
Mientras me quedo recitándolo, voy a dejarles con la lectura de una conocida historia zen que traduce bastante bien lo que he dicho arriba.
 
En cierta ocasión le preguntaron a un hombre experimentado en meditación por qué podía mantenerse siempre tan concentrado a pesar de sus muchas ocupaciones.
Respondió: “Cuando estoy de pie, estoy de pie. Cuando ando, ando. Cuando estoy sentado, estoy sentado. Cuando como, como”.
Quienes le habían preguntado tomaron de nuevo la palabra y le respondieron: “Eso hacemos también nosotros, pero ¿qué haces tú además?”.
Él les replicó: “No. Cuando vosotros estáis sentados, ya estáis de pie. Cuando estáis de pie, ya estáis corriendo. Cuando corréis, ya estáis en la meta”.
 
 

domingo, 2 de diciembre de 2018

ESTATUAS

Esta tarde no tengo ganas de escribir. Por ese motivo voy a colgar unas divertidas fotos que he recibido recientemente a través de una de esas conocidas redes sociales. Hace falta mucha imaginación para realizar estas composiciones y, sinceramente me parecen una genialidad.
 





 
















 

sábado, 24 de noviembre de 2018

CONSIDERACIÓN

Al hilo de las últimas publicaciones de este blog, me viene a la mente un inconveniente (el más lógico, por supuesto). En la actividad frenética en la que me veo envuelto una y otra vez, un día detrás de otro, es complicado ser capaz de detenerme a escuchar “lo que soy”. ¿Cuántas veces me permito descansar de preocupaciones? Siempre me obligo a ser fuerte, a rendir más y mejor, a ser más eficiente. Y cuando tengo un poco de tiempo libre, siempre acabo enredado por otras “prioridades”: las tareas domésticas, las obligaciones familiares, mi formación con cursos de actualización, mis espacios para el ocio, para el deporte o para el sueño reparador de fuerzas. Parezco un niño con una agenda repleta de actividades extraescolares. ¿Dónde dejo espacio a las necesidades de mi interior?
 
En la tradición cristiana hay textos que debieran considerarse “preceptivos”, en especial por lo saludables de pueden resultar. Nunca comprenderé como en la tradición religiosa en la que he crecido no se haya tenido en cuenta algo tan elemental: saber detenerse y contemplar el interior, ese lugar donde brotan las ilusiones y esperanzas, los odios, las culpas, los miedos..., quizá porque era más importante ser voceros de Dios para construir su Reino, para juzgar a los impíos o para erradicar el error desde el anatema.
 
A mi memoria acuden ahora fragmentos del Evangelio en los que se presenta a un Jesús que se retiraba a lugares sin gentes ni ruidos para poder orar: “Pero él se apartaba a lugares desiertos, y oraba…” (Lc 5, 16; Mc 6, 46); también frases de un Jesús que hablaba de la intimidad: “… porque el Reino de Dios está dentro de vosotros” (según algunas traducciones de Lc 17, 21). Tengo en el recuerdo la imagen de una iglesia de Madrid en cuyo frontis, justo encima de la entrada al templo, figura esas palabras de Mt 11, 28-30: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…”.
 
Si alguien conoce la Biblia mejor que yo, podrá citar más textos que hablen de esta conducta tan saludable, pero tan poco practicada por muchos de los creyentes que conozco: detenerse, sosegarse, mirar adentro, tolerarse y aprender a perdonarse… para ser capaces de cambiar la mirada.
 
Hoy me gustaría traer a este barco una de esas ricas (y saludables) mercaderías que habla precisamente del “mandamiento” de la tregua, el reposo y la vacación: ese momento para respirar en profundidad y escuchar los propios adentros. Se trata de un fragmento del primer capítulo del tratado de las Consideraciones de san Bernardo de Claraval. Este padre de la orden cisterciense escribió estas líneas al entonces Papa Eugenio III, antiguo monje del monasterio de Claraval y discípulo del propio Bernardo.
 
En un lenguaje que brota de la confianza que un maestro puede tener con su pupilo o el de un padre con su hijo, San Bernardo mezcla en este tratado dirigido al pontífice romano afecto y firmeza (a veces dureza). Sin embargo, hoy quiero subir a este navío un fragmento perteneciente al primer capítulo de este tratado: una invitación a la consideración de uno mismo.
 
 
¿Por dónde comenzaría yo? Me decido a hacerlo por tus ocupaciones, pues son ellas las que más me mueven a condolerme contigo. Digo condolerme, en el caso de que a ti también te duelan. Si no es así, te diría que me apenan; pues no puede hablarse de condolencia cuando el otro no siente el mismo dolor. Por tanto, si te duelen me conduelo; y si no, siento aún mayor pena, porque un miembro insensibilizado difícilmente podrá recuperarse; no hay enfermedad tan peligrosa como la de no sentirse enfermo. Pero a mí ni se me ocurre pensar eso de ti.
 
Sé con qué gusto saboreabas hasta hace muy poco las delicias de tu dulce soledad. No puedes prescindir tan pronto de ellas. Es imposible que ya no lamentes su pérdida tan reciente. Una herida aún fresca duele muchísimo. Y no es posible que se haya encallecido la tuya tan pronto, ni te creo capaz de haberte insensibilizado en tan poco tiempo…
 
No te fíes demasiado del disgusto que ahora sientes. Nada hay tan arraigado en el ánimo que no pierda su fuerza con la negligencia y el paso del tiempo. La callosidad termina encubriendo una herida vieja ya olvidada; por eso se hace más difícil de curar cuanto menos duele… ¿Hay algo que no consiga cambiar la fuerza de la costumbre? La rutina nos relaja. Nada resiste la repetición asidua. Cuántos, debido a la inercia del hábito, han conseguido encontrar agradable lo que antes aborrecían por resultarles amargo.
 
En una palabra: es lo que siempre me temí de ti y lo temo ahora: que por haber diferido el remedio, al no poder soportar más el dolor, llegues desesperado, a abandonarte al peligro de forma irremediable. Tengo miedo, te lo confieso, de que en medio de tus ocupaciones, que son tantas, por no poder esperar que lleguen nunca a su fin, acabes por endurecerte tú mismo y lentamente pierdas la sensibilidad de un dolor tan justificado y saludable.
 
Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras. ¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Si no te has estremecido ya, es que tu corazón ha llegado a ella. Corazón duro es simplemente aquel que no se espanta de sí mismo, porque ni lo advierte. No me hagas más preguntas. Ningún corazón duro llegó jamás a salvarse, a no ser que Dios, en su misericordia, lo convierta en un corazón de carne. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda con la compasión ni se conmueve en la oración… Es de corazón duro el hombre que del pasado sólo recuerda las injurias que le hicieron… En una palabra: es de corazón duro el que ni teme a Dios ni respeta al hombre.
 
Hasta este extremo pueden llevarte esas malditas ocupaciones si, tal como empezaste, siguen absorbiéndote por entero sin reservarte nada para ti mismo. Pierdes el tiempo; te diría que te agotas en un trabajo insensato con unas ocupaciones que no son sino tormento del espíritu, enervamiento del alma y pérdida de la gracia. El fruto de tantos afanes, ¿no se reducirá a puras telas de araña?...
 
¿Qué puedo hacer?, me dices. Abstenerte de esas ocupaciones. Acaso me responderás: Imposible; más fácil me resultaría renunciar a la Sede Apostólica. Precisamente eso sería lo más acertado si yo te exhortara a romper con ellas y no a interrumpirlas.
 
Escucha mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo dedicas a las actividades y no reservas nada para la meditación ¿podría felicitarte? Creo que no podrá hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: “el que modera su actividad se hará sabio”. Porque incluso las mismas ocupaciones saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la meditación. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando al que se hizo Todo para todos, alabo tu bondad, a condición de que sea plena. Pero ¿cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes a ti mismo de ella? Tú también eres un ser humano. Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno, que abarca a todos los hombres, debe acogerte también a ti. Ya que todos te poseen, sé tú mismo uno de los que disponen de ti.
 
¿Por qué has de ser el único en no beneficiarte de tu propio oficio? ¿Cuándo, por fin, vas a darte audiencia a ti mismo entre tantos a quienes acoges? Te debes a sabios y a necios, ¿y te rechazas sólo a ti mismo? El temerario y el sabio, el esclavo y el libre, el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el anciano y el joven, el clérigo y el laico, el justo y el impío, todos disponen de ti por igual, todos beben en tu corazón como en una fuente pública, ¿y te quedas tú solo con sed? Si es maldito el que dilapida su herencia ¿qué será del que se queda sin él mismo?
 
En definitiva, el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo que siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos, vuélvete hacia ti mismo. Aunque sea como a los demás, o siquiera después de los demás, sírvete a ti mismo.
 
 

lunes, 19 de noviembre de 2018

LO QUE ES

Hemos aprendido desde muy pequeños que los problemas deben de ser resueltos. Una pregunta conlleva necesariamente una respuesta. Se nos ha enseñado también que, para resolver cualquier problema, se debe efectuar un análisis de sus variables, destripando sus componentes, estudiándolo concienzudamente. En definitiva, todo problema tiene solución después de analizarlo y reflexionarlo largamente (creo que eso de “consultar con la almohada” tiene algo que ver con este asunto).
 
Sin embargo, en las últimas publicaciones que he subido a este blog, Krishnamurti nos viene sugiriendo que el simple uso de la reflexión, del análisis, del pensamiento, nunca nos llevará a una solución del problema en profundidad, ya que nuestro pensar es parcial, sesgado y siempre está condicionado por nuestro estado de ánimo, por nuestro entorno, por nuestras creencias o nuestros prejuicios. Hoy me gustaría continuar (y concluir) con la transcripción de una de sus charlas públicas, impartida en febrero de 1960 en Nueva Delhi.
 
K. plantea como primer paso la comprensión de nuestros propios procesos de pensamiento. Pero prefiero dejar hablar al pensador hindú:
 
Primero simplemente traten de ver el problema, no pregunten cuál es la respuesta, la solución. Estamos condicionados, es un hecho, y cualquier pensamiento que quiera comprender este condicionamiento será siempre parcial; por consiguiente, nunca habrá comprensión total, y tan sólo en la comprensión total del proceso completo del pensamiento hay libertad. El problema es que siempre funcionamos dentro del campo de la mente, que es el instrumento del pensamiento, ya sea de forma razonable o irrazonable, y, como hemos visto, el pensamiento siempre es parcial. Siento repetir tanto esta palabra, pero seguimos creyendo que el pensamiento resolverá todos nuestros problemas, y me pregunto si eso es así.
Para mí, la mente es algo global, incluye el intelecto, las emociones, la capacidad de observar, de distinguir, y es ese centro del pensamiento que dice: «Seré», «No seré», también es el deseo, la realización, es todo, no es el intelecto separado de las emociones. Utilizamos el pensamiento como medio para resolver nuestros problemas, pero el pensamiento no es el medio para resolver ninguno de nuestros problemas, porque el pensamiento es la respuesta de la memoria y la memoria es el resultado del conocimiento acumulado como experiencia (…).
 
Según esto, lo que pensamos es fruto de lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida, es una acumulación de lo que nuestro entorno ha grabado en nuestras cabezas (a veces con fuego). Sin embargo, Krishnamurti apunta hacia un dato esencial: nos vivimos como seres en contradicción. Esta es una experiencia cotidiana. Por un lado deseamos hacer el bien (nos han dicho que eso es lo correcto), pero por otro actuamos con cierto grado de maldad. Deseamos ser capaces de amar apasionadamente (y a veces lo hacemos), pero al mismo tiempo podemos odiar con el mismo apasionamiento. Nos juzgamos continuamente al compararnos con un determinado modelo, un ideal que adquirimos de nuestra familia, de nuestro entorno social o de nuestra tradición cultural. Al final, nos transformamos en un problema para nosotros mismos y nuestro pensamiento, una forma de pensar (recordémoslo una vez más) sesgada, condicionada, que no nos ayuda a salir de esta contradicción.
 
Krishnamurti lo expresa con estas palabras:
 
Estoy dominado por la ambición, el ansia de poder, de posición, de prestigio, y también siento que debo saber lo que es el amor, de manera que estoy en un estado de contradicción. Un hombre que busca poder, posición y prestigio no conoce el amor aunque hable sobre ello, esas dos partes no se pueden integrar por mucho que uno lo desee; amor y poder no pueden ir de la mano. Así, pues, ¿qué puede hacer la mente? Como vemos, el pensamiento tan sólo genera más contradicción, más desdicha; por consiguiente, ¿puede la mente darse cuenta de este problema sin introducir el pensamiento? ¿Lo entienden o les suena a chino?
 
Es en este punto en el que K. plantea una clave que raramente nos gusta considerar: ¿y qué ocurre si el problema no tiene ninguna solución? Esto es así en muchas ocasiones, pero este punto es el extremo final, un punto en el cual sólo nos queda aceptar los hechos puros, sin necesidad de seguir analizándolos para hallar una salida. Así lo explica el pensador:
 
Si me permiten, señores, lo expondré de forma diferente. ¿Alguna vez les ha sucedido, estoy seguro de que sí, que de pronto perciben algo y en ese momento de percepción desaparecen todos los problemas? Justo en ese instante que se percibe el problema, el problema cesa por completo […] Cuando tiene un problema piensa en él, lucha y se preocupa, utiliza todos los recursos posibles dentro de los límites del pensamiento para solucionarlo, pero finalmente dice: «No puedo hacer nada más». No hay nadie que pueda ayudarle a solucionarlo, ningún gurú, ningún libro, está solo con el problema y no encuentra solución. Una vez que ha investigado el problema hasta donde ha sido capaz, lo suelta, su mente deja de preocuparse, de luchar, ya no dice: «Debo encontrar una respuesta»; por tanto, se queda en silencio, ¿no es así?, y en ese silencio surge la respuesta. ¿No les ha sucedido esto alguna vez?
No es algo fuera de lo común, les sucede a los grandes matemáticos, científicos, la gente lo experimenta ocasionalmente en su vida diaria, pero ¿cuál es su significado? La mente ha utilizado toda su capacidad de pensar, ha llegado al límite del pensamiento sin haber encontrado respuesta, por eso se queda en silencio. No se trata de cansancio o de fatiga, ni porque diga: «Permaneceré en silencio, así lograré la respuesta», sino porque después de haber intentado todo lo posible para encontrar una respuesta, la mente de forma espontánea se queda en silencio, hay un darse cuenta sin elección, sin ninguna exigencia, un darse cuenta en el cual no hay ansiedad, y entonces, en ese estado la mente percibe, y esa percepción es la única que puede resolver todos nuestros problemas.
 
La clave parece radicar en algo muy simple (quizá demasiado), pero (sin que sepamos por qué) nunca es considerado en primera instancia: simplemente observar. En eso consiste lo que K. denomina “darse cuenta sin elección, sin exigencia”: observar y observarse sin exigir ni exigirse un cambio. Reconocer “lo que es”, sin desear transformarlo desde el primer instante en otra cosa distinta.

Todo pensamiento es limitado porque pensar es la respuesta de la memoria: memoria como experiencia, como acumulación de conocimientos, lo cual es mecánico, y al ser mecánico el pensar no puede resolver nuestros problemas. Sin embargo, no significa que debamos dejar de pensar, sino que se requiere un factor totalmente nuevo. Hemos intentado diversos métodos y sistemas, diversos caminos [...] y todos han fallado; el hombre sigue sufriendo, sigue buscando a tientas, busca desde la tortura, desde la desesperación y, al parecer su sufrimiento no termina. De modo que debe aparecer un factor totalmente nuevo que no dependa de la mente, ¿entienden?
Miren, señores, la mayoría somos personas mezquinas, con mentes muy superficiales, y todo pensar que nace de una mente estrecha y superficial tan sólo puede generar mayor desdicha. Una mente superficial no puede profundizar en sí misma, siempre será superficial, mezquina y envidiosa. Lo único que puede hacer es darse cuenta de que es superficial, sin pretender hacer ningún esfuerzo para modificarlo. Cuando la mente ve que está condicionada, entonces deja de intentar cambiar ese condicionamiento […], y por tanto, permanece en ese estado de percepción, percibiendo 'lo que es'.
Pero, generalmente, ¿qué sucede? Como es envidiosa, la mente usa el pensamiento para librarse de la envidia y así es como crea su opuesto, la no-envidia; sin embargo, sigue siendo parte del pensamiento. Ahora bien, si la mente percibe el estado real de la envidia sin condenarla ni aceptarla, sin introducir el deseo de cambiar, entonces permanece en ese estado de percepción, y esa misma percepción genera un nuevo movimiento, un nuevo factor, una cualidad del ser completamente diferente.
 
Cuando el problema soy “yo mismo”, la solución no pasará por pensar de qué manera puedo cambiarme. No se trata de concebir las estrategias para adquirir un “estado ideal”, no se trata de alcanzar un “yo ideal”. De lo que se trata es de percibir “lo que es” en mí, de hacerme consciente de todo ello, de un pensamiento plagado de condicionamientos (ideas, creencias, juicios, conclusiones previas, etc.) para luego tomar también conciencia de “lo que es” fuera de mí. Sólo desde esa percepción puedo generar una dinámica distinta, dando pie a una creatividad que brota de la auténtica libertad.
 
K. concluye con estas magníficas palabras:
 
Como saben, señores, las palabras, las explicaciones, los símbolos... son una cosa, y 'ser' es algo enteramente distinto. Aquí no estamos interesados en palabras, nos interesa 'ser', ser lo que realmente somos, y no soñar que somos entidades espirituales, el 'Atman' y todas esas tonterías, que siguen estando dentro del campo del pensamiento y, por consiguiente, son parciales.
Lo importante es ser lo que uno es, un envidioso, percibirlo totalmente, pero sólo es posible percibirlo completamente cuando no interfiere ningún movimiento del pensamiento. La mente es el movimiento del pensar, pero también es ese estado en el cual puede percibir completamente sin ninguna interferencia del pensamiento. Únicamente ese estado de percepción puede generar un cambio radical en nuestra forma de pensar...
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 20-23.

sábado, 10 de noviembre de 2018

MECANISMOS

Hoy voy a comenzar con una clase de psicología barata (que me disculpen los expertos en la materia por el intrusismo).
 
A lo largo de nuestra vida, nos vamos encontrando con situaciones más o menos conflictivas, situaciones que a veces pueden suponer un problema y ante las cuales debemos dar una respuesta. La primera reacción ante dichos problemas suele ser emocional (algunos dirían “visceral”). Es la menos elaborada, la más primaria, aunque es también la más rápida. En algunos casos, este mecanismo tiende a ver los problemas como amenazas a la integridad física y genera una respuesta intensa, bien en forma de ataque, bien en forma de huida.
 
Este mecanismo es fisiológico y heredado de nuestros ancestros los reptiles y está ubicado en áreas de nuestro cerebro estrechamente relacionadas con la memoria. Por ejemplo, un sabor o un aroma que nos evoca un recuerdo del pasado genera en nosotros un impacto emocional; una mirada fulminante puede hacernos temblar porque nos recuerda la mirada de la madre o del padre cuando se enfadaban.
 
Los humanos empleamos este mecanismo no sólo cuando estamos ante una agresión a la integridad física, sino también a la autoimagen o a la cosmovisión, esa forma que el ser humano tiene de ver y entender el mundo que le rodea. Cuando tiembla nuestro universo de valores, creencias o principios, una primera reacción suele ser de rabia o miedo.
 
Hay un segundo mecanismo de respuesta constituido por las soluciones ensayadas o puestas en práctica y que nos han funcionado, más o menos, cuando nos hemos enfrentado al problema. Este conjunto de soluciones, si nos ha servido una vez, tenderemos a repetirlas en el futuro ante situaciones semejantes. Conozco a una psicóloga que suele decir: “las conductas del pasado predicen las futuras conductas”, o sea en situaciones semejantes, en situaciones potencialmente conflictivas, las conductas empleadas en el pasado tenderán a repetirse en el futuro.
 
Las soluciones practicadas exitosamente con anterioridad no sólo volverán a ponerse en práctica con mayor probabilidad en el futuro, sino que podrán ser transmitidas de generación en generación mediante la educación. ¿Cuántos de nosotros no hemos corregido alguna vez a nuestros hijos usando frases que escuchábamos a nuestros padres (incluso las que no nos gustaban)? Al final, analizamos y nos enfrentamos a nuestro entorno memorizando fórmulas y estrategias de resolución puestas en práctica por nosotros mismos o por otros.
 
Resumiendo: en el futuro, ante la aparición de un nuevo problema, emplearemos bien la reacción emocional, bien la información aprendida de nuestro entorno familiar o cultural, bien los conocimientos acumulados por medio del ensayo-error a lo largo de la vida o bien una combinación de todo o parte de lo anterior. El objetivo de todo esto es conseguir soluciones adecuadas con el máximo ahorro posible de energía cerebral. De esta manera, el pensamiento, la herramienta que empleamos para la resolución de los problemas, se termina alimentando en cierto modo de la memoria.
 
El resultado es que vivimos y nos enfrentamos al mundo desde el condicionamiento. Nuestro pensamiento está limitado por los prejuicios personales heredados de nuestros padres, por la cultura en la que crecemos, por los periódicos que leemos, por las presiones e influencias de la vida cotidiana e incluso por el simple instinto de supervivencia. Lo que creemos un pensamiento libre termina siendo un pensamiento controlado por un inconsciente fabricado de instintos y pautas sociales que acaba decidiendo por nosotros.
 
Indudablemente un neurobiólogo o un psicólogo explicarían infinitamente mejor todo esto, corrigiendo las barbaridades que haya podido decir. La experiencia cotidiana nos muestra que las cosas son (más o menos) como las acabo de describir. Este ha sido simplemente el intento de un aficionado para explicar algo demasiado complejo. Cuando alguien me dice una palabra malsonante, supongo que es un ataque personal, exploto y no consiento que nadie me falte al respeto (de pequeño me enseñaron que no debía permitir que nadie lo hiciera). Cuando se me acerca alguien de una determinada etnia, mis pensamientos se disparan imaginando que viene a robarme (como suelen hacer las gentes de esa raza, ¿no es así como me lo cuentan las redes sociales?). Si veo en la televisión un bote neumático cargado de inmigrantes subsaharianos, enseguida me rasgo las vestiduras y digo: “¡vienen a tomar lo que, por derecho, siempre ha sido nuestro!” (porque está claro que sólo yo y los míos tenemos derecho a ciertas cosas que nos pertenecen).
 
La conclusión no es muy esperanzadora: nuestro pensar y actuar nunca son absolutamente libres. Nuestra “libertad” es un rehén de los condicionamientos, de la memoria y del prejuicio.
 
En una charla pública impartida por Jiddu Krishamurti en Nueva Delhi en febrero de 1960, el pensador explicaba cómo aprendemos a enfrentarnos al mundo y a resolver los problemas desde un pensamiento siempre condicionado, sesgado y, en definitiva, parcial. Sin embargo, el propio K. nos sugiere una salida, una nueva forma de aprendizaje que vaya a la auténtica raíz de muchos de los problemas.
 
 
Todo pensamiento es parcial, nunca puede ser global. El pensamiento es una respuesta de la memoria y la memoria siempre es parcial, porque es resultado de la experiencia, el pensamiento es la reacción de una mente condicionada por la experiencia. Todo pensar, toda experiencia, todo conocimiento, son inevitablemente parciales, de ahí que el pensamiento no pueda resolver nuestros numerosos problemas. Uno puede razonar lógicamente y con cordura acerca de esos innumerables problemas, pero si observa su propia mente verá que el pensar está condicionado por las circunstancias, por la cultura en la que ha nacido, por los alimentos que come, por el clima, por los periódicos que lee, por las presiones e influencias de su vida cotidiana. Está condicionado como comunista, socialista, hindú, católico, o lo que sea; está condicionado a creer o a no creer y como la mente está condicionada por su creencia o no-creencia, su conocimiento, su experiencia, todo pensamiento es parcial, no existe un solo pensamiento libre.
 
Así que debemos comprender muy claramente que nuestro pensar es una respuesta de la memoria y la memoria es mecánica. El conocimiento siempre es incompleto y todo pensamiento nacido del conocimiento es limitado y parcial, nunca libre, por eso no existe un pensamiento libre. Sin embargo, es posible empezar a descubrir una libertad que no depende del proceso del pensamiento, y en la cual la mente simplemente se da cuenta de todos los conflictos e influencias que inciden en ella.
 
¿Qué entendemos por “aprender”? Cuando uno se limita a acumular conocimientos e información, ¿es eso aprender? Esa es tan sólo una forma de aprendizaje, ¿verdad? Si uno estudia ingeniería, matemáticas, etc., empieza a aprender, se informa acerca de esa materia, acumula conocimientos para poder utilizar esos conocimientos de forma práctica, pero ese aprender es acumulativo, aditivo. Ahora bien, cuando la mente se limita a acumular, a añadir, a adquirir, ¿está aprendiendo o aprender es por completo diferente? A mi entender, el proceso de añadir que llamamos “aprender” no es aprender en absoluto, sólo consiste en ejercitar la memoria que se vuelve mecánica. Una mente que funciona mecánicamente como una máquina no es capaz de aprender; la máquina nunca será capaz de aprender, salvo en el sentido de añadir. Estoy tratando de mostrarles que aprender es algo completamente diferente.
 
Una mente que aprende nunca dice: "Ya lo sé", porque el conocimiento siempre es parcial, mientras que el aprender es siempre completo. Aprender no consiste en empezar con cierta cantidad de conocimientos e ir añadiendo más conocimientos, eso no es realmente aprender sólo es un simple proceso mecánico. Para mí, aprender es muy diferente, consiste en aprender acerca de sí mismo de momento a momento, y ese “sí mismo” es extraordinariamente vital; ese aprender es vivo, está en movimiento, no tiene principio ni fin. Si digo: "Me conozco a mí mismo", he dejado de aprender y sólo se trata de conocimiento acumulado porque aprender nunca es acumulativo: es un movimiento de ir conociendo, el cual no tiene principio ni fin.
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
En: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 18-19.
 

sábado, 27 de octubre de 2018

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL CÁNCER

Llevo varios días viendo en los medios de comunicación una marea de lazos rosa, símbolo de la lucha contra el cáncer de mama. ¿Esas campañas ayudan a recabar fondos para investigación, la promoción de hábitos saludables o el apoyo a enfermos? Si, doy fe de ello. El esfuerzo es digno de admiración, sin embargo se olvida de todas aquellas víctimas de cáncer que no son capaces de superar esta enfermedad.
 
Los que hemos trabajado en Cuidados Paliativos sabemos de la predisposición natural de la medicina, las asociaciones y la sociedad en general a ocultar una realidad que no es cómoda: hay que luchar, hay que hacerlo para lograr la cura, para que la gente no muera como consecuencia de esa “larga enfermedad”, para que no haya más víctimas en el futuro.
 
Pero, ¿y las víctimas de hoy?
 
Esta tarde no voy a escribir mucho más. Tan sólo quiero dejar un enlace que han compartido conmigo hace unos días. Se trata del blog de una testigo de ese 20% de mujeres que no superan su enfermedad, de esas mujeres que no figuran en las campañas de concienciación.
 
 
 
 

miércoles, 17 de octubre de 2018

EL CAMBIO FUNDAMENTAL

En la última publicación de este blog leíamos estas palabras de Jiddu Krishnamurti:
 
Comprender un problema requiere cierta inteligencia, y esa inteligencia […] sólo aparece cuando nos damos cuenta pasivamente de todo el proceso de nuestra conciencia, lo cual significa darnos cuenta de nosotros mismos sin elección, sin elegir lo que está bien o mal. Si uno se da cuenta pasivamente, verá que en esa pasividad que no es holgazanería, ni tampoco estar dormido, sino estar muy atento, el problema tiene un significado muy diferente, lo cual quiere decir que no existe ninguna identificación con el problema y, por tanto, tampoco ningún juicio; eso permite que el problema pueda empezar a revelar su contenido.
 
Darse cuenta pasivamente, sin juzgar el problema… esta es una idea clave dentro del pensamiento de K. Si yo quiero explicar este concepto tendré que echar mano de un recuerdo.
 
Hace un par de años, realizaba un pequeño servicio en las celebraciones dominicales de una comunidad parroquial en Madrid. Unos días atrás, habían finalizado las fiestas de Navidad. En una reunión de uno de los grupos en los que yo estaba integrado, realizábamos una pequeña dinámica que nos invitaba a reflexionar sobre las cosas que nos hubiese gustado pedir a los Reyes Magos (bueno, quien dice “a los Reyes” debería decir “a Dios”).
 
Yo preferí callar y escuchar. Las respuestas fueron de lo más variadas, pero todas seguían una misma línea: “yo les pediría que me hicieran más tolerante… menos protestón… más comprensivo con los demás… más solidario… más amable… menos exigente con los defectos ajenos… menos inflexible…”. Después de escuchar a todos, sólo se me ocurrió decir lo siguiente: “yo le pediría a los Reyes Magos que me permitan conocerme a mí mismo”. Entonces, el párroco me dijo con cierto tono de ironía: “¡pues sí que has ido a pedir tú lo más difícil!”.
 
Cada vez que recuerdo aquello, sonrío. ¡Yo pedía lo más difícil! ¿Y ellos? ¿Acaso no estaban pidiendo un milagro? ¿No pedían que se les hiciera distintos de cómo eran? No obstante de aquel comentario, el conocimiento propio me sigue pareciendo (ahora como entonces) el camino más simple, ya que sólo así se podrá comprender por qué somos intolerantes, protestones, insolidarios, intratables, exigentes, inflexibles…
 
De nada me vale que yo le pida a Dios, a los ejércitos celestiales o al universo entero que me cambien. Si alguien quiere un cambio, debería comenzar por las raíces, de lo contrario sólo se quedará en un sencillo lavado de cara o en una simple operación de maquillaje. Carl Rogers lo explicaba de una forma muy sencilla: La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal cual soy, entonces, puedo cambiar. Sin este viaje hasta lo hondo, de nada valen propósitos de enmienda, reformas e incluso revoluciones. En la tradición cristiana existe un concepto para hablar de esto: la metanoia, cambiar de mentalidad, la conversión desde lo profundo. Sin embargo, uno no puede llegar a una meta tan ambiciosa si no parte de un punto de salida.
 
La lectura de Jiddu Krishnamurti, entre otros, ha terminado confirmando mi intuición en aquella reunión. En las líneas que siguen a continuación, K. habla del punto de arranque para conseguir un cambio radial: escuchar, descubrir, comprender y aceptar nuestros procesos de pensamiento sin juzgarlos ni condenarlos.
 
La mayoría debe tomar consciencia de la necesidad de un cambio fundamental. Tenemos que afrontar innumerables problemas y debemos abordarlos de una forma diferente, quizá totalmente distinta. Me parece que, a menos que comprendamos la naturaleza interna de ese cambio, la simple reforma o revolución externa tendrá muy poca importancia. Es evidente que no necesitamos un cambio superficial, ni adaptarse o conformarse momentáneamente con un nuevo modelo, sino más bien una transformación fundamental de la mente, un cambio total, no meramente parcial.
 
Para comprender este problema del cambio, lo primero es comprender el proceso del pensar y la complejidad del conocimiento. A menos que lo investiguemos muy profundamente, cualquier cambio tendrá muy poco sentido, y limitarse a cambiar lo superficial precisamente da continuidad a eso que intentamos cambiar. Todas las revoluciones tienen como base cambiar la relación del hombre con el hombre, crear una sociedad mejor, una forma de vida diferente; pero cuando lo intentamos a través de un proceso gradual del tiempo los mismos abusos que la revolución pretendía eliminar se repiten nuevamente en una forma parecida, y aunque sea a manos de otras personas, sigue la misma estructura de siempre. Empezamos por cambios externos, por crear una sociedad sin clases, pero finalmente descubrimos que con el tiempo, por la presión de las circunstancias, el grupo diferente se ha convertido en la nueva clase alta; esa revolución nunca es radical ni fundamental.
 
Por eso me parece que cuando afrontamos tal cantidad de problemas, las reformas o ajustes superficiales no tienen ningún sentido, y si queremos producir un cambio duradero y eficaz debemos investigar lo que significa el cambio. Es cierto que cambiamos superficialmente presionados por las circunstancias, la propaganda, la necesidad o debido al deseo de amoldarnos a cierto modelo determinado; creo que uno debe darse cuenta de esto. Un nuevo invento, una reforma política, una guerra, una revolución social, un sistema disciplinario..., eso cambia la mente del hombre, pero sólo en la superficie. El hombre que de verdad quiere descubrir lo que significa un cambio fundamental, indudablemente debe investigar todo el proceso del pensar, es decir, la naturaleza de la mente y del conocimiento.
 
Así, pues, me gustaría hablar juntos de qué es la mente, de la naturaleza del conocimiento y dé lo que significa saber, porque si no comprendemos todo esto creo que no hay ninguna posibilidad de afrontar nuestros innumerables problemas de forma nueva, con una nueva manera de mirar la vida.
 
La vida de la mayoría es bastante fea, miserable, desdichada y mezquina. Nuestra existencia es una serie de conflictos, contradicciones, una lucha rutinaria, dolor, alegría fugaz, satisfacción pasajera. Estamos presionados por tantas regulaciones, tantas directrices y modelos que nunca conseguimos un instante de libertad, un sentimiento de plenitud. Vivimos en constante frustración porque siempre buscamos realizarnos; nuestra mente nunca tiene tranquilidad, vivimos angustiados por las diferentes exigencias. De modo que para comprender todos estos problemas e ir más allá es realmente necesario que empecemos por comprender la naturaleza del conocimiento y el funcionamiento de la mente.
 
[…] ¿Qué significa comprender? ¿Cuál es el estado de una mente que comprende? Cuándo dicen ‘comprendo’, ¿qué significa? La comprensión no es un proceso intelectual, no es el resultado de argumentar, nada tiene que ver con aceptar, negar o condenar; todo lo contrario, aceptar, rechazar y condenar impiden comprender. De hecho, para comprender es necesario un estado de atención en el cual no intervenga comparación o condena alguna, no se trata de esperar a ver cómo se desarrolla el tema que se investiga para luego estar o no de acuerdo. Más bien, toda opinión, condena o comparación quedan en suspenso, inactivas; uno simplemente escucha para descubrir con una actitud de investigar, lo cual significa que no empieza desde una conclusión. Así, uno se encuentra en un estado de atención, está realmente escuchando.
 
[…] Me gustaría investigar el problema del conocimiento por muy difícil que sea, porque si podemos comprender esta cuestión del conocimiento, creo que entonces seremos capaces de ir más allá de la mente. Y si la trascendemos o vamos más allá de ella, puede que la mente se libere de cualquier limitación, es decir que esté libre de todo esfuerzo, el cual limita la conciencia. A menos que vayamos más allá del proceso mecánico de la mente, es evidente que la verdadera creatividad es imposible, y sin lugar a dudas, necesitamos una mente creativa capaz de resolver esta cantidad enorme de problemas. Para comprender lo que es el conocimiento e ir más allá de lo parcial, de lo limitado, para experimentar aquello que es creativo, se necesita no sólo un instante de percepción, sino un darse cuenta constante, un continuo estado de investigación en el cual no exista conclusión alguna; después de todo, eso es inteligencia.
 
[…] Si realmente toman consciencia de sí mismos, de sus actividades, de sus motivaciones, de sus pensamientos y deseos, verán que viven en un estado de contradicción interna: «quiero» y, al mismo tiempo, «no quiero», «debo hacer esto», «no debo hacer aquello», etc. La mente vive todo el tiempo en estado de contradicción, y cuanto más fuerte es la contradicción, mayor es la confusión que generamos al actuar. Es decir, cuando aparece un reto que debemos afrontar, que no podemos eludir o escapar debido a que la mente se encuentra en estado de contradicción, la tensión de tener que afrontar ese reto fuerza a actuar, y esa acción produce más contradicción, más desdicha.
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 13-17.

domingo, 7 de octubre de 2018

NUEVOS PROBLEMAS, VIEJOS MODELOS

Krishnamurti es una de las mentes que más han transformado mi forma de ver y de acercarme a realidades ajenas a la mía. Con todo, este cambio aún se sigue construyendo: cada día sigo aprendiendo algo nuevo de mí mismo a la hora de situarme ante dichas realidades o redescubro, disfrazadas con mil argumentaciones, mis resistencias a ver lo diferente con una mirada más abierta.
 
No hay opinión humana, ni forma de ver o juzgar la realidad que pueda catalogarse de absoluta. Si existe una VERDAD, casi seguro que no es la mía, pero es igualmente seguro que tampoco lo es la de los otros. La manera de pensar y de comprender lo que me rodea nunca es aséptica y está condicionada por mi historia: ese montón de recuerdos y experiencias vitales, el conjunto de valores, principios, creencias y conocimientos acumulados. Cuando contemplo la realidad lo hago siempre a través de unos lentes que pueden distorsionarla.
 
Mucha gente que conozco diría que mis afirmaciones conducen a un intolerable relativismo. Nos aterra la incertidumbre, necesitamos seguridades, un suelo firme sobre el que asentarnos. El ser humano sufre “horror vacui”. Sin embargo, para mi desgracia, no puedo dejar de ver las cosas así: todo lo que veo desde mi atalaya de observación, con mis lentes, es siempre relativo.
 
Pero hoy no he venido a hablar de esto…
 
Somos muchos los que estamos firmemente convencidos de que, para encontrar solución a nuestros conflictos y desdichas, debemos buscar fuera de nosotros mismos algún tipo de “sabiduría” que dé la respuesta. Es por ello que, al buscar, necesitemos ser orientados por los especialistas, los que más pueden saber sobre la materia. Escuchamos las palabras de una ciencia o una filosofía, seguimos a un gurú, una iglesia o una doctrina, leemos estos libros o aquellos. Buscamos a alguien que nos dé la respuesta adecuada, que nos aporte pistas, que nos oriente en el camino correcto, ese camino que nos permita alcanzar lo bueno, lo adecuado, lo cierto.
 
Krishnamurti repetía una y otra vez que la clave no está en descubrir la verdad, sino en entender nuestra mente, la forma de pensar la realidad (mediatizada por recuerdos y condicionamientos). Ese entendimiento de nuestra mente es a lo que K. denominaba “inteligencia”: el mecanismo por el cual nos damos cuenta de “lo que es”, sin la aplicación de juicios, sin dejar que intervengan nuestra memoria y nuestros condicionamientos culturales o intelectuales y descubriendo cómo estos actúan. Sólo así podemos permitir que el problema revele su auténtico contenido. Las líneas que siguen a continuación, pertenecientes a una de sus conferencias, resumen bastante bien esta idea.
 
 
¿Se puede cultivar esa inteligencia mediante alguna clase de especialización? Porque eso es lo que está realmente sucediendo, ¿verdad? Mientras me escuchan, seguramente están pensando que soy un especialista; espero que no. El sacerdote, el médico, el ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor..., todos tienen una mentalidad basada en la especialización, y nosotros creemos que para alcanzar la forma más elevada de inteligencia, a saber la verdad, Dios, algo que no puede describirse, para lograrlo tenemos que ser especialistas. Con ese fin estudiamos, buscamos a ciegas, tratamos de averiguar, y con esa mentalidad de especialista o con la dependencia de un especialista, nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que nos ayude a solucionar nuestros conflictos y desdichas.
 
Por tanto, si somos realmente conscientes, nuestro problema consiste en ver si otra persona puede resolver los conflictos, las desdichas y los sufrimientos de nuestra vida cotidiana, y si no puede, ¿cómo los solucionaremos? Sin duda, comprender un problema requiere cierta inteligencia, y esa inteligencia no se obtiene ni surge de la especialización, sólo aparece cuando nos damos cuenta pasivamente de todo el proceso de nuestra conciencia, lo cual significa darnos cuenta de nosotros mismos sin elección, sin elegir lo que está bien o mal.
 
 
Si uno se da cuenta pasivamente, verá que en esa pasividad que no es holgazanería, ni tampoco estar dormido, sino estar muy atento, el problema tiene un significado muy diferente, lo cual quiere decir que no existe ninguna identificación con el problema y, por tanto, tampoco ningún juicio; eso permite que el problema pueda empezar a revelar su contenido. Si uno es capaz de hacer eso todo el tiempo, siempre, entonces es posible resolver cada problema desde la raíz, no superficialmente. Esa es precisamente nuestra dificultad, porque la mayoría somos incapaces de estar pasivamente atentos, de permitir que el problema nos cuente su historia sin que tratemos de interpretarla; no sabemos mirar un problema imparcialmente, si prefieren utilizar esa palabra. Por desgracia, no somos capaces de hacerlo porque queremos conseguir algo del problema, queremos una respuesta, buscamos un resultado; o si no, intentamos traducirlo de acuerdo con nuestro placer o dolor; o bien, tenemos una respuesta previa para afrontar el problema. En consecuencia, abordamos el problema, que siempre es nuevo, con un modelo viejo; aunque el reto siempre es nuevo, nuestra respuesta siempre es vieja; de modo que nuestra dificultad consiste en afrontar el reto de forma adecuada, es decir, plenamente.
 
Los problemas siempre surgen en la relación; no existe otro problema. Y para afrontar estos problemas de relación con sus constantes y cambiantes exigencias, para hacerles frente de forma correcta y adecuada, uno debe darse cuenta pasivamente, pero esta pasividad no es el resultado de una conclusión, de la voluntad o la disciplina. Darse cuenta de que interferimos es el principio; sin duda, el principio es darse cuenta de que queremos una respuesta concreta a un problema determinado, es conocernos a nosotros mismos en relación con el problema y ver cómo lo afrontamos. Entonces, a medida que empezamos a conocernos a nosotros mismos en relación con el problema: cómo respondemos, cuáles son nuestros diferentes prejuicios, exigencias y deseos al abordar el problema, ese darse cuenta revelará nuestros pensamientos, nuestra propia naturaleza interna, y de ahí surge la libertad.
 
Así, pues, la vida es un asunto de relación, y para comprender esa relación, que no es estática, es necesario un darse cuenta flexible, un darse cuenta pasivo y atento, no una actividad agresiva. Y, como ya he dicho, este pasivo darse cuenta no se consigue mediante ninguna forma de disciplina ni de práctica. Consiste sólo en darse cuenta momento a momento de nuestro pensar y sentir, no tan sólo cuando estamos despiertos, sino que a medida que vamos profundizando veremos que empezamos a soñar que empiezan a surgir toda clase de símbolos que traducimos como sueños; de modo que hemos abierto la puerta a lo oculto que se convierte en lo conocido. Pero para encontrar lo desconocido debemos ir más allá de esa puerta, y, sin duda, esa es nuestra dificultad. La verdad no es algo que la mente pueda conocer porque la mente es un producto de lo conocido, del pasado; por eso la mente debe comprenderse a sí misma, comprender su propio funcionamiento, su realidad, porque únicamente entonces es posible que lo desconocido se manifieste.
 
Charla pública en Ojai, 30 de julio de 1949.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 177-179.

domingo, 1 de abril de 2018

TODO ES PARA BIEN (2ª PARTE)

Continúa desde Todo es para bien.
 
En el patio del palacio los altivos dromedarios rumiaban lentamente, mientras los camelleros, vestidos de blanco y tocados con turbantes púrpuras, se esforzaban por enganchar los pompones rojos y negros alrededor de los bozales y por fijar las sillas. Al extremo de los poderosos cuellos, semejantes a serpientes, los vibrantes belfos y las minúsculas orejas se meneaban a merced de los ruidos. Nadie se fiaba de los ojos medio cerrados de las bestias. ¡Todos se mantenían a distancia de esas mandíbulas prontas para morder!
 
Cuando las sillas estuvieron preparadas con varias capas, sabiamente dispuestas, de alfombras y mantas, los príncipes, los dignatarios y el rey salieron de las galerías desde las que observaban los preparativos, treparon a su sitio y se acomodaron confortablemente. Luego, chasqueando la lengua y tirando de las riendas, incitaron a los animales a levantarse. Los dromedarios bascularon hacia delante bajo el empuje de las grupas y de las largas patas de atrás, y se arrodillaron un momento. ¿Acaso rezaban a los dioses para que bendijeran el día? Después se desdoblaron, estirando las patas de adelante y dirigiendo la frente hacia el cielo, con un movimiento enérgico de cuello. Algunos, enfadados por haber sido molestados, gritaron exhibiendo sus dientes amarillos. La caravana se puso en marcha a cámara lenta, como se sale de un sueño, y después se marchó a su danzante ritmo de crucero.
 
El primero y el último de los cazadores se informaban, a golpe de trompa, acerca de la dirección tomada, la velocidad adoptada, el estado del terreno y la homogeneidad del grupo. Localizaron a los jabalíes y todos los cazadores se llevaron al punto sus trompas a la boca para volverles locos y abatirles en campo abierto, apartados de los frágiles campos de algodón.
 
El rey hizo un movimiento en falso al tomar su trompa, se le escaparon las riendas y su dromedario partió a grandes zancadas, atropellando a los algodoneros y estableciendo pronto una gran distancia entre la caravana y él. Pratapsingh, al ver al rey en dificultades, fustigó a su montura para alcanzarle, y a duras penas logró llegar junto a él, empujó a su dromedario contra el del rey, agarró las riendas que colgaban del cuello y, finalmente, detuvo a los dos animales. Estos estaban nerviosos y recelosos. Cuando los dos caballeros saltaron a tierra, sus monturas huyeron, corriendo una junto a otra. A lo lejos, tras ellos, oyeron sonar a las trompas que les llamaban, pero no podían contestar, porque las suyas se habían caído en el transcurso de la escapada. Gritaron, pero sus voces se perdieron.
 
— Señor —dijo Pratapsingh—, busquemos refugio bajo ese árbol y descansemos un poco. Seguro que las tropas os están buscando y pronto nos encontrarán.
— Deberíamos ayudarles, señalar dónde estamos.
— Podríamos hacer fuego.
 
Recogieron ramitas, limpiaron el suelo a su alrededor para evitar quedar atrapados en una jungla en llamas y delimitaron un lugar con un círculo de piedras. Mientras Pratapsingh intentaba hacer nacer una llama a base de frotar dos bastones, uno sobre otro, el rey, que tenía hambre, cogió un fruto del árbol, sacó su espada y lo cortó. Con las prisas, se cortó la punta del dedo.
 
— ¡Maldita sea! —rugió, sacudiendo la sangre que le teñía de rojo la mano—, mírame, perdido y herido. Con franqueza, Pratapsingh, ¿te atreverás a decirme que todo es para bien?
— Ciertamente, Señor.
— ¿Cómo te atreves? Estoy harto de tu ridícula filosofía, ¡márchate de aquí antes de que mi espada te corte tu estúpida lengua o tu cabeza! Salvaste mi vida deteniendo al dromedario y yo te concedo la tuya. ¡Vete!
— Sí, Señor, me voy según tu deseo. Todo es para bien —dijo Pratapsingh, alejándose sin tardar.
 
El rey se quedó solo, incapaz de hacer fuego y hambriento. Desgarró una tira de su túnica y se hizo un vendaje. La herida le produjo fiebre y se durmió al pie del árbol. Le despertaron unos hombres negros y de pelo rizado, de la tribu de los bhils. Iban armados con arcos y flechas y extrañas marcas adorna¬ban sus cuerpos. Agarraron al rey por la cintura, intercambia¬ron gritos de satisfacción y le condujeron maniatado hasta su aldea de chozas de barro. Allí le ataron al poste sacrificial, junto al altar de piedra.
 
Era el último día de las fiestas dedicadas a Kali, la terrible diosa. Cada año le sacrificaban una víctima digna de ella y el rey les pareció una víctima perfecta. Bailaron todos, regocija-dos, mientras su sacerdote recitaba letanías. De pronto lanzó un grito extraño y la multitud se detuvo en silencio.
 
El soberano, ansioso, aprovechó para parlamentar:
 
— Dejadme partir. Soy un rey, y obtendréis grandes recompensas si me liberáis.
 
Aunque nadie daba muestras de entender su lengua, repitió sus promesas:
 
— Os daré las mejores vacas de mi reino y podréis hacer un gran sacrificio. ¡Dejadme partir!
 
El sacerdote, salido del trance, parecía embelesado:
 
— ¡Qué suerte! Nunca hubiéramos soñado poder ofrecer a la diosa un sacrificio de tal calidad. ¡Bendito eres, rey, Kali te va a acoger en su seno!
 
El aterrorizado rey no tenía ninguna gana de ser la oblación ritual a Kali, y daba alaridos mientras le caían encima piedras rojas y ocres. De pronto, el sacerdote vio el vendaje, levantó la mano derecha y paró en seco las celebraciones:
 
—¡Alto! —dijo—. Este hombre es indigno de la diosa: su cuerpo es imperfecto.
 
Retiró el vendaje, vio que faltaba un trozo de dedo y se apresuró a soltar al rey, para purificar, después, el altar mancillado por la insultante ofrenda.
 
Mientras se alejaba, tembloroso, el rey se acordó de las palabras de Pratapsingh y no le costó admitir la evidencia de que, en efecto, su herida había sido «para bien». ¡Le había salvado de la muerte! Se arrepintió de haber tratado mal tantas veces a su tío y consejero. Y, cuando pedía perdón en su cora¬zón, el séquito real apareció entre las chozas del poblado. Pratapsingh había hecho fuego, los cazadores le habían encontrado y el rastro dejado por los bhils al arrastrar al rey que se resistía, les había conducido fácilmente hasta allí.
 
— ¿Estás bien, señor? —preguntó Pratapsingh.
— A fe mía —le contestó el rey—, que me han juzgado digno de alimentar a la propia Kali, lo que no es poco honor.
— ¿Cuáles son tus órdenes?
— Vamos a ofrecer unas buenas vacas a estos hombres. Tienen una ceremonia entre manos y mi presencia y luego la vuestra la han perturbado. Seamos agradecidos, ya que «todo fue para bien».
 
Pratapsingh, algo sorprendido, se inclinó hacia el rey:
 
— ¿Ya no estás enfadado, señor?
— No. Tú tenías razón, este dedo cortado me ha salvado la vida. Te traté muy mal. Perdóname, amigo.
— Señor, estoy tan contento de que me despidieras... De otro modo, esos hombres nos hubieran encontrado juntos, yo no hubiera podido advertir a los cazadores y, a estas horas, estaría muerto, puesto que no tengo ninguna herida en el cuerpo. ¡Todo fue, pues, para bien, tanto para ti como para mí!