EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 18 de septiembre de 2016

LA MUERTE DE UN IDIOTA

Una historia armenia cuenta que un hombre, que trabajaba en vano, tomó la decisión de ir a quejarse de su suerte a Dios. Se puso en marcha y se encontró con un lobo que le preguntó el lugar hacia el que se dirigía.
 
 
– Voy a quejarme a Dios –dijo el hombre–. Se ha mostrado muy injusto conmigo.
 
– ¿Quieres hacerme un favor? –le preguntó el lobo–. Me paso todo el día, y también parte de la noche, corriendo de un lado a otro en busca de algo con que alimentarme. Pregúntale a Dios: ¿Por qué has creado al lobo, si le dejas morirse de hambre?
 
El hombre prometió que se lo preguntaría y volvió a ponerse en camino. Un poco más lejos se encontró con una joven encantadora. Ella le preguntó por la razón de su viaje. El contestó y entonces ella le dijo:
 
 
– Te lo ruego, si ves a Dios, háblale de mí. Dile que en la tierra has encontrado una joven encantadora, dulce, hermosa, rica y que goza de muy buena salud y que, sin embargo, es desgraciada. ¿Qué tengo que hacer para conocer la felicidad?
 
– Le haré la pregunta –dijo el pobre hombre. Un poco más tarde se detuvo para descansar a los pies de un árbol. Aquel árbol, a pesar de estar plantado en una buena tierra, permanecía deslucido, casi sin hojas. Interrogó al hombre y le dijo:
 
 
– Si ves a Dios, ¿podrías hablarle de mí? Dile que no comprendo mi destino. Mira, esta tierra es fértil y sin embargo, sea invierno o verano, mis ramas están desnudas. ¿Qué hacer para tener hojas verdes, como los otros árboles, y también frutos? El hombre le prometió al árbol que hablaría con Dios. Y prosiguió su camino. Tras un largo viaje y peripecias que no han sido reveladas, llegó junto a Dios, lo saludó y le presentó su súplica.
 
 
– Tratas a todos los hombres de la misma forma –le dijo–. Pero mírame. Trabajo con todas mis fuerzas noche y día, me privo de todo y llevo una vida desdichada. Conozco a algunos que trabajan mucho menos que yo y que llevan una vida placentera. ¿Puedes decirme dónde está la igualdad? ¿Dónde está la justicia?
 
– Te ofrezco la oportunidad –le contestó Dios–. Aprovéchala y serás rico y feliz. ¡Vete, vuelve a tu casa!
 
El hombre, antes de despedirse, expuso los casos del lobo, de la joven y del raquítico árbol. Dios le dio las respuestas pertinentes y el hombre se fue. En el camino se encontró al árbol y le dijo:
 
– Dios me ha revelado que hay una gran cantidad de oro escondido justo debajo de tus raíces. He aquí por qué no puedes desarrollarte. Que te quiten ese oro y tendrás ramas verdes.
 
– ¡Maravilloso! –gritó el árbol–. ¡Rápido, cava entre mis raíces y coge el oro!
 
 
– No, no, no puedo, Dios me ha ofrecido mi oportunidad. ¡Tengo que ir a mi casa y aprovecharla!
 
El hombre se fue. Se encontró con la joven insatisfecha, que le preguntó:
 
– ¿Y bien? ¿Qué te ha dicho Dios?
 
– Me ha dicho que, para conocer la felicidad, tienes que encontrar un esposo que comparta tus alegrías y tus penas.
 
– ¡Cásate conmigo! –le dijo la joven–. ¡Cásate conmigo y seremos felices juntos!
 
 
– ¡No puedo, no tengo tiempo! ¡Dios me ha ofrecido mi oportunidad y tengo que volver a mi casa para aprovecharla! ¡Adiós! ¡Busca otro esposo!
 
Y se fue. Un poco más lejos se encontró con el hambriento lobo, que le dijo:
 
– ¿Y bien? ¿Le has hablado a Dios de mi parte?
 
– Primero déjame decirte lo que me ha pasado –contestó el hombre–. Me he encontrado con una joven desgraciada y le he dado la respuesta de Dios: Tienes que encontrar un esposo. He encontrado un árbol sin hojas al que Dios me ha ordenado decir: Un montón de oro bloquea tus raíces. La joven quería casarse conmigo, el árbol quería que cavase para encontrar el oro, pero, claro está, ¡he dicho que no! ¡Dios me ha ofrecido mi oportunidad, me lo ha dicho, y tengo que volver a mi casa para aprovecharla!
 
– ¿Y yo? –preguntó el lobo–. ¿Dios te ha dado la solución a mi problema? ¡Contéstame antes de irte!
 
– Dios ha contestado lo siguiente: el lobo caminará hambriento por la tierra hasta que encuentre a un idiota que sacie su apetito.
 
– ¿Dónde quieres que encuentre mayor idiota que tú? Se lanzó sobre el hombre y lo devoró.
 
Fuente: Jean-Claude Carrière. El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero.
Lumen. Barcelona, 1998, pp. 151-153.
 

domingo, 11 de septiembre de 2016

MORALEJAS

Aquellos que han seguido este blog desde un principio habrán observado mi gusto por los cuentos y los relatos breves. Cuando los he publicado en este blog, siempre he intentado evitar añadirles una explicación o una moraleja al final. Lo que menos me gusta es darle una interpretación “oficial” a estas historias, ya que es la mejor manera de que cada una tenga la oportunidad de dejar su particular huella en cada persona.
 
Y para poder explicar esta idea, no se me ocurre nada mejor que hacerlo con este cuentecito:
 
El maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…
– Maestro, le encaró uno de ellos una tarde… Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado...
– Pido perdón por eso, se disculpó el maestro. Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico melocotón.
– Gracias maestro, respondió halagado el discípulo.
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu melocotón yo mismo. ¿Me permites?
– Sí. Muchas gracias, dijo el discípulo.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo comerlo?
– Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro...
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte... Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo...
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso!, se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo: Si yo os explicara el sentido de cada cuento... sería como daros a comer una fruta masticada.
 
Fuente: Jose Carlos Bermejo. Regálame la salud de un cuento.
Sal Terrae. Santander, 2004.
 
 

domingo, 4 de septiembre de 2016

HOSPITALIDAD

Mi peregrinación hacia Santiago de Compostela la comencé en Irún. Desde esa ciudad parten dos ramales del Camino: uno es el Camino Vasco Interior, que confluye en el Camino Francés a la altura de Santo Domingo de la Calzada, y el otro es el Camino del Norte, que transcurre a lo largo de toda la cornisa cantábrica bordeando la costa. Antes de salir de Madrid lo único que tenía seguro era la elección de esta última ruta, la Ruta del Norte. El resto era para mí un sinnúmero de incertidumbres.
 
Con casi doce quilos de peso en la mochila no sabía cómo reaccionaría mi espalda tras varias horas de caminata durante muchos días seguidos. Luego estaba la experiencia de tener que compartir habitación en un albergue con más gente: ¿cómo llevaría la falta de intimidad en esos lugares y la convivencia con desconocidos? Además, a pesar de que había tenido la oportunidad de entrenarme en Madrid andando más de quince kilómetros cada día con el calzado que iba a emplear, mis caminatas habían sido demasiado “domésticas”, realizadas sobre aceras lisas y con pocas pendientes. Ahora, sobre terrenos irregulares y no tan llanos, ¿cómo reaccionarían mis piernas y mis pies? Reconozco que en ocasiones como esta me aflora con mucha facilidad el lado “cobarde”, pero ya que había comenzado esta aventura, sólo me quedaba seguir hacia delante hasta donde Dios quisiera llevarme.
 
De aquel incierto inicio del Camino hacia Santiago tengo un recuerdo que hoy me gustaría traer a este blog.
 
Tras bajar del autobús que me llevó desde Madrid hasta Donosti, me subí al “topo”, el tren que me llevaría hasta Irún. Este finaliza su trayecto en Endaya, pero decidí bajarme justo en la parada anterior, en la estación del Puente de Santiago, para comenzar el camino desde allí hacia el albergue. Esto era para mí un gesto puramente simbólico: de esa manera iniciaría el Camino del Norte desde su Kilómetro Cero en territorio español.
 
 
La hospitalera del albergue en Irún (así se les llama a los encargados de acoger a los peregrinos en los albergues del Camino) era francesa. Ella hablaba español bastante bien, pero de vez en cuando no encontraba la palabra adecuada para decir una determinada cosa, por lo que intentaba explicarme la idea dando más rodeos. Viendo su dificultad para expresarse, se me ocurrió decirle que yo entendía algo el francés, ya que lo había aprendido en el bachillerato. ¡Para qué decirle más! A partir de ese instante comenzó a hablarme casi exclusivamente en su idioma. Aquella circunstancia debió ser un pequeño regalo para la mujer, cansada de tener que hablar todos los días o en inglés o en español.
 
Para mí la dificultad no estaba en poder comprenderla, sino en responder en su lengua. Han pasado ya muchos años desde que dejé de estudiar francés, y encontrar las palabras para expresarme siempre me resulta difícil, ya que la falta de práctica ha hecho que olvide muchas expresiones. Por eso, siempre que me encuentro con un francés que habla algo de español, prefiero ocultarle que conozco su lengua. Evidentemente, haber hecho lo mismo en aquella situación me hubiera supuesto un menor cansancio mental, pero no hubiese dejado de convertirme en una especie de “insolidario idiomático”.
 
Sin embargo, por pasarme de listo, me tocó esforzarme en aquella ocasión. La hospitalera me alentaba a hablar en su lengua, y para animarme me dijo algo (en francés, por supuesto) que más tarde me dio para reflexionar. Fue más o menos lo siguiente: «para aprender otra lengua, es necesaria la inmersión en esa lengua, y si no recuerdas una palabra, preguntando a tu interlocutor la encontrarás, y si dudas del significado de algo, la persona con la que hablas te lo aclarará».
 
La moraleja de esta historia sea quizá demasiado fácil: no valen excusas para decir “no puedo”, sólo metiéndose uno en harina puede conocer hasta dónde puede o no puede llegar… Bueno, quizá esa pueda ser una de las moralejas… o quizá sea otra, no lo sé.
 
Al hilo de este recuerdo del Camino de Santiago me vengo a dar cuenta de un pequeño detalle: la hospitalidad no es un hecho unidireccional. De igual manera que aquella mujer mostró hospitalidad conmigo, yo también tenía la oportunidad de serlo con ella hablándole en su lengua y permitiéndola sentirse como en su tierra. Pero también en esta historia puedo reconocer hasta qué punto la pereza y la comodidad pueden transformarme en alguien “inhóspito”. Detrás de muchas de mis excusas nunca ha habido un auténtico “no puedo”, sino un genuino “no quiero”.
 
“Qui habet aures audiendi…”