EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 30 de octubre de 2016

DIARIO DE UN CUBANO

Una de las cualidades que hacen que el ser humano sea eso mismo (humano) es su capacidad de generarse expectativas. Lo malo es que los deseos se cumplan con creces… hasta convertirse en una maldición.
 
Para entender esto, hoy traigo este hilarante testimonio que circula por la red…
 
Agosto 12
Hoy me mudé a mi nueva casa en el estado de Pennsylvania. ¡Qué paz! Todo es tan bonito aquí... Las montañas son tan majestuosas. Casi que no puedo esperar para verlas cubiertas de nieve. Qué bueno haber dejado atrás el calor, la humedad, el tráfico, los huracanes y el cubaneo de Miami. Esto sí que es vida.
 
Octubre 14
Pensylvania es el lugar más bonito que he visto en mi vida. Las hojas han pasado por todos los tonos de color entre rojo y naranja. Qué bueno tener las cuatro estaciones. Salí a pasear por los bosques y por primera vez vi un ciervo. Son tan ágiles, tan elegantes, es uno de los animales más vistosos que jamás he visto. Esto tiene que ser el paraíso. Espero que nieve pronto. Esto sí es vida.
 
Noviembre 11
Pronto comenzará la temporada de caza de ciervos. No me puedo imaginar a nadie que quiera matar una de esas criaturas de Dios. Ya llegó el invierno. Espero que nieve pronto. Esto sí es vida.
 
Diciembre 2
Anoche nevó. Me desperté y encontré todo cubierto de una capa blanca. Parece una postal... una película. Salí a quitar la nieve de los escalones y a dar pala en la entrada. Me restregué en ella y luego tuve una pelea de bolas de nieve con los vecinos (yo gané), y cuando la niveladora de nieve pasó, tuve que volver a dar pala. ¡Qué bonita nieve! Parecen moticas de algodón esparcidas por todos lados. ¡Qué lugar tan bonito! Pennsylvania sí que es vida.
 
Diciembre 12
Anoche volvió a nevar. Me encanta. La niveladora me volvió a ensuciar la entrada, pero bueno... qué le vamos a hacer, de todas maneras, esto sí es vida. Diciembre 19 Anoche nevó otra vez. No pude limpiar la entrada por completo porque antes que acabara, ya había pasado la niveladora, así que hoy no pude ir al trabajo. Estoy un poco cansado de dar pala en esa nieve. ¡Cabrona niveladora! ¡Qué vida!
 
Diciembre 22
Anoche volvió a caer nieve, o mejor dicho... mierda blanca. Tengo las manos hechas mierda y llenas de callos de la pala. Creo que la niveladora me vigila desde la esquina y espera a que acabe con la pala para pasar. ¡Puta madre que la parió!
 
Diciembre 25
Felices Navidades blancas, pero blancas de verdad, porque están llenas de mierda blanca. ¡Coño!... ¡Carajo! Si cojo al hijo de la gran puta que maneja la niveladora, te juro que lo mato. No entiendo por qué no usan más sal en las calles para que se derrita más rápido este cabrón hielo de mierda.
 
Diciembre 27
Anoche todavía cayó más mierda blanca de ésa. Ya llevo tres días encerrado. Salgo nada más cuando tengo que dar pala en la nieve después de que pasa la niveladora. No puedo ir a ningún sitio. El coche está enterrado bajo una montaña de nieve negra. El noticiero dice que esta noche van a caer 10 pulgadas más de nieve. No lo puedo creer.
 
Enero 4
Al fin, hoy pude salir de casa. Fui a buscar comida y un ciervo de mierda se metió delante del coche y lo maté. ¡Carajo! El arreglo del coche me va a salir como en tres mil dólares. Estos animales de mierda deberían ser envenenados. Ojalá los cazadores hubieran acabado con ellos el año pasado. La temporada de caza debería durar el año entero.
 
Marzo 15
Me resbalé en el hielo que todavía hay en esta puta ciudad y me partí una pierna. Anoche soñé que sembraba una palma real.
 
Mayo 3
Cuando me quitaron el yeso, llevé el coche al mecánico. Me dijo que por debajo estaba todo oxidado por culpa de la sal de mierda que echaron en la calle. ¿A quién coño se le ocurre? ¿Es que no hay otra forma de derretir el hielo?
 
Mayo 10
Me mudé otra vez a Miami. ¡Esto sí es vida! ¡Qué delicia! Calor, humedad, tráfico, huracanes y cubaneo. La verdad es que cualquiera que se le ocurra vivir en esa Pennsylvania de mierda tan solitaria y fría es un comemierda y tiene que estar, no solo cagalistroso, sino loco para el carajo. ¡Esto sí es vida!
 
 

domingo, 23 de octubre de 2016

UN LADO POSITIVO PARA LAS COSAS

Este fin de semana en Madrid ha sido lluvioso. En días como estos uno se siente con menos ganas de hacer, con más ganas de estar acurrucado en la poltrona, como si estar en modo “ahorro de energía” fuese una necesidad. Mi madre, que en su juventud trabajó en Inglaterra, nos contaba como le recordaban a aquellos días lluviosos propios del clima británico, muy tristes al no poder ver el sol.
 
Casualmente esta misma tarde ha caído en mis manos esta mercancía procedente del UK: la mejor gamberrada del grupo Monty Python, que transmite positivismo y “buen rollito”…
 
Vamos, digo yo.
 
 

domingo, 16 de octubre de 2016

LA SENDA POR ANDAR

En el Camino de la Costa, entre Laredo y Santander, hay un pequeño pueblo llamado Güemes. Allí tuve la oportunidad de conocer al párroco de aquel lugar, Ernesto Bustio, un personaje conocido por muchos de los peregrinos que alguna vez han hecho aquella ruta. El padre Ernesto (o Ernesto, como él solía presentarse) dirige, junto con un nutrido grupo de voluntarios, el albergue de peregrinos: la “Cabaña del abuelo Peuto”. Todas las tardes Ernesto tenía la costumbre de reunir a los peregrinos en la biblioteca del albergue para explicarles la historia de Brezo, la ONG para el desarrollo de la que terminó surgiendo (sin pretenderlo) este increíble lugar de acogida de caminantes.
 
En su charla, Ernesto nos decía una frase: «El Camino es un lugar de encuentro con uno mismo (con sus límites y sus posibilidades), de encuentro con los demás (los otros peregrinos o las gentes del lugar), de encuentro con el medio ambiente, con la naturaleza y, para los creyentes, un lugar de encuentro con Dios». Después de escucharlas, estas palabras no dejaron de dar vueltas en mi cabeza los siguientes días de camino.
 
 
Una semana más tarde, conocí en uno de los albergues a una pareja de peregrinos con muchos más “Caminos” y kilómetros en sus piernas que yo. Hablábamos de ésta experiencia que estábamos haciendo y, con la ingenuidad del principiante, yo me puse a pontificar utilizando las palabras de “San Ernesto”. La respuesta que me dio uno de aquellos peregrinos me dejó “planchado”: «El camino es algo muy personal y aquí cada cual tiene sus propias motivaciones cuando lo hace. Luego, cuando cada uno regrese a su casa, podrá hacer todas las intelectualizaciones que quiera sobre su experiencia».
 
Durante mi experiencia como peregrino del Camino de Santiago pude cruzarme con gentes de todos los colores, olores y sabores. Conocí a quienes parecían creer que el Camino era alguien a quién se tiene que vencer, un reto que superar en un plazo de tiempo concreto; también conocí peregrinos más tranquilos, sin prisas ni metas prefijadas, con la simple intención de disfrutar del camino andado. Algunos iban más rápido, y otros más lento. Unos buscaban afrontar un desafío deportivo; otros hacer un reportaje fotográfico; otros hacer turismo; otros disfrutar de la arquitectura, de la naturaleza o del paisaje; otros encontrarse con las gentes del Camino. Había quien buscaba ligar con las peregrinas, pero también quien deseaba tener una honda experiencia espiritual o de encuentro consigo mismo. Unos elegían el camino oficial, mientras que otros preferían andar por rutas alternativas. Y también los había que, de todo lo dicho, buscaban un poco de cada.
 
Pasados los años, no puedo restarle un gramo de verdad a las palabras de Ernesto Bustio. No me cabe la menor duda que el Camino es lugar de encuentro con uno mismo, con los demás, con el entorno y, para aquellos que lo buscan, con Dios. Sin embargo, cada uno camina como quiere y por donde ha decidido. Sólo toca respetar las opciones de cada cual, aunque muchas veces se caiga en la tentación de dar lecciones de cómo andar un Camino “más auténtico”, como si tu forma de hacerlo fuera la correcta. Al final, lo único seguro que puedes afirmar es que tú no caminarías de la forma que otros lo hacen, y que tú has decidido hacer tu Camino a tu modo.
 
Dicho esto, voy a “intelectualizar” un suceso de aquella experiencia.
 
CONTINUARÁ…
 

domingo, 9 de octubre de 2016

LO QUE GUARDÉ, PERDÍ

Hace dos semanas colgué un cuento al que no le quise añadir ni moraleja ni explicación (La muerte de un idiota). Ya he dicho en otro lugar de este blog que lo que menos me gusta es darle una interpretación “oficial” a estas historias, ya que cada una deja su particular huella en cada persona.
 
Por supuesto, hoy no pretendo romper mi propia norma y dejar una enseñanza de aquel cuento. Sin embargo, esa historia me ha traído el recuerdo de los días anteriores a la finalización del Camino de Santiago que hice hace seis años. Ese recuerdo sí que me dejó una pequeña lección y ahora me gustaría compartirla.
 
* * *
 
Yendo por el Camino Primitivo (el que transcurre por el interior de Asturias y pasa por Lugo) me tocó aguantar varias jornadas de nubes y lluvias más o menos intensas, según el día. Tuve que atravesar algunas veces por lo que los paisanos llamaban “caminos con charcos” (una cosa que, en mi pueblo, que es más de secano, se conoce como “pantanos llenos de lodo”). Tras nueve días de precipitaciones, deseaba con todas mis ansias abandonar de una vez por todas el capote para la lluvia y los pantalones impermeables. Las botas siempre terminaban cada etapa completamente mojadas y los pies ya se habían acostumbrado a una constante humedad sin que hubiesen sufrido (milagrosamente) ni una sola ampolla.
 
 
Aquel noveno día de aguaceros tocaba subir hasta el Puerto del Palo desde Pola de Allande. El ascenso comenzaba con un impresionante sendero hasta un lugar llamado La Reigada, rodeado todo el tiempo por bosques autóctonos en las laderas de la montaña. Semejante espectáculo fue lo mejor de aquella jornada y, aunque pueda resultar paradójico, el bosque me parecía aún más bello cuando lo caminaba bajo la lluvia. Aquella fue una experiencia dura, pero hermosísima.
 
Conforme subía al puerto, la lluvia cesó. Sin embargo, la niebla se iba cerrando cada vez más entorno a mí. Los bellos paisajes de bosques dejaron de verse y cualquier panorámica desde el alto se hizo imposible. Era toda una fortuna si la vista llegaba hasta cien metros. A mi alrededor podía ver algo de ganado suelto y se escuchaban los cencerros de los animales que la vista no lograba alcanzar. Aparte de algún que otro tintineo aislado de las reses pastando en medio de la bruma, sólo podía escuchar el viento y mi respiración. En aquel paraje, en medio de la niebla, la humedad y el frío, sólo se escuchaba el esfuerzo.
 
Superado el puerto, el resto del camino era bajada hasta un pueblito llamado Berducedo, cerca del límite entre Asturias y Galicia. Fue allí, después de todo aquel tiempo caminando bajo la lluvia y sin que despuntase ni un miserable rayo de sol entre las nubes, donde comencé a ver de nuevo el azul del cielo.
 
Al día siguiente, en la subida desde Berducedo hasta Buspol pude disfrutar de mi primer amanecer soleado y sin nubes de tormenta. Las vistas que desde allí se tenían del embalse de Salime eran magníficas. Luego, la bajada hasta la presa, marchando por una senda forestal rodeada de pinos, fue algo verdaderamente extraordinario: aquel era un camino para disfrutar.
 
Recuerdo que, haciendo esa bajada, meditaba sobre las razones para hacer el Camino. Sé que hice grandes reflexiones de las que ahora ni me acuerdo. Pensaba en las motivaciones de la peregrinación, en el simbolismo del Camino, en el sentido de la vida y en todas esas chorradas. Sin embargo, en aquel mismo instante me di cuenta de que había dedicado más de la mitad del Camino a teorizar sobre el propio Camino, pero, ¿me había encontrado con lo que me rodeaba mientras tanto? Los recuerdos más vívidos e intensos que guardo del Camino son los de aquellos últimos días de peregrinación, pero ¿y de lo anterior? ¿Cuántas cosas me perdí durante los primeros kilómetros de mi itinerario mientras caminaba distraído en mis meditaciones?
 
Como decía el cuento del otro día: el regalo más importante que nos da esta vida es la oportunidad.
 
Un par de días más tarde, ya en la provincia de Lugo, entre A Fonsagrada y O Cádavo pasaba por un pueblo llamado Paradavella. Casi sin darme cuenta, saliendo de la senda que transitaba entre la arboleda, me fui a dar de bruces con un pequeño bar. Allí decidí hacer un alto y tomar un pequeño refrigerio. La muchacha que me estuvo atendiendo me dio un rato de conversación. Comenzamos a hablar sobre los peregrinos. Ella se sorprendía de aquellos que pasaban a toda velocidad frente al bar, sin apenas detenerse a ver lo que había por allí. No se quejaba de que no se detuviesen en su negocio a hacer algo de gasto; lo que le resultaba inexplicable era que tanta gente pudiera tener tanta prisa por llegar al final de la etapa. Yo también compartía su sorpresa y me hacía de cruces por “esa clase” de peregrinos.
 
Sin embargo, hoy dudo de que me distinguiera mucho de ellos.
 
Da igual que vayas corriendo intentando alcanzar un objetivo o que no dejes de darle vueltas a la cabeza sobre el sentido que lo que te puede estar ocurriendo, al final puedes perder lo más importante: vivir la propia experiencia con una mínima actitud contemplativa.
 
Durante aquellos días de peregrinación no había dejado de reflexionar sobre el significado de las flechas amarillas, sobre el sentido que le podía dar a mi propia sombra proyectada frente a mí cuando el sol se elevaba a mi espalda mientras caminaba, o sobre el simbolismo de otros mil accidentes del Camino. En el fondo, tengo la impresión de que todo esto no era sino el fruto de una humana necesidad de sentir que todo encaja. No obstante, a veces dudo de que no haya sido todo ello una lamentable pérdida de tiempo y una tarea que distraía mi atención de lo verdaderamente importante.
 
Recuerdo ahora otra anécdota de esos días. Fue entre A Lastra y el alto de Fontaneira. En medio de mis pensamientos, se me ocurrió levantar la vista. En ese preciso instante, delante de mí, saliendo de entre los árboles que rodeaban el camino, se me cruzó una corza como una exhalación. ¡Me hubiese perdido aquel instante si hubiese permanecido con la mirada clavada en el suelo, enredado en mis solitarias cavilaciones!
 
Cuando me quedaban menos de ciento cincuenta kilómetros para llegar a mi meta en Santiago, cuando ya había caminado mucho más de seiscientos kilómetros, descubrí que el Camino (el que yo estaba haciendo) no estaba para pensar y hacerse preguntas, sino para vaciar la mente de pensamientos e interrogantes. Mientras hacía mil consideraciones, perdía la oportunidad de darme cuenta de lo verdaderamente importante: lo que acontecía a mi alrededor.
 
 
¡Qué fácil resulta distraerse y perder el tiempo intentando elaborar hipótesis personales! ¡Qué sencillo no darse cuenta de lo que la vida te pone delante a cada instante, no aceptar lo que es, no disfrutar lo presente!
 
¡A veces siento que sólo he oído el ruido que hace mi voz, no el sonido de lo que me ha rodeado!
 
¡Ahora comprendo lo fácilmente que he dejado alejarse la oportunidad!
 
* * *
 
Acude ahora a mi memoria un último recuerdo “peregrino”. En Asturias, cuando hice el Camino, pasé a unos siete kilómetros de Llanes por un pueblecito llamado Barru. A la entrada había una pequeña capilla en cuyo interior pude leer la siguiente inscripción, que aquí dejo para dejar al lector pensando un buen rato:
 
Yo tuve lo que gasté
pero tengo lo que di
sufro por lo que negué
y lo que guardé perdí.