EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 15 de enero de 2017

LO BUENO DE NO HACERSE ENTENDER

No tengo la intención de aficionarme a la publicación de cuentos e historias de Nasrudín, pero estas últimas semanas no tengo mucho tiempo para pensar qué voy o qué no voy a publicar. Lo cierto es que las ocurrencias de este loco errante son ideales para reír... o para pensar. Hoy, esta historia me ha recordado una situación vivida hace pocos días.
 
En una reunión intenté expresar mi opinión sobre unos textos que estábamos leyendo. Una de dos, o bien no me expresé adecuadamente, o bien lo que dije se interpretó de mala forma, ya que mis palabras despertaron cierto escándalo en un par de personas. Aquella circunstancia me ha hecho reflexionar: puede que en ocasiones esté un tanto espeso a la hora de hacer comentarios personales, dado que la gente no parece comprenderme, pero cuando esas situaciones se dan, a veces prefiero que la gente no entienda nada de lo que he dicho, porque cuando veo sus gestos y cómo se remueven en sus asientos me hacen sospechar un cierto grado de intolerancia a mis palabras.
 
 
Bueno, me dejo de historias y paso al relato del mulá.
 
 
Un anciano sabio había llegado al pueblo proveniente de más allá de Ashsharq, un lejano territorio de Oriente. Sus exposiciones filosóficas eran tan abstrusas y, sin embargo, tan fascinantes que los parroquianos de la casa de té llegaron a pensar que quizá podría llegar a revelarles los misterios de la vida. Nasrudín lo escuchó durante un rato.
 
- Sabrá usted (le dijo) que he tenido experiencias parecidas a las que usted vivió durante sus viajes. Yo también he sido un maestro errante.
 
- Cuénteme algo de eso, si es imprescindible, dijo el anciano algo molesto por la interrupción.
 
- Oh, sí, debo hacerlo (dijo el Mulá), por ejemplo, en un viaje que hice por el Kurdistán era bienvenido por dondequiera que fuese. Me hospedaba en un monasterio tras otro, donde los derviches escuchaban atentamente mis palabras. Me daban alojamiento gratuitamente en las posadas y comidas en las casas de té. En todas partes la gente al verme quedaba impresionada.
 
El anciano monje comenzaba a impacientarse ante tanta propaganda personal:
 
- ¿Nadie se opuso en ningún momento a algo de lo que usted decía?, preguntó agresivamente.
 
- Oh, sí, dijo Nasrudín. Una vez en un pueblo fui golpeado, introducido al cepo y finalmente expulsado del lugar.
 
- ¿Cuál fue el motivo?
 
- Bueno, verá usted, ocurrió que en esa ciudad la gente comprendía turco, el idioma con el que yo impartía mis enseñanzas.
 
- ¿Y qué sucedía con aquella gente que lo recibía tan bien?
 
- Ah, ésos eran kurdos; tienen su propio idioma. Estaba a salvo mientras estuviera entre ellos.
 

domingo, 8 de enero de 2017

EL MIEDO.

Después de esta “pausa navideña”, regreso por este zoco a traer de nuevo mis humildes mercaderías. Hace mucho tiempo que no cuelgo en este blog un cuentecito de mi amigo Nasrudín. Ahora no recuerdo dónde encontré este relato, pero es de esas historias que tanto me gusta compartir para dar que pensar un poquito. Cuenta lo siguiente:
 
 
Nasrudín estaba caminando por un camino solitario una noche a la luz de la luna cuando escuchó un ronquido, en algún lugar, que parecía estar abajo suyo. De repente, le dio miedo y estaba a punto de salir corriendo cuando tropezó con un derviche acostado en una celda que se había excavado para él, en parte subterránea.
 
“¿Quién eres?”, preguntó el Mulá.
 
“Soy un derviche, y este es mi lugar de contemplación”.
 
“Vas a tener que dejarme compartirlo. Tu ronquido me asustó demasiado y no puedo seguir adelante esta noche”.
 
“Toma, entonces, la otra punta de esta manta y acuéstate aquí”, dijo el derviche sin entusiasmo. “Por favor, permanece en silencio, porque estoy manteniendo una vigilia. Es una parte de una complicada serie de ejercicios. Mañana tengo que cambiar la rutina y no puedo soportar la interrupción”.
 
Nasrudín se durmió por un rato. Luego se despertó y sintió su boca seca como un desierto.
 
“Tengo sed”, le dijo al derviche.
 
“Entonces, vuelve por el camino, donde hay un arroyo”.
 
“No, todavía tengo miedo”.
 
“Entonces, tendré que ir yo en tu lugar”, dijo el derviche. “Después de todo, proveer agua es una obligación sagrada en el Este”.
 
“No, no vayas. Voy a tener miedo si me quedo solo”.
 
“Toma este cuchillo, entonces, para defenderte”, dijo el derviche.
 

En ausencia del anacoreta, Nasrudín se asustó todavía más, ocasionándole una ansiedad que trató de contrarrestar imaginándose cómo atacaría cualquier demonio que lo amenazara. En ese momento volvió el derviche.
 
“¡Mantén tu distancia o te mato!”, dijo Nasrudín.
 
“Pero, ¡si soy el derviche!”.
 
“No me importa quién eres, podrías ser un demonio disfrazado”.
 
“¡Pero vine a traerte el agua! ¿No te acuerdas? ¡Tienes sed!”.
 
“¡No trates de congraciarte conmigo, demonio!”.
 
“¡Pero esa es mi celda, la que estás ocupando!”.
 
“Mala suerte para ti, ¿no es así? Vas a tener que encontrarte otra”.
 
“Supongo que sí”, dijo el derviche. “Pero, no sé qué pensar de todo esto”.
 
“Te puedo decir una cosa, dijo Nasrudín, y es que el miedo es tiene muchas direcciones”.
 
“Ciertamente. Parece ser más fuerte que la sed, o la salud, o la propiedad ajena”, dijo el derviche.
 
“¡Y no tienes que tenerlo tú mismo para sufrir por su causa!”, dijo Nasrudín.