No tengo la intención de aficionarme a la publicación de cuentos e historias de Nasrudín, pero estas últimas semanas no tengo mucho tiempo para pensar qué voy o qué no voy a publicar. Lo cierto es que las ocurrencias de este loco errante son ideales para reír... o para pensar. Hoy, esta historia me ha recordado una situación vivida hace pocos días.
En una reunión intenté expresar mi opinión sobre unos textos que estábamos leyendo. Una de dos, o bien no me expresé adecuadamente, o bien lo que dije se interpretó de mala forma, ya que mis palabras despertaron cierto escándalo en un par de personas. Aquella circunstancia me ha hecho reflexionar: puede que en ocasiones esté un tanto espeso a la hora de hacer comentarios personales, dado que la gente no parece comprenderme, pero cuando esas situaciones se dan, a veces prefiero que la gente no entienda nada de lo que he dicho, porque cuando veo sus gestos y cómo se remueven en sus asientos me hacen sospechar un cierto grado de intolerancia a mis palabras.
Bueno, me dejo de historias y paso al relato del mulá.
Un anciano sabio había llegado al pueblo proveniente de más allá de Ashsharq, un lejano territorio de Oriente. Sus exposiciones filosóficas eran tan abstrusas y, sin embargo, tan fascinantes que los parroquianos de la casa de té llegaron a pensar que quizá podría llegar a revelarles los misterios de la vida.
Nasrudín lo escuchó durante un rato.
- Sabrá usted (le dijo) que he tenido experiencias parecidas a las que usted vivió durante sus viajes. Yo también he sido un maestro errante.
- Cuénteme algo de eso, si es imprescindible, dijo el anciano algo molesto por la interrupción.
- Oh, sí, debo hacerlo (dijo el Mulá), por ejemplo, en un viaje que hice por el Kurdistán era bienvenido por dondequiera que fuese. Me hospedaba en un monasterio tras otro, donde los derviches escuchaban atentamente mis palabras. Me daban alojamiento gratuitamente en las posadas y comidas en las casas de té. En todas partes la gente al verme quedaba impresionada.
El anciano monje comenzaba a impacientarse ante tanta propaganda personal:
- ¿Nadie se opuso en ningún momento a algo de lo que usted decía?, preguntó agresivamente.
- Oh, sí, dijo Nasrudín. Una vez en un pueblo fui golpeado, introducido al cepo y finalmente expulsado del lugar.
- ¿Cuál fue el motivo?
- Bueno, verá usted, ocurrió que en esa ciudad la gente comprendía turco, el idioma con el que yo impartía mis enseñanzas.
- ¿Y qué sucedía con aquella gente que lo recibía tan bien?
- Ah, ésos eran kurdos; tienen su propio idioma. Estaba a salvo mientras estuviera entre ellos.