EL BLOG SE PRESENTA...

EL BLOG SE PRESENTA...

Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 28 de diciembre de 2014

AVE MIGRATORIA

Hoy traigo este breve texto de la psiquiatra y escritora suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, una de las mayores expertas mundiales en el campo de los cuidados paliativos y pionera en el campo de investigación de las experiencias cercanas a la muerte.
 
Me parece una original manera de plantear una de las cuestiones más importantes de nuestra vida (a la vez que la más difícil), una pregunta que hay que hacerse todos y cada uno de los días de nuestra existencia.
 
Por más que nos empeñamos en encontrar la estabilidad e instalarnos en ella, nunca dejamos de ser peregrinos.
 
 
¿Cuándo saben los gansos
cuándo es el momento de volar
hacia el sol?
 
¿Quién les anuncia las estaciones?
 
¿Cómo sabemos los seres humanos
cuándo es el momento
de hacer otra cosa?
 
¿Cómo sabemos cuándo ponernos
en marcha?
 
Seguro que a nosotros nos ocurre igual
que a las aves migratorias.
Hay una voz interior,
si estamos dispuestos a escucharla,
que nos dice con toda certeza
cuándo adentrarnos en lo desconocido.

 
 

sábado, 27 de diciembre de 2014

SU EXCELENCIA

Aprovechando la costumbre de hacer regalos en estas fechas, hoy traigo en mi navío este hermoso presente: un breve cuentecito zen para meditación y disfrute de paseantes.
 
 
Su Excelencia, el señor gobernador Mushô Keishu, va de viaje; avanza al paso lento de sus porteadores hacia Kamakura, la gran capital shogunal. Confortablemente recostado en los cojines de seda, con las manos puestas sobre su redondo vientrecito, que se mueve amablemente al ritmo de su litera, el señor gobernador se adormila un poco y echa un sueñecito. Su guardia personal de nobles samuráis va a su alrededor y lo protege. Después, ordenadamente, les siguen los criados, los animales y el equipaje. El señor gobernador, con sonrisa beatífica en su rostro liso, muy dulcemente, se duerme.
 
 
En las colinas de Kamakura, en un lugar apacible desde el que se domina al mismo tiempo la ciudad y el mar, el maestro zen Unkei ha instalado su taller de estatuaria detrás de una modesta pagoda. Esculpe en madera budas de sonrisa eterna. También recibe a gentes de toda condición que solicitan sus consejos. Unkei es un hombre exteriormente rudo, un silencioso, pero nunca niega su ayuda, y todos lo veneran. Esta mañana, precisamente, el joven monje que hace de portero, se acerca con aire preocupado; trae religiosamente en las manos una carta de presentación maravillosamente adornada y decorada. En ella se lee:

SU EXCELENCIA
MUSHÔ KEISHU,
GOBERNADOR DE KYOTO,
CONSEJERO PERSONAL DEL SHÔGUN

«No tengo nada que decirle a este hombre», dice secamente Unkei, que deja caer la carta y sigue trabajando. El joven portero, desconcertado y asustado, regresa a anunciarle al criado de Su Excelencia la negativa de su maestro. Temblando, espera cuál será la reacción del alto personaje, que por el momento no ha salido de su litera.

«¡Monje, Su Excelencia te está esperando!»

El portero, más muerto que vivo, se presenta humildemente ante el señor gobernador, que está confortablemente recostado en sus cojines de seda.

«¿Tu maestro no quiere recibirme? -responde Su Excelencia, más asombrado que irritado-. ¿Te ha dado algún motivo?
- No, Señor.
- ¿Ya sabe que podría mandar que le cierren el taller, encarcelarlo a él y a los suyos y hacer empalar a sus criados?
- ¡Piedad, Señor!», exclama el joven novicio cayendo de rodillas.

Su Excelencia el gobernador no es mal hombre. Medita un instante, mullidamente recostado en sus cojines de seda. A su alrededor, la guardia de samuráis se ha puesto en tensión; algunos ya tienen la mano en el sable.

«¡Hum! ¡Hum! -dice el gobernador-, voy a probar una cosa». Tacha todos sus títulos y no deja en su tarjeta de visita más que su nombre:

MUSHÔ KEISHU

«¡Anda y llévale de nuevo a tu maestro mi tarjeta de visita!»

Unkei está lacando un buda de madera. Coge la tarjeta que el portero le tiende temblando.

«Recibiré encantado a este hombre», responde.

Fuente: Henri Brunel, Los más bellos cuentos zen,
Los pequeños libros de la sabiduría, Barcelona, 2008, pp. 29-32.
 
Si tuviera que buscarle una moraleja a este cuento, sería algo así como: “¡Qué bueno eso de ser uno mismo... sin aditivos!”.
 

domingo, 21 de diciembre de 2014

HACER LO QUE SOY

Hoy deseo compartir este fragmento del escritor norteamericano y monje trapense Thomas Merton. Toda una interpelación a nuestra forma de actuar y ser.
 
Es algo muy grande ser pequeño, es decir, ser nosotros mismos. Y cuando se es uno mismo, se pierde la mayor parte de la fútil conciencia que atisba el interior, que lo mantiene a uno en constante comparación con los demás para ver cuán grandes son ellos. (…)
 
El valor de nuestra actividad depende casi totalmente de la humildad que tengamos de aceptarnos tal como somos. El motivo de que hagamos las cosas tan mal, es que no estamos contentos con lo que hacemos. Insistimos en hacer lo que no se nos pide, porque deseamos saborear el éxito que pertenece a otro.
 
Nunca descubrimos cómo es lograr el éxito con nuestro trabajo, porque nunca queremos emprender un trabajo que guarde adecuada proporción con nuestras fuerzas.
 
¿Quién quiere contentarse con un trabajo que revela todas sus limitaciones? Ése aceptará tal trabajo sólo como un “medio de pasarla”, mientras espera descubrir “su verdadera vocación”. El mundo está lleno de comerciantes fracasados que siguen creyendo en secreto que estaban destinados para artistas, escritores o actores de cine.
 
El profundo secreto de mi ser a menudo está oculto a mi vista por mi propia estima de lo que soy. Mi idea de lo que soy está falseada por mi admiración de lo que hago, mis ilusiones acerca de mí mismo han crecido por contagio de las ilusiones de otros hombres. Todos buscamos cómo imitar la imaginaria grandeza de lo que somos.
 
Si no sé quién soy, es porque me imagino ser una especie de persona que todos los que me rodean quisieran ser. Tal vez si me diera cuenta de que no admiro lo que todo el mundo parece admirar, comenzaría verdaderamente a vivir. Sería liberado del penoso deber de decir lo que en verdad no pienso…
 

¿Por qué hemos de pasar la vida luchando por ser algo que, si solamente supiéramos lo que queremos, nunca querríamos ser? ¿Por qué desperdiciar nuestro tiempo en hacer cosas que, si solamente nos detuviéramos a pensar en ellas, hallaríamos que son completamente opuestas a aquello para lo que hemos sido creados?
 
No podemos adquirir nuestra verdadera personalidad si no nos conocemos. (…)
 
Fuente: Thomas Merton, Los hombres no son islas,
Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1998, pp. 117-118.

domingo, 14 de diciembre de 2014

PURGATORIO

Me encanta la definición que da el diccionario de la R.A.E. de la palabra PURGAR: “limpiar, purificar algo, quitándole lo innecesario, inconveniente o superfluo”. Lo digo porque describe a la perfección una necesidad personal que me viene acompañando desde hace mucho tiempo: quitarme de encima lo innecesario, lo inconveniente, lo superfluo.
 
Llegado a una determinada edad, estoy descubriendo lo dependiente que soy de un millón de cosas y lo amargo que resulta pensar que pueda llegar a perderlas. ¡Son MIS cosas! Mis libros, mis ahorros, mis titulaciones, mi trabajo, mi hogar, mi familia, mis planes y proyectos, mi salud. ¿Hay algo de todo ello que sea superfluo o innecesario? ¡Por supuesto que no! ¿Cabría esperar otra respuesta?
 
Pero, ¿qué sucedería si lo perdiera todo? ¿De qué habrían servido las preocupaciones y ansiedades? ¿De qué los esfuerzos? ¿De qué la búsqueda de placeres o experiencias intensas? He pasado la vida proyectando, planificando, imaginando. Es muy cierta la necesidad humana de tener un mínimo de seguridades, pero resultan tan efímeras y frágiles.
 
Mi trabajo como enfermero en unidades de cuidados paliativos terminó enseñándome que la realidad es demasiado “real”. He visto a personas morir después de toda una vida de esfuerzos, pero también a gente de mi edad (¡e incluso más jóvenes!) que tuvieron que enfrentarse con sus últimos días cuando aún tenían mucha vida por delante.
 
Esto me hace recordar lo que decían aquellas coplas de Jorge Manrique:
 
Recuerde el alma dormida,
abiue el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida
 
Todo en esta vida es efímero, todo. Lo malo es que, cuando nos hemos dado cuenta de ello, ya hemos perdido la oportunidad. ¡Qué fácil es no caer en la cuenta de que el presente se nos escapa entre las manos! Pero, ¿dónde encontrar el término medio entre la necesaria seguridad y la imprescindible necesidad de vivir lo que se me da en cada momento?
 
Cada vez tengo más claro que lo que dijo San Juan de la Cruz es una verdad como un templo de grande: en el atardecer de nuestra vida, nos examinarán del amor. ¡Eso es todo lo que quedará de uno mismo! Ni los títulos, ni los trabajos, ni los bienes, ni las lecciones magistrales, ni las experiencias intensas… Lo único que quedará, y con lo que me iré de este mundo, es el amor que le haya puesto a las cosas, el que haya dado a las personas o el que haya dejado que me den.
 
Lo demás es innecesario, inconveniente o superfluo.

Bueno... eso pienso yo.
 

domingo, 7 de diciembre de 2014

¿QUÉ QUEDA POR HACER?

Hace unos años me tocó pasar por la conocida “crisis de los cuarenta” (a veces pienso que aún sigo en ella). En estos últimos años siempre han surgido de una manera más o menos recurrente las consabidas cuestiones: ¿qué he hecho hasta hoy?, ¿qué he dejado de hacer?, ¿qué he dejado de mí mismo entre los demás?...
 
Thomas Merton, a punto de cumplir los 48 años, escribió lo siguiente:
 
“…ha llegado el momento de que yo aprenda a dejar de regodearme en lo hecho hasta ahora, o a estar deprimido porque vendrá la noche y mi trabajo deberá detenerse. Ha llegado el momento de dar a otros todo lo que tengo, sin pensar en ello. Desearía haber aprendido la habilidad de dar sin hacer preguntas o sin interés. No la tengo, pero tal vez disponga todavía de tiempo para intentarlo”.
 
Fuente: Thomas Merton, Diarios (1960-1968), Oniro, Barcelona 2001, pag. 75-76.
 
Al leer estas líneas no dejo de pensar en lo sencillo que resulta refocilarse en preguntas sobre las cosas que he podido hacer (o he podido dejar de hacer) hasta ahora, y lo fácilmente que se puede perder el tiempo en cuestiones de ese calibre.

Lo importante es aprender a dar de lo que tengo sin esperar nada a cambio. Esa sí que es una tarea para ejercitarse a diario. ¡Quizá sea la única tarea a la que merezca la pena dedicarle tiempo!

A veces me da por pensar que han pasado los años y no he dado absolutamente nada. Sin embargo, hoy quiero creer que eso no ha sido del todo así, que algo de mí he podido dejar en otros casi sin haberme dado cuenta de ello. Y a pesar de ello, aún no pierdo la esperanza de que pueda llegar a hacerlo todavía mejor.
 

domingo, 30 de noviembre de 2014

LAS CUATRO LEYES

Internet trae a mis manos todo tipo de mercaderías. Esta que hoy voy a compartir me llegó hace algún tiempo. Desconozco su autor, pero hoy quiero compartirla.
 
 
En la India se enseñan las "Cuatro Leyes de la Espiritualidad".
 
La primera dice: "La persona que llega es la persona correcta", es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.
 
La segunda ley dice: "Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido". Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: "si hubiera hecho tal cosa hubiera sucedido tal otra...". No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.

La tercera dice: "En cualquier momento que comience es el momento correcto". Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es entonces cuando comenzará.
 
Y la cuarta y última: "Cuando algo termina, termina". Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.
 
No es casual que estemos leyendo esto. Si este texto llegó a nuestras vidas hoy es porque estamos preparados para entender que ningún copo de nieve cae alguna vez en el lugar equivocado.

domingo, 23 de noviembre de 2014

QUIEN SOY DEJA HUELLA

Hace unas semanas alguien me dijo que yo había dejado huella en su vida. Algunos días después llegó a mi e-mail una presentación en PowerPoint que hoy quisiera compartir para inaugurar este blog.
 
 
Una maestra de Nueva York decidió honrar a cada uno de los alumnos que estaba a punto de graduarse en el colegio, hablándoles de la huella que cada uno de ellos había dejado. Los fue llamando uno por uno para que se levantasen de sus asientos y se situasen junto a ella. Primero, le contó a cada uno cómo había dejado huella en la vida de ella, y en la de la clase. Luego ofreció a cada uno una cinta azul impresa con letras doradas, en la que se leía: “Quien soy deja huella.”
 
Al final, la maestra decidió hacer un proyecto de clase, para ver el impacto que este reconocimiento tendría en una comunidad. Le dio a cada uno tres cintas azules más y les pidió que fueran y extendieran esta ceremonia de reconocimiento. Luego deberían seguir los resultados, ver quién premió a quién e informar a la clase al cabo de una semana.
 
Uno de los alumnos, fue a ver a un joven ejecutivo de una industria cercana, y lo premió por ayudarle con la planificación de su carrera. Le dio una cinta azul y la adhirió a su camisa. Luego le dio las dos cintas extras y le dijo: “estamos haciendo un proyecto en clase sobre el “reconocimiento”. Nos gustaría que usted encontrara a alguien a quién premiar y le dé una cinta azul”. Más tarde, ese mismo día, el joven ejecutivo fue a ver a su jefe, quien tenía reputación de ser una persona amargada, y le dijo que él lo admiraba profundamente por ser un genio creativo.
 
El jefe pareció estar muy sorprendido. El joven ejecutivo le preguntó si él aceptaría el regalo de la cinta azul, y si le permitiría ponérsela en la camisa. El jefe dijo: “bueno, ¡claro!”. El joven ejecutivo tomó una de las cintas azules y la puso en la chaqueta del jefe, sobre su corazón, y le preguntó, ofreciéndole la última cinta: “¿podría tomar está cinta extra y pasarla, premiando a alguien más? El estudiante que me dio estas cintas está haciendo un proyecto de clase, y queremos continuar esta ceremonia de reconocimiento y ver cómo afecta a la gente”.
 
Esa noche, el jefe llegó a casa y se sentó con su hijo de 14 años, y le dijo: “hoy me pasó algo increíble. Estaba en mi oficina, y uno de mis empleados vino y me dijo que me admiraba, y me dio una cinta azul por ser un genio creativo. ¡Imagínate! ¡El piensa que yo soy un genio creativo! Luego me puso una cinta azul que dice, “Quien soy deja huella.” Me dio una cinta extra y me pidió que encontrara a alguien más a quién premiar. Cuando estaba conduciendo a casa esta noche, empecé a pensar a quién podría premiar con esta cinta, y pensé en ti. ¡Quiero premiarte a ti! Mis días son muy agitados y cuando vengo a casa no te presto mucha atención. Te grito por no tener buenas notas y por el desorden en tu habitación. De alguna forma, esta noche, solo quería sentarme aquí y hacerte saber que tú me importas. Tú y tu madre sois las personas más importantes en mi vida. ¡Eres un gran muchacho, y te quiero!”
 
El muchacho sorprendido empezó a llorar. Todo su cuerpo temblaba. Miró a su padre y entre lágrimas dijo: “papá, hace un rato me senté en mi habitación y escribí una carta para ti y mamá, explicando porque me había quitado la vida, y os pedía que me perdonaseis. Me iba a suicidar esta noche después de que vosotros os durmierais. Yo pensé que a vosotros no os importaba. La carta está arriba. No creo que la vaya a necesitar después de todo esto”.
 
Su padre subió al segundo piso y encontró la carta, sincera y llena de angustia y dolor. El jefe regresó al trabajo totalmente cambiado. Ya no estaba amargado, pero se aseguró de hacer saber a todos sus empleados que ellos hacían la diferencia.
 
 
El joven ejecutivo ayudó a mucho otros jóvenes con la planificación de sus carreras, uno de ellos era el hijo del jefe, y nunca se olvidó de recordarles que ellos dejaban huella en su vida. Además, el joven y sus compañeros de clase aprendieron una lección muy valiosa: “quien soy, deja huella”.
 
Autor desconocido.