EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


sábado, 24 de noviembre de 2018

CONSIDERACIÓN

Al hilo de las últimas publicaciones de este blog, me viene a la mente un inconveniente (el más lógico, por supuesto). En la actividad frenética en la que me veo envuelto una y otra vez, un día detrás de otro, es complicado ser capaz de detenerme a escuchar “lo que soy”. ¿Cuántas veces me permito descansar de preocupaciones? Siempre me obligo a ser fuerte, a rendir más y mejor, a ser más eficiente. Y cuando tengo un poco de tiempo libre, siempre acabo enredado por otras “prioridades”: las tareas domésticas, las obligaciones familiares, mi formación con cursos de actualización, mis espacios para el ocio, para el deporte o para el sueño reparador de fuerzas. Parezco un niño con una agenda repleta de actividades extraescolares. ¿Dónde dejo espacio a las necesidades de mi interior?
 
En la tradición cristiana hay textos que debieran considerarse “preceptivos”, en especial por lo saludables de pueden resultar. Nunca comprenderé como en la tradición religiosa en la que he crecido no se haya tenido en cuenta algo tan elemental: saber detenerse y contemplar el interior, ese lugar donde brotan las ilusiones y esperanzas, los odios, las culpas, los miedos..., quizá porque era más importante ser voceros de Dios para construir su Reino, para juzgar a los impíos o para erradicar el error desde el anatema.
 
A mi memoria acuden ahora fragmentos del Evangelio en los que se presenta a un Jesús que se retiraba a lugares sin gentes ni ruidos para poder orar: “Pero él se apartaba a lugares desiertos, y oraba…” (Lc 5, 16; Mc 6, 46); también frases de un Jesús que hablaba de la intimidad: “… porque el Reino de Dios está dentro de vosotros” (según algunas traducciones de Lc 17, 21). Tengo en el recuerdo la imagen de una iglesia de Madrid en cuyo frontis, justo encima de la entrada al templo, figura esas palabras de Mt 11, 28-30: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…”.
 
Si alguien conoce la Biblia mejor que yo, podrá citar más textos que hablen de esta conducta tan saludable, pero tan poco practicada por muchos de los creyentes que conozco: detenerse, sosegarse, mirar adentro, tolerarse y aprender a perdonarse… para ser capaces de cambiar la mirada.
 
Hoy me gustaría traer a este barco una de esas ricas (y saludables) mercaderías que habla precisamente del “mandamiento” de la tregua, el reposo y la vacación: ese momento para respirar en profundidad y escuchar los propios adentros. Se trata de un fragmento del primer capítulo del tratado de las Consideraciones de san Bernardo de Claraval. Este padre de la orden cisterciense escribió estas líneas al entonces Papa Eugenio III, antiguo monje del monasterio de Claraval y discípulo del propio Bernardo.
 
En un lenguaje que brota de la confianza que un maestro puede tener con su pupilo o el de un padre con su hijo, San Bernardo mezcla en este tratado dirigido al pontífice romano afecto y firmeza (a veces dureza). Sin embargo, hoy quiero subir a este navío un fragmento perteneciente al primer capítulo de este tratado: una invitación a la consideración de uno mismo.
 
 
¿Por dónde comenzaría yo? Me decido a hacerlo por tus ocupaciones, pues son ellas las que más me mueven a condolerme contigo. Digo condolerme, en el caso de que a ti también te duelan. Si no es así, te diría que me apenan; pues no puede hablarse de condolencia cuando el otro no siente el mismo dolor. Por tanto, si te duelen me conduelo; y si no, siento aún mayor pena, porque un miembro insensibilizado difícilmente podrá recuperarse; no hay enfermedad tan peligrosa como la de no sentirse enfermo. Pero a mí ni se me ocurre pensar eso de ti.
 
Sé con qué gusto saboreabas hasta hace muy poco las delicias de tu dulce soledad. No puedes prescindir tan pronto de ellas. Es imposible que ya no lamentes su pérdida tan reciente. Una herida aún fresca duele muchísimo. Y no es posible que se haya encallecido la tuya tan pronto, ni te creo capaz de haberte insensibilizado en tan poco tiempo…
 
No te fíes demasiado del disgusto que ahora sientes. Nada hay tan arraigado en el ánimo que no pierda su fuerza con la negligencia y el paso del tiempo. La callosidad termina encubriendo una herida vieja ya olvidada; por eso se hace más difícil de curar cuanto menos duele… ¿Hay algo que no consiga cambiar la fuerza de la costumbre? La rutina nos relaja. Nada resiste la repetición asidua. Cuántos, debido a la inercia del hábito, han conseguido encontrar agradable lo que antes aborrecían por resultarles amargo.
 
En una palabra: es lo que siempre me temí de ti y lo temo ahora: que por haber diferido el remedio, al no poder soportar más el dolor, llegues desesperado, a abandonarte al peligro de forma irremediable. Tengo miedo, te lo confieso, de que en medio de tus ocupaciones, que son tantas, por no poder esperar que lleguen nunca a su fin, acabes por endurecerte tú mismo y lentamente pierdas la sensibilidad de un dolor tan justificado y saludable.
 
Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras. ¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Si no te has estremecido ya, es que tu corazón ha llegado a ella. Corazón duro es simplemente aquel que no se espanta de sí mismo, porque ni lo advierte. No me hagas más preguntas. Ningún corazón duro llegó jamás a salvarse, a no ser que Dios, en su misericordia, lo convierta en un corazón de carne. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda con la compasión ni se conmueve en la oración… Es de corazón duro el hombre que del pasado sólo recuerda las injurias que le hicieron… En una palabra: es de corazón duro el que ni teme a Dios ni respeta al hombre.
 
Hasta este extremo pueden llevarte esas malditas ocupaciones si, tal como empezaste, siguen absorbiéndote por entero sin reservarte nada para ti mismo. Pierdes el tiempo; te diría que te agotas en un trabajo insensato con unas ocupaciones que no son sino tormento del espíritu, enervamiento del alma y pérdida de la gracia. El fruto de tantos afanes, ¿no se reducirá a puras telas de araña?...
 
¿Qué puedo hacer?, me dices. Abstenerte de esas ocupaciones. Acaso me responderás: Imposible; más fácil me resultaría renunciar a la Sede Apostólica. Precisamente eso sería lo más acertado si yo te exhortara a romper con ellas y no a interrumpirlas.
 
Escucha mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo dedicas a las actividades y no reservas nada para la meditación ¿podría felicitarte? Creo que no podrá hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: “el que modera su actividad se hará sabio”. Porque incluso las mismas ocupaciones saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la meditación. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando al que se hizo Todo para todos, alabo tu bondad, a condición de que sea plena. Pero ¿cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes a ti mismo de ella? Tú también eres un ser humano. Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno, que abarca a todos los hombres, debe acogerte también a ti. Ya que todos te poseen, sé tú mismo uno de los que disponen de ti.
 
¿Por qué has de ser el único en no beneficiarte de tu propio oficio? ¿Cuándo, por fin, vas a darte audiencia a ti mismo entre tantos a quienes acoges? Te debes a sabios y a necios, ¿y te rechazas sólo a ti mismo? El temerario y el sabio, el esclavo y el libre, el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el anciano y el joven, el clérigo y el laico, el justo y el impío, todos disponen de ti por igual, todos beben en tu corazón como en una fuente pública, ¿y te quedas tú solo con sed? Si es maldito el que dilapida su herencia ¿qué será del que se queda sin él mismo?
 
En definitiva, el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo que siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos, vuélvete hacia ti mismo. Aunque sea como a los demás, o siquiera después de los demás, sírvete a ti mismo.
 
 

lunes, 19 de noviembre de 2018

LO QUE ES

Hemos aprendido desde muy pequeños que los problemas deben de ser resueltos. Una pregunta conlleva necesariamente una respuesta. Se nos ha enseñado también que, para resolver cualquier problema, se debe efectuar un análisis de sus variables, destripando sus componentes, estudiándolo concienzudamente. En definitiva, todo problema tiene solución después de analizarlo y reflexionarlo largamente (creo que eso de “consultar con la almohada” tiene algo que ver con este asunto).
 
Sin embargo, en las últimas publicaciones que he subido a este blog, Krishnamurti nos viene sugiriendo que el simple uso de la reflexión, del análisis, del pensamiento, nunca nos llevará a una solución del problema en profundidad, ya que nuestro pensar es parcial, sesgado y siempre está condicionado por nuestro estado de ánimo, por nuestro entorno, por nuestras creencias o nuestros prejuicios. Hoy me gustaría continuar (y concluir) con la transcripción de una de sus charlas públicas, impartida en febrero de 1960 en Nueva Delhi.
 
K. plantea como primer paso la comprensión de nuestros propios procesos de pensamiento. Pero prefiero dejar hablar al pensador hindú:
 
Primero simplemente traten de ver el problema, no pregunten cuál es la respuesta, la solución. Estamos condicionados, es un hecho, y cualquier pensamiento que quiera comprender este condicionamiento será siempre parcial; por consiguiente, nunca habrá comprensión total, y tan sólo en la comprensión total del proceso completo del pensamiento hay libertad. El problema es que siempre funcionamos dentro del campo de la mente, que es el instrumento del pensamiento, ya sea de forma razonable o irrazonable, y, como hemos visto, el pensamiento siempre es parcial. Siento repetir tanto esta palabra, pero seguimos creyendo que el pensamiento resolverá todos nuestros problemas, y me pregunto si eso es así.
Para mí, la mente es algo global, incluye el intelecto, las emociones, la capacidad de observar, de distinguir, y es ese centro del pensamiento que dice: «Seré», «No seré», también es el deseo, la realización, es todo, no es el intelecto separado de las emociones. Utilizamos el pensamiento como medio para resolver nuestros problemas, pero el pensamiento no es el medio para resolver ninguno de nuestros problemas, porque el pensamiento es la respuesta de la memoria y la memoria es el resultado del conocimiento acumulado como experiencia (…).
 
Según esto, lo que pensamos es fruto de lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida, es una acumulación de lo que nuestro entorno ha grabado en nuestras cabezas (a veces con fuego). Sin embargo, Krishnamurti apunta hacia un dato esencial: nos vivimos como seres en contradicción. Esta es una experiencia cotidiana. Por un lado deseamos hacer el bien (nos han dicho que eso es lo correcto), pero por otro actuamos con cierto grado de maldad. Deseamos ser capaces de amar apasionadamente (y a veces lo hacemos), pero al mismo tiempo podemos odiar con el mismo apasionamiento. Nos juzgamos continuamente al compararnos con un determinado modelo, un ideal que adquirimos de nuestra familia, de nuestro entorno social o de nuestra tradición cultural. Al final, nos transformamos en un problema para nosotros mismos y nuestro pensamiento, una forma de pensar (recordémoslo una vez más) sesgada, condicionada, que no nos ayuda a salir de esta contradicción.
 
Krishnamurti lo expresa con estas palabras:
 
Estoy dominado por la ambición, el ansia de poder, de posición, de prestigio, y también siento que debo saber lo que es el amor, de manera que estoy en un estado de contradicción. Un hombre que busca poder, posición y prestigio no conoce el amor aunque hable sobre ello, esas dos partes no se pueden integrar por mucho que uno lo desee; amor y poder no pueden ir de la mano. Así, pues, ¿qué puede hacer la mente? Como vemos, el pensamiento tan sólo genera más contradicción, más desdicha; por consiguiente, ¿puede la mente darse cuenta de este problema sin introducir el pensamiento? ¿Lo entienden o les suena a chino?
 
Es en este punto en el que K. plantea una clave que raramente nos gusta considerar: ¿y qué ocurre si el problema no tiene ninguna solución? Esto es así en muchas ocasiones, pero este punto es el extremo final, un punto en el cual sólo nos queda aceptar los hechos puros, sin necesidad de seguir analizándolos para hallar una salida. Así lo explica el pensador:
 
Si me permiten, señores, lo expondré de forma diferente. ¿Alguna vez les ha sucedido, estoy seguro de que sí, que de pronto perciben algo y en ese momento de percepción desaparecen todos los problemas? Justo en ese instante que se percibe el problema, el problema cesa por completo […] Cuando tiene un problema piensa en él, lucha y se preocupa, utiliza todos los recursos posibles dentro de los límites del pensamiento para solucionarlo, pero finalmente dice: «No puedo hacer nada más». No hay nadie que pueda ayudarle a solucionarlo, ningún gurú, ningún libro, está solo con el problema y no encuentra solución. Una vez que ha investigado el problema hasta donde ha sido capaz, lo suelta, su mente deja de preocuparse, de luchar, ya no dice: «Debo encontrar una respuesta»; por tanto, se queda en silencio, ¿no es así?, y en ese silencio surge la respuesta. ¿No les ha sucedido esto alguna vez?
No es algo fuera de lo común, les sucede a los grandes matemáticos, científicos, la gente lo experimenta ocasionalmente en su vida diaria, pero ¿cuál es su significado? La mente ha utilizado toda su capacidad de pensar, ha llegado al límite del pensamiento sin haber encontrado respuesta, por eso se queda en silencio. No se trata de cansancio o de fatiga, ni porque diga: «Permaneceré en silencio, así lograré la respuesta», sino porque después de haber intentado todo lo posible para encontrar una respuesta, la mente de forma espontánea se queda en silencio, hay un darse cuenta sin elección, sin ninguna exigencia, un darse cuenta en el cual no hay ansiedad, y entonces, en ese estado la mente percibe, y esa percepción es la única que puede resolver todos nuestros problemas.
 
La clave parece radicar en algo muy simple (quizá demasiado), pero (sin que sepamos por qué) nunca es considerado en primera instancia: simplemente observar. En eso consiste lo que K. denomina “darse cuenta sin elección, sin exigencia”: observar y observarse sin exigir ni exigirse un cambio. Reconocer “lo que es”, sin desear transformarlo desde el primer instante en otra cosa distinta.

Todo pensamiento es limitado porque pensar es la respuesta de la memoria: memoria como experiencia, como acumulación de conocimientos, lo cual es mecánico, y al ser mecánico el pensar no puede resolver nuestros problemas. Sin embargo, no significa que debamos dejar de pensar, sino que se requiere un factor totalmente nuevo. Hemos intentado diversos métodos y sistemas, diversos caminos [...] y todos han fallado; el hombre sigue sufriendo, sigue buscando a tientas, busca desde la tortura, desde la desesperación y, al parecer su sufrimiento no termina. De modo que debe aparecer un factor totalmente nuevo que no dependa de la mente, ¿entienden?
Miren, señores, la mayoría somos personas mezquinas, con mentes muy superficiales, y todo pensar que nace de una mente estrecha y superficial tan sólo puede generar mayor desdicha. Una mente superficial no puede profundizar en sí misma, siempre será superficial, mezquina y envidiosa. Lo único que puede hacer es darse cuenta de que es superficial, sin pretender hacer ningún esfuerzo para modificarlo. Cuando la mente ve que está condicionada, entonces deja de intentar cambiar ese condicionamiento […], y por tanto, permanece en ese estado de percepción, percibiendo 'lo que es'.
Pero, generalmente, ¿qué sucede? Como es envidiosa, la mente usa el pensamiento para librarse de la envidia y así es como crea su opuesto, la no-envidia; sin embargo, sigue siendo parte del pensamiento. Ahora bien, si la mente percibe el estado real de la envidia sin condenarla ni aceptarla, sin introducir el deseo de cambiar, entonces permanece en ese estado de percepción, y esa misma percepción genera un nuevo movimiento, un nuevo factor, una cualidad del ser completamente diferente.
 
Cuando el problema soy “yo mismo”, la solución no pasará por pensar de qué manera puedo cambiarme. No se trata de concebir las estrategias para adquirir un “estado ideal”, no se trata de alcanzar un “yo ideal”. De lo que se trata es de percibir “lo que es” en mí, de hacerme consciente de todo ello, de un pensamiento plagado de condicionamientos (ideas, creencias, juicios, conclusiones previas, etc.) para luego tomar también conciencia de “lo que es” fuera de mí. Sólo desde esa percepción puedo generar una dinámica distinta, dando pie a una creatividad que brota de la auténtica libertad.
 
K. concluye con estas magníficas palabras:
 
Como saben, señores, las palabras, las explicaciones, los símbolos... son una cosa, y 'ser' es algo enteramente distinto. Aquí no estamos interesados en palabras, nos interesa 'ser', ser lo que realmente somos, y no soñar que somos entidades espirituales, el 'Atman' y todas esas tonterías, que siguen estando dentro del campo del pensamiento y, por consiguiente, son parciales.
Lo importante es ser lo que uno es, un envidioso, percibirlo totalmente, pero sólo es posible percibirlo completamente cuando no interfiere ningún movimiento del pensamiento. La mente es el movimiento del pensar, pero también es ese estado en el cual puede percibir completamente sin ninguna interferencia del pensamiento. Únicamente ese estado de percepción puede generar un cambio radical en nuestra forma de pensar...
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 20-23.

sábado, 10 de noviembre de 2018

MECANISMOS

Hoy voy a comenzar con una clase de psicología barata (que me disculpen los expertos en la materia por el intrusismo).
 
A lo largo de nuestra vida, nos vamos encontrando con situaciones más o menos conflictivas, situaciones que a veces pueden suponer un problema y ante las cuales debemos dar una respuesta. La primera reacción ante dichos problemas suele ser emocional (algunos dirían “visceral”). Es la menos elaborada, la más primaria, aunque es también la más rápida. En algunos casos, este mecanismo tiende a ver los problemas como amenazas a la integridad física y genera una respuesta intensa, bien en forma de ataque, bien en forma de huida.
 
Este mecanismo es fisiológico y heredado de nuestros ancestros los reptiles y está ubicado en áreas de nuestro cerebro estrechamente relacionadas con la memoria. Por ejemplo, un sabor o un aroma que nos evoca un recuerdo del pasado genera en nosotros un impacto emocional; una mirada fulminante puede hacernos temblar porque nos recuerda la mirada de la madre o del padre cuando se enfadaban.
 
Los humanos empleamos este mecanismo no sólo cuando estamos ante una agresión a la integridad física, sino también a la autoimagen o a la cosmovisión, esa forma que el ser humano tiene de ver y entender el mundo que le rodea. Cuando tiembla nuestro universo de valores, creencias o principios, una primera reacción suele ser de rabia o miedo.
 
Hay un segundo mecanismo de respuesta constituido por las soluciones ensayadas o puestas en práctica y que nos han funcionado, más o menos, cuando nos hemos enfrentado al problema. Este conjunto de soluciones, si nos ha servido una vez, tenderemos a repetirlas en el futuro ante situaciones semejantes. Conozco a una psicóloga que suele decir: “las conductas del pasado predicen las futuras conductas”, o sea en situaciones semejantes, en situaciones potencialmente conflictivas, las conductas empleadas en el pasado tenderán a repetirse en el futuro.
 
Las soluciones practicadas exitosamente con anterioridad no sólo volverán a ponerse en práctica con mayor probabilidad en el futuro, sino que podrán ser transmitidas de generación en generación mediante la educación. ¿Cuántos de nosotros no hemos corregido alguna vez a nuestros hijos usando frases que escuchábamos a nuestros padres (incluso las que no nos gustaban)? Al final, analizamos y nos enfrentamos a nuestro entorno memorizando fórmulas y estrategias de resolución puestas en práctica por nosotros mismos o por otros.
 
Resumiendo: en el futuro, ante la aparición de un nuevo problema, emplearemos bien la reacción emocional, bien la información aprendida de nuestro entorno familiar o cultural, bien los conocimientos acumulados por medio del ensayo-error a lo largo de la vida o bien una combinación de todo o parte de lo anterior. El objetivo de todo esto es conseguir soluciones adecuadas con el máximo ahorro posible de energía cerebral. De esta manera, el pensamiento, la herramienta que empleamos para la resolución de los problemas, se termina alimentando en cierto modo de la memoria.
 
El resultado es que vivimos y nos enfrentamos al mundo desde el condicionamiento. Nuestro pensamiento está limitado por los prejuicios personales heredados de nuestros padres, por la cultura en la que crecemos, por los periódicos que leemos, por las presiones e influencias de la vida cotidiana e incluso por el simple instinto de supervivencia. Lo que creemos un pensamiento libre termina siendo un pensamiento controlado por un inconsciente fabricado de instintos y pautas sociales que acaba decidiendo por nosotros.
 
Indudablemente un neurobiólogo o un psicólogo explicarían infinitamente mejor todo esto, corrigiendo las barbaridades que haya podido decir. La experiencia cotidiana nos muestra que las cosas son (más o menos) como las acabo de describir. Este ha sido simplemente el intento de un aficionado para explicar algo demasiado complejo. Cuando alguien me dice una palabra malsonante, supongo que es un ataque personal, exploto y no consiento que nadie me falte al respeto (de pequeño me enseñaron que no debía permitir que nadie lo hiciera). Cuando se me acerca alguien de una determinada etnia, mis pensamientos se disparan imaginando que viene a robarme (como suelen hacer las gentes de esa raza, ¿no es así como me lo cuentan las redes sociales?). Si veo en la televisión un bote neumático cargado de inmigrantes subsaharianos, enseguida me rasgo las vestiduras y digo: “¡vienen a tomar lo que, por derecho, siempre ha sido nuestro!” (porque está claro que sólo yo y los míos tenemos derecho a ciertas cosas que nos pertenecen).
 
La conclusión no es muy esperanzadora: nuestro pensar y actuar nunca son absolutamente libres. Nuestra “libertad” es un rehén de los condicionamientos, de la memoria y del prejuicio.
 
En una charla pública impartida por Jiddu Krishamurti en Nueva Delhi en febrero de 1960, el pensador explicaba cómo aprendemos a enfrentarnos al mundo y a resolver los problemas desde un pensamiento siempre condicionado, sesgado y, en definitiva, parcial. Sin embargo, el propio K. nos sugiere una salida, una nueva forma de aprendizaje que vaya a la auténtica raíz de muchos de los problemas.
 
 
Todo pensamiento es parcial, nunca puede ser global. El pensamiento es una respuesta de la memoria y la memoria siempre es parcial, porque es resultado de la experiencia, el pensamiento es la reacción de una mente condicionada por la experiencia. Todo pensar, toda experiencia, todo conocimiento, son inevitablemente parciales, de ahí que el pensamiento no pueda resolver nuestros numerosos problemas. Uno puede razonar lógicamente y con cordura acerca de esos innumerables problemas, pero si observa su propia mente verá que el pensar está condicionado por las circunstancias, por la cultura en la que ha nacido, por los alimentos que come, por el clima, por los periódicos que lee, por las presiones e influencias de su vida cotidiana. Está condicionado como comunista, socialista, hindú, católico, o lo que sea; está condicionado a creer o a no creer y como la mente está condicionada por su creencia o no-creencia, su conocimiento, su experiencia, todo pensamiento es parcial, no existe un solo pensamiento libre.
 
Así que debemos comprender muy claramente que nuestro pensar es una respuesta de la memoria y la memoria es mecánica. El conocimiento siempre es incompleto y todo pensamiento nacido del conocimiento es limitado y parcial, nunca libre, por eso no existe un pensamiento libre. Sin embargo, es posible empezar a descubrir una libertad que no depende del proceso del pensamiento, y en la cual la mente simplemente se da cuenta de todos los conflictos e influencias que inciden en ella.
 
¿Qué entendemos por “aprender”? Cuando uno se limita a acumular conocimientos e información, ¿es eso aprender? Esa es tan sólo una forma de aprendizaje, ¿verdad? Si uno estudia ingeniería, matemáticas, etc., empieza a aprender, se informa acerca de esa materia, acumula conocimientos para poder utilizar esos conocimientos de forma práctica, pero ese aprender es acumulativo, aditivo. Ahora bien, cuando la mente se limita a acumular, a añadir, a adquirir, ¿está aprendiendo o aprender es por completo diferente? A mi entender, el proceso de añadir que llamamos “aprender” no es aprender en absoluto, sólo consiste en ejercitar la memoria que se vuelve mecánica. Una mente que funciona mecánicamente como una máquina no es capaz de aprender; la máquina nunca será capaz de aprender, salvo en el sentido de añadir. Estoy tratando de mostrarles que aprender es algo completamente diferente.
 
Una mente que aprende nunca dice: "Ya lo sé", porque el conocimiento siempre es parcial, mientras que el aprender es siempre completo. Aprender no consiste en empezar con cierta cantidad de conocimientos e ir añadiendo más conocimientos, eso no es realmente aprender sólo es un simple proceso mecánico. Para mí, aprender es muy diferente, consiste en aprender acerca de sí mismo de momento a momento, y ese “sí mismo” es extraordinariamente vital; ese aprender es vivo, está en movimiento, no tiene principio ni fin. Si digo: "Me conozco a mí mismo", he dejado de aprender y sólo se trata de conocimiento acumulado porque aprender nunca es acumulativo: es un movimiento de ir conociendo, el cual no tiene principio ni fin.
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
En: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 18-19.