Llevo dos semanas escribiendo publicaciones que podrían ser catalogadas por algunos como “desesperanzadoras” o “fatalistas”. Confieso que no es un tema agradable de tratar, pero creo que es necesario hacerlo.
En la primera publicación hablaba de cómo en nuestras vidas nos encontraremos con pérdidas y cambios, con el envejecimiento, la enfermedad y, antes o después, con la muerte. ¿Alguna vez nos detenemos a considerar esta realidad? Y si lo hacemos, ¿cuánto tiempo tardamos en buscarnos una distracción para no tener que detenernos mucho en estos oscuros pensamientos?
Sin embargo, nada hay más sano que pensar, al menos un breve instante cada día, en esta realidad.
La segunda publicación era aún más dura. Lo que hemos vivido, nuestros recuerdos del pasado, nuestra biografía y nuestros proyectos futuros tan sólo son lágrimas en la lluvia. Todo terminará desapareciendo con nuestro último aliento, diluyéndose en la nada. ¿Para qué afanarnos por dejar un “legado” si probablemente nadie recordará que hemos sido nosotros quienes lo dejamos?
Sin embargo, nada hay más sano que pensar, al menos un breve instante cada día, en esta realidad.
¿Y dónde está lo “saludable” de este ejercicio?
En mi experiencia diaria con personas en la fase terminal de su enfermedad no dejo de pensar en lo siguiente: en cualquier momento también a mí puede llegarme el final y el problema no está en que eso pueda ocurrirme dentro de treinta años o mañana mismo, que mi final pueda ser de esta o de aquella manera, que poco importará que haya trabajado mucho por dejar un legado significativo para las generaciones futuras, que haya escrito más o menos libros, que haya tenido o no descendencia, que haya plantado todo un bosque de árboles… Lo verdaderamente importante, lo único necesario es saber a qué dedico este tiempo que ahora tengo entre mis manos, darme cuenta de cómo vivo mi tiempo presente y comprender que sólo el amor que yo dé y reciba será lo más valioso de mi existencia.
El Evangelio emplea una expresión muy sugerente: debemos permanecer en estado de vigilia, estar siempre alerta, siempre vigilantes, en todo momento expectantes. El maestro zen Thich Nhat Hanh nuevamente puede ayudarme a expresar mejor esta idea.
Tenemos que vivir profundamente cada momento que nos es dado vivir. Si eres capaz de vivir profundamente un solo momento de tu vida, puedes aprender a vivir del mismo modo el resto del tiempo. El poeta francés René Char dijo: «Si habitas un instante, descubrirás la eternidad». Convierte cada instante en una oportunidad de vivir profunda, felizmente y en paz. Cada instante es una oportunidad de hacer las paces con el mundo y de convertir la paz y la felicidad en algo que se halle al alcance de todos. El mundo necesita nuestra felicidad. La práctica de la vida despierta puede ser descrita, en ese sentido, como la práctica de la felicidad y del amor. Debemos cultivar, en nuestra vida, la capacidad de ser felices y de amar. La comprensión es el fundamento del amor, y la observación profunda, la base de la práctica.
Thich Nhat Hanh, Miedo. Vivir en el presente para acabar con nuestros temores.
Kairós, Barcelona 2013, p. 178.
El pasado ya no está aquí y el futuro aún no ha llegado. Lo único que verdaderamente existe es el momento presente y el amor con el que lo viva. Eso es lo único verdaderamente eterno.
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