EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 27 de diciembre de 2015

EL SACO PRODIGIOSO

Hoy me apetece hablar de los efectos terapéuticos de la risa. Para ello traigo esta tarde un relato recogido en el libro “Las Mil y Una Noches”.

 
Cuentan que el califa Harún Al-Rashid, atormentado una noche por uno de sus frecuentes insomnios, llamó a Giafar, su visir y le dijo:
 
- ¡Oh Giafar! Esta noche tengo el corazón extremadamente oprimido a causa del insomnio y ardo en deseos de ver cómo te las vas a arreglar para ensanchármelo.
 
Giafar le contestó:
 
- ¡Oh, Emir de los creyentes! Tengo un amigo llamado Alí el Persa, que posee en su alforja una gran cantidad de deliciosas historias, adecuadas para borrar las penas más tenaces y para calmar los humores más irritados!
 
Al-Rashid contestó:
 
- ¡Pues que venga tu amigo a mi presencia al instante!
 
Giafar lo trajo en unos momentos ante el califa, quien le hizo sentarse y le dijo:
 
- ¡Escucha, Alí! Me han dicho que sabes historias capaces de disipar la pena y el dolor y hasta de procurar el sueño a quien sufre de insomnio. ¡Quiero que me cuentes una de esas historias!
 
A lo cual, Alí el Persa respondió:
 
- Escucho y obedezco ¡Oh, emir de los creyentes! Pero no sé si debo contarte algo que haya oído con mis oídos o algo que haya visto con mis ojos.
 
AlRashid le dijo:
 
- Prefiero una historia en la que tú mismo intervengas.
 
Entonces dijo Alí el Persa:
 
- Un día, estaba yo sentado en mi tienda vendiendo y comprando, cuando llegó un kurdo para convenir conmigo algunos objetos. De pronto, se apoderó de un saquito que había delante de mí, y sin tomarse siquiera el trabajo de ocultarlo quiso llevárselo, como si fuera suyo desde que nació. Entonces, me planté en la calle de un salto, lo agarré por el faldón de su túnica y le insté a que me lo devolviera, pero él se encogió de hombros y me dijo: «Pero si este saco me pertenece con todo lo que tiene!» Entonces forcejeamos y a punto de ahogarme, grité: «¡Oh musulmanes, salvad de las manos de este no creyente lo que es mío!» Al oír mis gritos todo eh zoco se agolpó a nuestro alrededor y los mercaderes me aconsejaron que fuese a denunciar al kurdo ante el cadí. Acepté, y entre varios me ayudaron a arrastrar hasta la casa del cadí al kurdo que me había robado mi saco.
 
 
Cuando estuvimos en su presencia, nos mantuvimos respetuosamente en pie, y él empezó preguntándonos: «¿Quién de vosotros es el querellante y de quién se querella?» Entonces el kurdo, sin darme tiempo para abrir la boca, se adelantó algunos pasos y contestó: «¡Que Alá dé su apoyo a nuestro amo el cadí! Este saco, es mi saco y me pertenece con todo lo que contiene. ¡Lo había perdido y acabo de encontrarlo en la casa de este hombre!» El cadí le preguntó: «¿Cuándo ocurrió eso?» A lo que él respondió: «¡Lo perdí durante el día de ayer y su extravío me impidió dormir durante toda la noche!»
 
El cadí dijo: «¿Qué contiene ese saco?» Entonces, sin dudar un instante contestó el kurdo:
 
«¡Oh, nuestro amo el cadí! En mi saco hay dos frascos de cristal llenos de kohl y dos varillas de plata para extenderlo, un pañuelo, dos vasos de limonada con el borde dorado, dos antorchas, dos cucharas, un almohadón, dos tapetes para mesa de juego, dos pucheros con agua, dos canastas, una bandeja, una marmita, un depósito de agua de barro cocido, un cazo de cocina, una aguja gorda de hacer calceta, dos sacos con provisiones, una gata preñada, dos perras, una escudilla con arroz, dos burros, dos literas de mujer, un traje de paño, dos pellizas, una vaca, dos becerros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios de carreras con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván, dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos tiendas de campaña de tela verde, dos doseles, una cocina con dos puertas y una asamblea de kurdos de mi especie dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco».
 
Entonces el cadí se encaró conmigo y me preguntó: «¿Y qué tienes tú que decir a esto?»
 
«Yo, ¡oh Emir de los creyentes!, estaba estupefacto con todo aquello. Sin embargo, avancé un poco y contesté: «¡Eleve y honre Alá a nuestro amo el cadí! Yo también sé el contenido de mi saco: En él hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassara y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben Aad, un horno de herrero, una caña de pescar, un cayado de pastor cinco buenos mozos, doce jóvenes vírgenes y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!» Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas: «¡Oh nuestro amo el cadí! Este saco me pertenece y ello es conocido y reconocido, y todo el mundo sabe que es de mi propiedad ¡Además encierra dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes, y por último, un cadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!»
 
Al oír estas palabras, se encaró conmigo el cadí y me preguntó: «¿Qué tienes tú que contestar?»
 
Yo, ¡Oh, emir de los creyentes!, me sentía lleno de rabia hasta las narices. No obstante, me adelanté unos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: «¡Que Alá establezca y consolide el juicio de nuestro amo el cadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza, filtros y hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a cornadas, un parque con granados, hombres dados a las mujeres y otros aficionados a los muchachos, jardines llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, dos recién casados con todo su séquito de boda, gritos y chistes, unos amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada saliendo del hamman, veinte cantantes, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, sesenta persas, cuarenta cachemirienses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georgianas, todo el país de Irak, el paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes, una tabla de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de telas, veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, las ciudades de Gaza, Damieta y Assuán, el palacio de Khosrú-Anuschirván y el de Soleimán, todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahan, las Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán, contiene además ¡que Alá preserve los días de nuestro amo el cadí!, una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para la barba del cadí, si el cadí no quisiera reconocer mis derechos y sentenciar que este saco es mi saco!»
 
Cuando el cadí oyó todo aquello nos miró con asombro a los dos y dijo: «¡Por Alá! O sois unos bribones que os burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día del Juicio!»
 
Y para comprobar nuestras palabras, hizo que se abriera el saco ante testigos. ¡Contenía unas pieles de naranja y varios huesos de aceituna! Entonces, pasmado hasta el límite, declaré que el saco pertenecía al kurdo, pero que el mío había desaparecido, y me marché».
 
Cuando el califa Harún Al-Rashid hubo escuchado esta historia, la fuerza de la risa lo tiró de espaldas y le hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo sueño hasta bien entrada la mañana!

domingo, 20 de diciembre de 2015

LA UTILIDAD DE UNAS GAFAS.

Como se acerca la Navidad, fecha para hacer regalos, hoy quisiera traer a este lugar una mercadería de esas que a mí me gustan: algo que haga reír y que hable de regalos. La historieta cuenta lo siguiente...
 
 
Un joven que fue a la capital a solucionar unos asuntos, sabiendo que su novia necesitaba unas gafas y encontrando la ocasión de comprarle unas muy bonitas y baratas, entró en una óptica. Después de ver unas cuantas, se decidió por un determinado par. La dependienta se las envolvió y él pagó la cuenta, pero al marcharse, en lugar de tomar la caja de las gafas, cogió otra muy parecida que había al lado y que contenía unas bragas que seguramente se acababa de comprar alguna cliente de las que había en la óptica en aquel momento.
 
Mi amigo no se dio cuenta de la equivocación, así que desde allí se fue directamente a correos y le envió la caja a su novia junto con una carta. La novia recibió el paquete y quedó perpleja al ver su contenido, pero aún más al leer la carta que decía:
 
«Querida mía:
 
Espero que te guste el regalo que te envío, sobre todo por la falta que te hacen, ya que no tienes ningunas, pues llevabas mucho tiempo con las otras que tenias y estas son cosas que se tienen que cambiar de vez en cuando. Espero haber acertado con el modelo, la dependienta me dijo que eran la última moda y me enseñó las suyas, que eran iguales. Entonces yo, para ver si eran ligeras, las cogí y me las puse allí mismo. ¡No sabes cómo se rió la dependienta! Como te imaginarás estos modelos femeninos en los hombres quedan muy graciosos y más a mí, que ya sabes que tengo unos rasgos muy alargados. Una muchacha que había allí me las pidió, se quitó las suyas y se las puso para que yo viera el efecto que hacían, las vi estupendas, por eso me decidí y las compré.
 
Póntelas y enséñaselas a tus padres, a tus hermanos, en fin, a todo el mundo, a ver qué dicen. Al principio te sentirás muy rara, acostumbrada a ir con las viejas, y más ahora que has estado tanto tiempo sin llevar ninguna. Póntelas para ir por la calle y todo el mundo va a notar que las llevas. Si te quedan muy pequeñas me lo dices, no te vayan a dejar señal cuando te las quites. Ten también cuidado de que no te estén grandes, no sea que al andar se te caigan. Llévalas con cuidado y sobre todo, no vayas a dejártelas por ahí y las pierdas, que tienes la costumbre de llevarlas en la mano para que todos vean tus encantos. En fin, para qué te voy a contar más, sólo te digo que estoy deseando vértelas puestas. Creo que este es el mejor regalo que podía hacerte, cariño.»
 

domingo, 13 de diciembre de 2015

¿MONJES INÚTILES SOMOS?

 
Hace más de cinco años consideré la posibilidad de convertirme en monje y probé a vivir dos meses en un monasterio de la orden cisterciense. De aquellas anotaciones sobre lo ocurrido en el transcurso de cada día, hoy quiero recuperar algunas de sus líneas para este blog.
 
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9 de marzo de 2010 (Martes de la tercera semana de Cuaresma).
 
El trabajo de esta mañana ha estado dedicado, una vez más, tras una semana entera haciendo lo mismo, a pelar naranjas para la elaboración de la mermelada con la que estos monjes se ganan la vida. Todavía me impresiona verlos a todos (incluido el abad) pelando fruta en completo silencio. Pero lo mejor de todo es que he aprendido a estar centrado en el trabajo. Cuando estoy con la fruta, o envasando la mermelada, o incluso fregando las cacerolas, sólo tengo ante mí esa tarea. No hay en ese instante nada más que pueda distraerme. Este hecho hace que mi mente no divague demasiado y que en mi cabeza se hagan instantes de silencio. Sin embargo, debo reconocer que no todo es tan perfecto, ya que en algunas ocasiones acuden a mi mente, sin saber muy bien cómo, recuerdos de Madrid, palabras escuchadas aquí o situaciones vividas en estos días.
 
El maestro de novicios me recomendó al poco de llegar a este monasterio que dejase de hacer lectio con textos del Antiguo Testamento. En Madrid ya realizaba una lectura de la Biblia, y cada mañana leía un capítulo. Había comenzado por el libro del Génesis y ya andaba por el Segundo libro de Samuel. Sin embargo, a comienzos de este mes he iniciado la lectura del evangelio de Mateo, aunque no la estoy haciendo por capítulos. Aquí los objetivos de ese tipo no funcionan. Sólo leo lo que me da tiempo a meditar en el espacio que tenemos tras las vigilias. Si puedo meditar dos líneas, sólo dos líneas; si me da tiempo a leer una página entera, leo la página entera. El único objetivo es hacerlo reposadamente, dándome cuenta de lo que leo y de los pensamientos y sentimientos que en mí suscita la lectura.
 
 
La verdad es que noto cómo crece en mí un cierto deseo de profundizar en el estudio de la Biblia, sin embargo temo que este sólo sea fruto de una necesidad meramente intelectual. En esa trampa ya he caído en otras ocasiones: sólo intelectualizar, darle demasiado a la cabeza para extraer conclusiones morales, u obtener buenos materiales para sentar doctrina delante de otros.
 
Luego, en la oración personal me sigo sintiendo como el que está dando sus primeros pasos. Lo que más me sigue costando es guardar silencio interior en esos momentos, ya que, a veces, me es imposible controlar las idas y venidas de mi imaginación.
 
Afortunadamente he podido sacar tiempo para poder leer algunas páginas de dos de los libros que traje al monasterio. Uno de ellos es una recopilación de textos de Thomas Merton sobre el camino monástico. En la introducción, escrita por Raymond Panikkar, he podido leer lo siguiente:
 
Todo ser humano tiene una dimensión monástica, pero cada uno la realiza de distinto modo y la practica en distintos grados de pureza.
 
Esta frase viene a reforzar una interrogante que me ha surgido al hilo de la lectura de los libros que aquí me han dejado. Lo que he podido leer hasta hoy trata de la experiencia del encuentro con Cristo, del seguimiento, de la fe. Pero, ¿eso es lo específico del monje? Tengo en ocasiones la sensación de que lo que se dice en los primeros capítulos de estos libros no se refieren exclusivamente a la vida monástica (y eso que son libros sobre vida monástica). ¿Dónde está entonces la especificidad de esta forma de vivir?
 
La tarea peculiar del monje en el mundo actual es la de mantener viva la experiencia contemplativa y conservar abierto el camino para que el hombre moderno de la técnica recobre la integridad de su propia profundidad interior (Thomas Merton: Diario de Asia).
 
Ya desde antes de venir al monasterio no he dejado de hacerme la misma pregunta: ¿para qué sirve un monje? El abad tiene una respuesta muy curiosa a esta cuestión: «La gente dice de nosotros que no servimos para nada... y la verdad es que tienen toda la razón». O sea, que un monje NO SIRVE PARA NADA. ¿Entonces que hacen aquí?
 
Todo esto me hace pensar en la costumbre de valorar a todos los seres humanos por lo que hacen, por su “utilidad”. Al final, la pregunta es la misma: ¿eres útil o no? Y sin embargo, este hecho no deja de inquietarme: ¿no es ese el criterio que empleamos para excluir a tantos hombres y mujeres en nuestro mundo?
 
El cristiano, a mi entender, es aquel que sacrifica la media verdad por la verdad total; alguien que abandona un concepto incompleto e imperfecto de la vida por una vida unificada, integra y estructuralmente perfecta. Sin embargo, emprender una vida así no es el fin del itinerario, sino solamente el comienzo al que deberá seguir un largo viaje. Una angustiosa y a veces peligrosa búsqueda. El monje es, o por lo menos tendría que ser, el cristiano más comprometido en esta búsqueda. Su camino lo lleva a través de desiertos y paraísos de los que no existen mapas. Vive en regiones desconocidas de soledad, de vacío, de alegría, de perplejidad y de admiración (Thomas Merton).
 
El monje resulta ser, a la luz de esto, un hombre que busca, o mejor, que está comprometido con una búsqueda (a veces difícil, angustiosa, peligrosa e incomprendida). El monje no es alguien que busca hacer algo concreto, o estar en un lugar determinado. El monje es alguien en busca del ser, de un ser unificado, íntegro, consumado, completo.
 
Pero, ¿sólo el que elige ser monje puede seguir este camino?
 
 

domingo, 6 de diciembre de 2015

CREER O NO CREER

Actualmente estoy realizando un trabajo sobre acompañamiento espiritual a enfermos que no tienen creencias religiosas. Está tarea está transformando mi propia comprensión de lo que significa espiritualidad. Muchos piensan que es imposible hablar de espiritualidad sin hacer referencia a las creencias y a las confesiones religiosas. No obstante, cada día es mayor mi convencimiento de que Dios, el Misterio, lo Absoluto, lo Totalmente Otro, no tiene mucho que ver con todos nuestros sistemas de doctrinas que, a fin de cuentas, no son sino intentos (muy humanos y, por tanto, limitados) de comprender lo incomprensible, de abarcar lo inabarcable, de objetivar lo que no es cosificable.
 
Esta tarde quiero compartir un pequeño fragmento de Kishnamurti que habla de la necesidad de las creencias (¡ojo, no habla sólo de creencias religiosas!) y del obstáculo que suponen para dar el primer paso de todo camino espiritual: el conocimiento de lo que cada uno es.
 

Si lo examinan, verán que el miedo es una de las causas del deseo de aceptar la creencia, es decir, si no creyésemos en nada, ¿qué sucedería, no nos sentiríamos muy temerosos de lo que pudiera sucedernos? Si actuáramos sin ningún patrón de creencia, ya sea Dios, el comunismo, el socialismo, el imperialismo, un sistema religioso o cualquier dogma que nos condicione, nos sentiríamos totalmente perdidos, ¿verdad? ¿Acaso la aceptación de la creencia no sirve para encubrir nuestro miedo, el miedo de no ser nada realmente, de estar vacío? En última instancia, una taza sólo es útil si está vacía, y una mente llena de creencias, de dogmas, de conclusiones y de citas, no es creativa, es simplemente una mente que repite.
 
Escapar del miedo, del miedo al vacío, a la soledad, el deterioro, a no prosperar, a no triunfar a no ser algo o alguien, sin duda, es una de las causas de nuestra aceptación de las creencias con tanto entusiasmo y avidez; ahora bien, si aceptamos una creencia, ¿es posible comprenderse a sí mismo? Todo lo contrario, es evidente que una creencia, sea política o religiosa, impide el conocimiento propio, actúa como una pantalla a través de la cual nos observamos; por tanto, ¿es posible observarse a sí mismo sin creencias? Si eliminamos esas creencias, todas nuestras creencias, ¿queda algo que observar? Si la mente no se identifica con ninguna creencia, entonces es capaz de observarse a sí misma tal cual es, y, sin duda, ese es el inicio de la comprensión de uno mismo.
 
Fuente: Jiddu Krishnamurti, La libertad primera y última,
Kairós, Buenos Aires 2006, p. 64.