EL BLOG SE PRESENTA...

EL BLOG SE PRESENTA...

Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


lunes, 26 de diciembre de 2016

EXPERIMENTO NAVIDEÑO

Esta semana me han enviado este video navideño. Seguro que muchos ya han tenido la oportunidad de verlo porque circula en YouTube. A pesar de ello, no me he podido resistir a colgarlo hoy en este blog.
 
Alguien me ha dicho hace pocos días, haciendo referencia a este vídeo, lo siguiente: no desaproveches la oportunidad de descorchar el mejor vino que tengas. ¡HAZLO AHORA! No lo dejes para otra ocasión, no lo dejes para un momento especial en el futuro. Hazlo ya… y hazlo con aquellos con los que más quieres.
 
 

domingo, 18 de diciembre de 2016

ESTO SI QUE ES PROMOCIONARSE

Revolviendo entre los materiales que tengo archivados, he encontrado esta carta de presentación de un alumno que pretendía acceder a una universidad. Ignoro si consiguió la plaza, pero sólo por la creatividad ya se lo merecía.
 
 
A FIN DE QUE EL COMITÉ DE ADMISIONES PUEDA HACERSE UNA IDEA LO MÁS EXACTA POSIBLE DEL SOLICITANTE, ÉSTE DEBERÁ RESPONDER DETALLADAMENTE A LA SIGUIENTE PREGUNTA: ¿HA TENIDO VD. ALGUNA EXPERIENCIA SIGNIFICATIVA O HA REALIZADO VD. ALGÚN HECHO IMPORTANTE QUE LE HAYA AYUDADO A DEFINIRSE COMO SER HUMANO?
 
Soy una persona muy activa. No es raro verme escalando las cumbres más elevadas o caminando sobre los hielos polares. En los descansos del mediodía, remodelo estaciones de tren, optimizando su eficiencia y su comodidad. He traducido obras clásicas para refugiados cubanos y de otras nacionalidades. He escrito óperas y administro mi tiempo de un modo muy práctico. He caminado sobre el agua durante tres días seguidos. A las mujeres, las hipnotizo con el sonido de mi trombón. He pilotado bicicletas en pendientes muy pronunciadas a una velocidad extraordinaria. Cocino con habilidad y se me considera un experto en construcción, un artista en el amor y un delincuente en Perú.
 
Utilizando sólo un azadón y un vaso de agua, en una ocasión defendí a un poblado del Amazonas de un feroz ejército de hormigas. Toco el violonchelo y he aparecido en numerosos documentales. Cuando me aburro, construyo puentes colgantes en el patio de mi casa y los martes, después de la escuela, reparo electrodomésticos gratuitamente. Soy pintor abstracto, pensador concreto y lector apasionado. Los críticos literarios de todo el mundo aclaman mis escritos. No sudo. Soy un ciudadano común y tengo mi vida privada, pero cada día recibo miles de cartas de mis fans. Soy experto en la cuerda floja y mis arreglos florales me han hecho famoso en los círculos botánicos internacionales. Los animales me hablan y los niños confían en mí. Puedo lanzar una raqueta de tenis contra un pequeño objeto que se mueva a gran velocidad con una precisión mortal. Una vez leí Guerra y Paz, Cuerpos y Almas y El Paraíso Perdido en un solo día y todavía me sobró tiempo para volver a tapizar por com¬pleto los muebles del salón. Conozco la situación exacta de todos y cada uno de los artículos que hay en el supermercado. He realizado misiones para el FBI y la CIA. Duermo sólo una vez por semana y cuando duermo, lo hago sentado en una silla. Estando de vacaciones en Canadá negocié con unos terroristas que se habían apoderado de una pequeña panadería. Hablo finlandés y swahili —entre otros diecisiete idiomas— y las leyes de la física no me afectan. Sé tejer regatear y levitar y además, pago mis deudas puntualmente. Los fines de semana practico el origami. Hace años descubrí el significado de la vida, pero se me olvidó anotarlo. Crío mejillones gigantes y puedo preparar una comida de cuatro platos utilizando sólo una batidora y un tostador de pan. He toreado en San Juan, he ganado concursos de buceo en Sri Lanka y certámenes de poesía en Moscú. He interpretado a Hamlet, he realizado operaciones a corazón abierto y he hablado con Elvis Presley.
 
Pero todavía no he podido ingresar en la universidad.

domingo, 11 de diciembre de 2016

LOS DOS SOÑADORES

Ante los sueños sólo caben dos actitudes... Este hermoso cuento habla de eso mismo: de sueños... y de actitudes frente a ellos.

 
En la ciudad de Ispahan, en Persia, vivía hace tiempo un campesino muy pobre, que no tenía más que una humilde casita baja del color de la tierra dorada por el sol. Delante de la casa había un pedregal y, en su extremo, una fuente y una higuera. Eso era todo lo que poseía.
 
Este hombre, que trabajaba mucho para recoger poco, tenía costumbre de dormir la siesta a la sombra de la higuera cuando el reloj de sol medio borrado que estaba sobre la fachada indicaba el mediodía. Y sucedió que una tarde, mientras sesteaba con la nuca apoyada en el tronco del árbol, tuvo un hermoso sueño. Se vio caminando por una ciudad populosa, vasta y magnífica. A lo largo de la calle por la que marchaba despreocupado había tiendas rebosantes de frutos y especias, de cueros y telas multicolores. A lo lejos, minaretes, cúpulas y palacios de color dorado se recortaban en el cielo azul. Nuestro hombre, contemplando con arrobo aquellas riquezas y bellezas, y los rostros afables de la gente a su alrededor, llegó pronto, radiante por la felicidad de ese sueño bendito, a la orilla de un río atravesado por un puente de piedra. Se acercó al puente y se detuvo, maravillado, al pie del primer mojón. Allí, en un gran cofre abierto, halló un prodigioso tesoro de piezas de oro y piedras preciosas. Entonces oyó una voz que le dijo:
 
— Estás en la gran ciudad de El Cairo, en Egipto. Estos tesoros te están destinados, amigo.
 
Apenas escuchó estas palabras en su interior, se despertó bajo su higuera, en Ispahan.
 
Al momento pensó que Alá le amaba y deseaba enriquecerle. «En realidad —se dijo—, este sueño no puede ser más que el fruto de su indulgente bondad». Entonces preparó su petate, escondió la llave de la casucha entre dos piedras del muro y se marchó de inmediato a la tierra de Egipto, a buscar el tesoro prometido.
 
 
El viaje fue largo y peligroso, pero había sido agraciado por la naturaleza con unos andares firmes y una salud de hierro. Escapó de los bandoleros, de los animales salvajes y de las trampas del camino y, al cabo de tres duras semanas, llegó por fin a la gran ciudad de El Cairo. Encontró la ciudad exactamente como la había visto en su sueño: sus pies hollaron las mismas calles. Caminó entre la misma multitud despreocupada, a lo largo de las tiendas que desbordaban de todos los bienes del mundo. Se dejó guiar por los mismos minaretes, a lo lejos, bajo el cielo límpido. Llegó así a la orilla del mismo río al que atravesaba el mismo puente de piedra. A la entrada del puente estaba el mismo mojón. Corrió hacia él, con las manos extendidas ya hacia la suerte, pero casi inmediatamente se agarró la cabeza gimiendo. Allí no había más que un mendigo, que extendió la mano hacia él esperando un mendrugo de pan. Del tesoro, ni el menor rastro.
 
Entonces nuestro cazador de sueños, en el límite de sus fuerzas y de sus recursos, se desesperó. «Para qué voy a vivir a partir de ahora —se dijo—. Ya no puede ocurrirme nada deseable en este mundo». Con la cara empapada de lágrimas, pasó las piernas por encima del parapeto, decidido a arrojarse al río. El mendigo le agarró por la punta del pie, le echó sobre el em-pedrado del puente, le agarró por los hombros y le dijo:
 
— Pobre loco, ¿por qué tienes tanta prisa por morir?
 
El otro, sollozando, se lo contó todo: el sueño, su esperanza de encontrar un tesoro, su largo viaje. Entonces el mendigo se echó a reír a carcajadas, se golpeó la frente con la palma de la mano y le dijo, señalando a su alrededor como un bufón en plena actuación:
 
— He aquí al más perfecto idiota de la tierra. ¡Qué locura haber emprendido un viaje tan peligroso fiándose de un sueño! Yo me creía poca cosa pero, a tu lado, buen hombre, me siento sabio como un santo derviche. Yo, quien te habla, hace años que todas las noches sueño que me encuentro en una ciudad desconocida. Creo que su nombre es Ispahan. En ella hay una casita baja del color de la tierra dorada por el sol, con la fachada pobremente adornada con un reloj de sol medio borrado. Delante de la casa se ve un pedregal y, en su extremo, una fuente y una higuera. Todas las noches, en mi sueño, cavo un hoyo profundo al pie de la higuera y descubro un cofre lleno hasta los bordes de piezas de oro y de piedras preciosas. ¿Acaso he soñado nunca con correr hacia ese espejismo? No. Yo soy un hombre razonable. Me he quedado mendigando tranquilamente mi sustento sobre este puente tan transitado. Los sueños, sueños son. Donde Dios te ha puesto, allí debes permanecer. Vete, medita y en el futuro no seas tan ingenuo y te irá mejor.
 
El campesino reconoció en la descripción su casa y su higuera. Con la cara súbitamente radiante, abrazó al mendigo, que se quedó estupefacto por ese acceso de entusiasmo, y regresó a Ispahan, corriendo y saltando como movido por una alegría inagotable. Cuando llegó a su casa, no se tomó ni el tiempo de abrir la puerta, sino que agarró un pico y cavó un gran hoyo al pie de su higuera, hasta que descubrió un inmenso tesoro. Entonces, arrojándose rostro a tierra, exclamó:
 
— ¡Alá es grande y yo soy su hijo!
 
Fuente: Henri Gougaud, Cuentos africanos,
Ediciones Sígueme, Salamanca, 2003, pp. 143-145.

domingo, 4 de diciembre de 2016

LOS DOS LOBOS

Acabo de recibir este cuentecito y no me he podido resistir a dejarlo hoy en este blog.
 
Cuenta una historia que un anciano cherokee les estaba hablando a sus nietos sobre la vida. Les decía:
 
“En mi interior tiene lugar una batalla...es una pelea terrible entre dos lobos. Un lobo representa el miedo, el odio, la ira, la envidia, la avaricia, la arrogancia, el resentimiento, la culpa, la autocompasión, la inferioridad, la mentira y el ego. El otro lobo es la alegría, la paz, el amor, la bondad, la esperanza, la serenidad, la compasión, la generosidad, la amabilidad, la amistad, la humildad y la verdad”.
 
Miró a los niños y les dijo: “Esa misma lucha está teniendo lugar en vuestro interior y en el interior de cualquier persona que viva”.
 
Los niños se quedaron un rato pensativos, y al fin uno de los nietos preguntó a su abuelo: “¿Y cuál de los dos lobos ganará?”
 
Y el anciano respondió: “Ganará el lobo al que más alimentes”.
 

domingo, 27 de noviembre de 2016

MÁS BARROCO

Como la semana pasada ya compartí un par de videos con piezas musicales de Haendel y Vivaldi, esta tarde me he animado a traer a este blog dos nuevas piezas. La primera es la Sarabande de Haendel. Ya conté hace unos cuantos meses que, desde hace dos años intento aprender a tocar el piano (Musicoterapia). Esta pieza es la que estoy intentando practicar desde hace unos días a base de destrozar oídos ajenos. Para consuelo de lectores, la versión que aquí dejo hoy es la de la pianista sirio-francesa Racha Arodaky.
 
La segunda es, en mi humilde opinión, una de las arias más hermosas de Haendel: Ombra mai fu, de la ópera Xerxes, interpretada por mi admirado Philippe Jaroussky.
 
La intención de compartir de nuevo mi pequeña pasión por el piano y por la música barroca es la de expresar una vez más mi convencimiento sobre los beneficios de la música en nuestra salud emocional y espiritual.
 
Espero que lo disfrute todo el que lo escuche.
 
 
 
 

domingo, 20 de noviembre de 2016

BARROCO

Esta tarde no tengo muchas ganas de escribir, pero no quiero dejar de traer a esta plaza alguna de las mercaderías que me encuentro a veces por internet.
 
Confieso que tengo debilidad por la música barroca, y hoy quiero compartir estas dos hermosísimas arias. La primera se titula Vedro con mio diletto, perteneciente a la opera de Antonio Vivaldi Il Giustino. La segunda es, quizá, mucho más conocida: Lascia ch’io pianga, de la ópera Rinaldo, de Haendel. Ambas están interpretadas por el célebre contratenor francés Philippe Jaroussky (su voz es otra de mis debilidades).
 
No es mi intención contar detalles eruditos sobre las óperas en cuestión, ni de sus autores, ni de las arias que siguen a estas líneas, ni de la extraordinaria voz de Jaroussky (quien quiera conocer más, tiene la Wikipedia). Yo simplemente quiero compartir el pacer de esta música. Una buena terapia para esta tarde de domingo.
 
 
 

domingo, 6 de noviembre de 2016

EL CAMINO

Había una vez un príncipe llamado Tsao. Era un joven robusto, de gran belleza y de inteligencia brillante, y que, sin embargo, vivía en estado de perpetua desdicha y rabia. Se mezclaba en indignas peleas en los barrios bajos de la capital, bebía y llevaba una vida disoluta que le ocupaba cada una de las noches de su vida, sumiéndolo en la infelicidad.
 
Cierta noche, en el rincón de una mugrienta taberna, con la mente abrumada por el sufrimiento y después de haberse emborrachado a más no poder, rodeó por el talle a una criada adolescente que pasaba a su lado y quiso llevársela al jergón de un cuartucho. Ella se resistió. Hostigado por unos compañeros tan borrachos como él, que le desafiaban entre risas a que sometiera a la muchacha, la golpeó hasta dejarla inerte sobre una mesa. A continuación abandonó el lugar huyendo de la claridad gris del día que empezaba a despuntar.
 
Marchó con la mirada perdida, sin ver nada del mundo que se despertaba, y salió de la ciudad. Cuando las brumas del alcohol se disiparon en su mente, se halló en campo abierto, camino de las montañas del oeste. Entonces su existencia le resultó tan vergonzosa y desoladora que decidió abandonar para siempre los palacios perfumados que poblaban sus días y los bajos fondos que llenaban sus noches. Sólo la soledad le parecía deseable a partir de ese momento. Mientras caminaba hacia las montañas de inaccesibles cimas con la cara golpeada por el viento y los ojos ardiéndole de tanto enjugarse las lágrimas, deseó incluso encontrarse con algún animal salvaje que le atravesara el pecho con sus garras y pusiera así fin a su andar errante, mas ninguno vio.
 
A los tres días de agotadora huida, llegó al pie de los montes. Tras un breve descanso nocturno, inició la ascensión. Poco a poco dejó entre los arbustos sus vestidos bordados convertidos en harapos; a los soles y a las tempestades entregó la seducción de su rostro; y a la rudeza de las rocas, la potencia agresiva de su cuerpo. Se instaló en una cueva y durante tres años se alimentó de frutos, raíces y nueces silvestres sin esperar otra cosa que la muerte. Pero la muerte no llegó.
 
Entonces trepó más arriba, donde sólo escasas briznas de hierba surgían entre las rocas, y mientras subía hacia las alturas, donde no llegaban los senderos, su antigua vida de desenfreno se le antojó tan lejana que dudó haber sido él quien la había vivido. Las mujeres, el lujo y el vino ya no le importaban. Se dijo que tal vez se hubiera convertido en un espíritu del viento, y eso le hizo reír. Verdaderamente, cualquiera que pasara entre las rocas donde vivía le hubiera tomado por un loco viéndole vagar desnudo, sostenido por sus flacas piernas, con su terrosa cabellera que se le confundía con la barba. A veces, con los ojos relucientes como dos estrellas negras entre la maraña de su rostro, se quedaba largas horas inmóvil, contemplando la cima nevada de la montaña, donde no esperaba que llegara nadie.
 
Aquella cima le llenaba de una paz infinita. Durante quince años no supo por qué, hasta que un día llegó alguien desde las nieves perpetuas: un hombre casi transparente de lo pálido y delgado que estaba. Iba vestido con una túnica roja que ni viento polvoriento ni rama espinosa parecían haber rozado jamás. El hombre era uno de esos inmortales que vivían en otro tiempo en lo más alto de la montaña del oeste. Tsao no se extrañó de verle. El inmortal se sentó a algunos pasos de él, sobre una piedra. Tsao se acercó y se sentó enfrente, como para entablar una conversación, pero no se le ocurrió nada que tu-viera ganas de decir. A su alrededor no había más que el viento y la luz del cielo.
 
— ¿Te acuerdas de que fuiste un príncipe? —le preguntó su visitante, con voz clara y apacible—.
—¿Príncipe? —le contestó Tsao—.
— No sé lo que significa esa palabra.
— ¿Qué buscas en estas montañas?
— Nada —respondió Tsao—. Sigo mi camino.
— ¿Y dónde se encuentra tu camino? Tsao levantó la cabeza y señaló el cielo.
— ¿Y dónde se encuentra el cielo? —preguntó el hombre. Tsao posó la mano sobre su pecho y señaló así su corazón. Entonces el hombre sonrió.
— Bienvenido al hogar de los inmortales —dijo.
 
Y se marcharon juntos hacia la cima.
 
Fuente: Henri Gougaud. Cuentos del extremo oriente.
Sígueme. Salamanca, 2004, pp. 19-21.
 

domingo, 30 de octubre de 2016

DIARIO DE UN CUBANO

Una de las cualidades que hacen que el ser humano sea eso mismo (humano) es su capacidad de generarse expectativas. Lo malo es que los deseos se cumplan con creces… hasta convertirse en una maldición.
 
Para entender esto, hoy traigo este hilarante testimonio que circula por la red…
 
Agosto 12
Hoy me mudé a mi nueva casa en el estado de Pennsylvania. ¡Qué paz! Todo es tan bonito aquí... Las montañas son tan majestuosas. Casi que no puedo esperar para verlas cubiertas de nieve. Qué bueno haber dejado atrás el calor, la humedad, el tráfico, los huracanes y el cubaneo de Miami. Esto sí que es vida.
 
Octubre 14
Pensylvania es el lugar más bonito que he visto en mi vida. Las hojas han pasado por todos los tonos de color entre rojo y naranja. Qué bueno tener las cuatro estaciones. Salí a pasear por los bosques y por primera vez vi un ciervo. Son tan ágiles, tan elegantes, es uno de los animales más vistosos que jamás he visto. Esto tiene que ser el paraíso. Espero que nieve pronto. Esto sí es vida.
 
Noviembre 11
Pronto comenzará la temporada de caza de ciervos. No me puedo imaginar a nadie que quiera matar una de esas criaturas de Dios. Ya llegó el invierno. Espero que nieve pronto. Esto sí es vida.
 
Diciembre 2
Anoche nevó. Me desperté y encontré todo cubierto de una capa blanca. Parece una postal... una película. Salí a quitar la nieve de los escalones y a dar pala en la entrada. Me restregué en ella y luego tuve una pelea de bolas de nieve con los vecinos (yo gané), y cuando la niveladora de nieve pasó, tuve que volver a dar pala. ¡Qué bonita nieve! Parecen moticas de algodón esparcidas por todos lados. ¡Qué lugar tan bonito! Pennsylvania sí que es vida.
 
Diciembre 12
Anoche volvió a nevar. Me encanta. La niveladora me volvió a ensuciar la entrada, pero bueno... qué le vamos a hacer, de todas maneras, esto sí es vida. Diciembre 19 Anoche nevó otra vez. No pude limpiar la entrada por completo porque antes que acabara, ya había pasado la niveladora, así que hoy no pude ir al trabajo. Estoy un poco cansado de dar pala en esa nieve. ¡Cabrona niveladora! ¡Qué vida!
 
Diciembre 22
Anoche volvió a caer nieve, o mejor dicho... mierda blanca. Tengo las manos hechas mierda y llenas de callos de la pala. Creo que la niveladora me vigila desde la esquina y espera a que acabe con la pala para pasar. ¡Puta madre que la parió!
 
Diciembre 25
Felices Navidades blancas, pero blancas de verdad, porque están llenas de mierda blanca. ¡Coño!... ¡Carajo! Si cojo al hijo de la gran puta que maneja la niveladora, te juro que lo mato. No entiendo por qué no usan más sal en las calles para que se derrita más rápido este cabrón hielo de mierda.
 
Diciembre 27
Anoche todavía cayó más mierda blanca de ésa. Ya llevo tres días encerrado. Salgo nada más cuando tengo que dar pala en la nieve después de que pasa la niveladora. No puedo ir a ningún sitio. El coche está enterrado bajo una montaña de nieve negra. El noticiero dice que esta noche van a caer 10 pulgadas más de nieve. No lo puedo creer.
 
Enero 4
Al fin, hoy pude salir de casa. Fui a buscar comida y un ciervo de mierda se metió delante del coche y lo maté. ¡Carajo! El arreglo del coche me va a salir como en tres mil dólares. Estos animales de mierda deberían ser envenenados. Ojalá los cazadores hubieran acabado con ellos el año pasado. La temporada de caza debería durar el año entero.
 
Marzo 15
Me resbalé en el hielo que todavía hay en esta puta ciudad y me partí una pierna. Anoche soñé que sembraba una palma real.
 
Mayo 3
Cuando me quitaron el yeso, llevé el coche al mecánico. Me dijo que por debajo estaba todo oxidado por culpa de la sal de mierda que echaron en la calle. ¿A quién coño se le ocurre? ¿Es que no hay otra forma de derretir el hielo?
 
Mayo 10
Me mudé otra vez a Miami. ¡Esto sí es vida! ¡Qué delicia! Calor, humedad, tráfico, huracanes y cubaneo. La verdad es que cualquiera que se le ocurra vivir en esa Pennsylvania de mierda tan solitaria y fría es un comemierda y tiene que estar, no solo cagalistroso, sino loco para el carajo. ¡Esto sí es vida!
 
 

domingo, 23 de octubre de 2016

UN LADO POSITIVO PARA LAS COSAS

Este fin de semana en Madrid ha sido lluvioso. En días como estos uno se siente con menos ganas de hacer, con más ganas de estar acurrucado en la poltrona, como si estar en modo “ahorro de energía” fuese una necesidad. Mi madre, que en su juventud trabajó en Inglaterra, nos contaba como le recordaban a aquellos días lluviosos propios del clima británico, muy tristes al no poder ver el sol.
 
Casualmente esta misma tarde ha caído en mis manos esta mercancía procedente del UK: la mejor gamberrada del grupo Monty Python, que transmite positivismo y “buen rollito”…
 
Vamos, digo yo.
 
 

domingo, 16 de octubre de 2016

LA SENDA POR ANDAR

En el Camino de la Costa, entre Laredo y Santander, hay un pequeño pueblo llamado Güemes. Allí tuve la oportunidad de conocer al párroco de aquel lugar, Ernesto Bustio, un personaje conocido por muchos de los peregrinos que alguna vez han hecho aquella ruta. El padre Ernesto (o Ernesto, como él solía presentarse) dirige, junto con un nutrido grupo de voluntarios, el albergue de peregrinos: la “Cabaña del abuelo Peuto”. Todas las tardes Ernesto tenía la costumbre de reunir a los peregrinos en la biblioteca del albergue para explicarles la historia de Brezo, la ONG para el desarrollo de la que terminó surgiendo (sin pretenderlo) este increíble lugar de acogida de caminantes.
 
En su charla, Ernesto nos decía una frase: «El Camino es un lugar de encuentro con uno mismo (con sus límites y sus posibilidades), de encuentro con los demás (los otros peregrinos o las gentes del lugar), de encuentro con el medio ambiente, con la naturaleza y, para los creyentes, un lugar de encuentro con Dios». Después de escucharlas, estas palabras no dejaron de dar vueltas en mi cabeza los siguientes días de camino.
 
 
Una semana más tarde, conocí en uno de los albergues a una pareja de peregrinos con muchos más “Caminos” y kilómetros en sus piernas que yo. Hablábamos de ésta experiencia que estábamos haciendo y, con la ingenuidad del principiante, yo me puse a pontificar utilizando las palabras de “San Ernesto”. La respuesta que me dio uno de aquellos peregrinos me dejó “planchado”: «El camino es algo muy personal y aquí cada cual tiene sus propias motivaciones cuando lo hace. Luego, cuando cada uno regrese a su casa, podrá hacer todas las intelectualizaciones que quiera sobre su experiencia».
 
Durante mi experiencia como peregrino del Camino de Santiago pude cruzarme con gentes de todos los colores, olores y sabores. Conocí a quienes parecían creer que el Camino era alguien a quién se tiene que vencer, un reto que superar en un plazo de tiempo concreto; también conocí peregrinos más tranquilos, sin prisas ni metas prefijadas, con la simple intención de disfrutar del camino andado. Algunos iban más rápido, y otros más lento. Unos buscaban afrontar un desafío deportivo; otros hacer un reportaje fotográfico; otros hacer turismo; otros disfrutar de la arquitectura, de la naturaleza o del paisaje; otros encontrarse con las gentes del Camino. Había quien buscaba ligar con las peregrinas, pero también quien deseaba tener una honda experiencia espiritual o de encuentro consigo mismo. Unos elegían el camino oficial, mientras que otros preferían andar por rutas alternativas. Y también los había que, de todo lo dicho, buscaban un poco de cada.
 
Pasados los años, no puedo restarle un gramo de verdad a las palabras de Ernesto Bustio. No me cabe la menor duda que el Camino es lugar de encuentro con uno mismo, con los demás, con el entorno y, para aquellos que lo buscan, con Dios. Sin embargo, cada uno camina como quiere y por donde ha decidido. Sólo toca respetar las opciones de cada cual, aunque muchas veces se caiga en la tentación de dar lecciones de cómo andar un Camino “más auténtico”, como si tu forma de hacerlo fuera la correcta. Al final, lo único seguro que puedes afirmar es que tú no caminarías de la forma que otros lo hacen, y que tú has decidido hacer tu Camino a tu modo.
 
Dicho esto, voy a “intelectualizar” un suceso de aquella experiencia.
 
CONTINUARÁ…
 

domingo, 9 de octubre de 2016

LO QUE GUARDÉ, PERDÍ

Hace dos semanas colgué un cuento al que no le quise añadir ni moraleja ni explicación (La muerte de un idiota). Ya he dicho en otro lugar de este blog que lo que menos me gusta es darle una interpretación “oficial” a estas historias, ya que cada una deja su particular huella en cada persona.
 
Por supuesto, hoy no pretendo romper mi propia norma y dejar una enseñanza de aquel cuento. Sin embargo, esa historia me ha traído el recuerdo de los días anteriores a la finalización del Camino de Santiago que hice hace seis años. Ese recuerdo sí que me dejó una pequeña lección y ahora me gustaría compartirla.
 
* * *
 
Yendo por el Camino Primitivo (el que transcurre por el interior de Asturias y pasa por Lugo) me tocó aguantar varias jornadas de nubes y lluvias más o menos intensas, según el día. Tuve que atravesar algunas veces por lo que los paisanos llamaban “caminos con charcos” (una cosa que, en mi pueblo, que es más de secano, se conoce como “pantanos llenos de lodo”). Tras nueve días de precipitaciones, deseaba con todas mis ansias abandonar de una vez por todas el capote para la lluvia y los pantalones impermeables. Las botas siempre terminaban cada etapa completamente mojadas y los pies ya se habían acostumbrado a una constante humedad sin que hubiesen sufrido (milagrosamente) ni una sola ampolla.
 
 
Aquel noveno día de aguaceros tocaba subir hasta el Puerto del Palo desde Pola de Allande. El ascenso comenzaba con un impresionante sendero hasta un lugar llamado La Reigada, rodeado todo el tiempo por bosques autóctonos en las laderas de la montaña. Semejante espectáculo fue lo mejor de aquella jornada y, aunque pueda resultar paradójico, el bosque me parecía aún más bello cuando lo caminaba bajo la lluvia. Aquella fue una experiencia dura, pero hermosísima.
 
Conforme subía al puerto, la lluvia cesó. Sin embargo, la niebla se iba cerrando cada vez más entorno a mí. Los bellos paisajes de bosques dejaron de verse y cualquier panorámica desde el alto se hizo imposible. Era toda una fortuna si la vista llegaba hasta cien metros. A mi alrededor podía ver algo de ganado suelto y se escuchaban los cencerros de los animales que la vista no lograba alcanzar. Aparte de algún que otro tintineo aislado de las reses pastando en medio de la bruma, sólo podía escuchar el viento y mi respiración. En aquel paraje, en medio de la niebla, la humedad y el frío, sólo se escuchaba el esfuerzo.
 
Superado el puerto, el resto del camino era bajada hasta un pueblito llamado Berducedo, cerca del límite entre Asturias y Galicia. Fue allí, después de todo aquel tiempo caminando bajo la lluvia y sin que despuntase ni un miserable rayo de sol entre las nubes, donde comencé a ver de nuevo el azul del cielo.
 
Al día siguiente, en la subida desde Berducedo hasta Buspol pude disfrutar de mi primer amanecer soleado y sin nubes de tormenta. Las vistas que desde allí se tenían del embalse de Salime eran magníficas. Luego, la bajada hasta la presa, marchando por una senda forestal rodeada de pinos, fue algo verdaderamente extraordinario: aquel era un camino para disfrutar.
 
Recuerdo que, haciendo esa bajada, meditaba sobre las razones para hacer el Camino. Sé que hice grandes reflexiones de las que ahora ni me acuerdo. Pensaba en las motivaciones de la peregrinación, en el simbolismo del Camino, en el sentido de la vida y en todas esas chorradas. Sin embargo, en aquel mismo instante me di cuenta de que había dedicado más de la mitad del Camino a teorizar sobre el propio Camino, pero, ¿me había encontrado con lo que me rodeaba mientras tanto? Los recuerdos más vívidos e intensos que guardo del Camino son los de aquellos últimos días de peregrinación, pero ¿y de lo anterior? ¿Cuántas cosas me perdí durante los primeros kilómetros de mi itinerario mientras caminaba distraído en mis meditaciones?
 
Como decía el cuento del otro día: el regalo más importante que nos da esta vida es la oportunidad.
 
Un par de días más tarde, ya en la provincia de Lugo, entre A Fonsagrada y O Cádavo pasaba por un pueblo llamado Paradavella. Casi sin darme cuenta, saliendo de la senda que transitaba entre la arboleda, me fui a dar de bruces con un pequeño bar. Allí decidí hacer un alto y tomar un pequeño refrigerio. La muchacha que me estuvo atendiendo me dio un rato de conversación. Comenzamos a hablar sobre los peregrinos. Ella se sorprendía de aquellos que pasaban a toda velocidad frente al bar, sin apenas detenerse a ver lo que había por allí. No se quejaba de que no se detuviesen en su negocio a hacer algo de gasto; lo que le resultaba inexplicable era que tanta gente pudiera tener tanta prisa por llegar al final de la etapa. Yo también compartía su sorpresa y me hacía de cruces por “esa clase” de peregrinos.
 
Sin embargo, hoy dudo de que me distinguiera mucho de ellos.
 
Da igual que vayas corriendo intentando alcanzar un objetivo o que no dejes de darle vueltas a la cabeza sobre el sentido que lo que te puede estar ocurriendo, al final puedes perder lo más importante: vivir la propia experiencia con una mínima actitud contemplativa.
 
Durante aquellos días de peregrinación no había dejado de reflexionar sobre el significado de las flechas amarillas, sobre el sentido que le podía dar a mi propia sombra proyectada frente a mí cuando el sol se elevaba a mi espalda mientras caminaba, o sobre el simbolismo de otros mil accidentes del Camino. En el fondo, tengo la impresión de que todo esto no era sino el fruto de una humana necesidad de sentir que todo encaja. No obstante, a veces dudo de que no haya sido todo ello una lamentable pérdida de tiempo y una tarea que distraía mi atención de lo verdaderamente importante.
 
Recuerdo ahora otra anécdota de esos días. Fue entre A Lastra y el alto de Fontaneira. En medio de mis pensamientos, se me ocurrió levantar la vista. En ese preciso instante, delante de mí, saliendo de entre los árboles que rodeaban el camino, se me cruzó una corza como una exhalación. ¡Me hubiese perdido aquel instante si hubiese permanecido con la mirada clavada en el suelo, enredado en mis solitarias cavilaciones!
 
Cuando me quedaban menos de ciento cincuenta kilómetros para llegar a mi meta en Santiago, cuando ya había caminado mucho más de seiscientos kilómetros, descubrí que el Camino (el que yo estaba haciendo) no estaba para pensar y hacerse preguntas, sino para vaciar la mente de pensamientos e interrogantes. Mientras hacía mil consideraciones, perdía la oportunidad de darme cuenta de lo verdaderamente importante: lo que acontecía a mi alrededor.
 
 
¡Qué fácil resulta distraerse y perder el tiempo intentando elaborar hipótesis personales! ¡Qué sencillo no darse cuenta de lo que la vida te pone delante a cada instante, no aceptar lo que es, no disfrutar lo presente!
 
¡A veces siento que sólo he oído el ruido que hace mi voz, no el sonido de lo que me ha rodeado!
 
¡Ahora comprendo lo fácilmente que he dejado alejarse la oportunidad!
 
* * *
 
Acude ahora a mi memoria un último recuerdo “peregrino”. En Asturias, cuando hice el Camino, pasé a unos siete kilómetros de Llanes por un pueblecito llamado Barru. A la entrada había una pequeña capilla en cuyo interior pude leer la siguiente inscripción, que aquí dejo para dejar al lector pensando un buen rato:
 
Yo tuve lo que gasté
pero tengo lo que di
sufro por lo que negué
y lo que guardé perdí.

domingo, 18 de septiembre de 2016

LA MUERTE DE UN IDIOTA

Una historia armenia cuenta que un hombre, que trabajaba en vano, tomó la decisión de ir a quejarse de su suerte a Dios. Se puso en marcha y se encontró con un lobo que le preguntó el lugar hacia el que se dirigía.
 
 
– Voy a quejarme a Dios –dijo el hombre–. Se ha mostrado muy injusto conmigo.
 
– ¿Quieres hacerme un favor? –le preguntó el lobo–. Me paso todo el día, y también parte de la noche, corriendo de un lado a otro en busca de algo con que alimentarme. Pregúntale a Dios: ¿Por qué has creado al lobo, si le dejas morirse de hambre?
 
El hombre prometió que se lo preguntaría y volvió a ponerse en camino. Un poco más lejos se encontró con una joven encantadora. Ella le preguntó por la razón de su viaje. El contestó y entonces ella le dijo:
 
 
– Te lo ruego, si ves a Dios, háblale de mí. Dile que en la tierra has encontrado una joven encantadora, dulce, hermosa, rica y que goza de muy buena salud y que, sin embargo, es desgraciada. ¿Qué tengo que hacer para conocer la felicidad?
 
– Le haré la pregunta –dijo el pobre hombre. Un poco más tarde se detuvo para descansar a los pies de un árbol. Aquel árbol, a pesar de estar plantado en una buena tierra, permanecía deslucido, casi sin hojas. Interrogó al hombre y le dijo:
 
 
– Si ves a Dios, ¿podrías hablarle de mí? Dile que no comprendo mi destino. Mira, esta tierra es fértil y sin embargo, sea invierno o verano, mis ramas están desnudas. ¿Qué hacer para tener hojas verdes, como los otros árboles, y también frutos? El hombre le prometió al árbol que hablaría con Dios. Y prosiguió su camino. Tras un largo viaje y peripecias que no han sido reveladas, llegó junto a Dios, lo saludó y le presentó su súplica.
 
 
– Tratas a todos los hombres de la misma forma –le dijo–. Pero mírame. Trabajo con todas mis fuerzas noche y día, me privo de todo y llevo una vida desdichada. Conozco a algunos que trabajan mucho menos que yo y que llevan una vida placentera. ¿Puedes decirme dónde está la igualdad? ¿Dónde está la justicia?
 
– Te ofrezco la oportunidad –le contestó Dios–. Aprovéchala y serás rico y feliz. ¡Vete, vuelve a tu casa!
 
El hombre, antes de despedirse, expuso los casos del lobo, de la joven y del raquítico árbol. Dios le dio las respuestas pertinentes y el hombre se fue. En el camino se encontró al árbol y le dijo:
 
– Dios me ha revelado que hay una gran cantidad de oro escondido justo debajo de tus raíces. He aquí por qué no puedes desarrollarte. Que te quiten ese oro y tendrás ramas verdes.
 
– ¡Maravilloso! –gritó el árbol–. ¡Rápido, cava entre mis raíces y coge el oro!
 
 
– No, no, no puedo, Dios me ha ofrecido mi oportunidad. ¡Tengo que ir a mi casa y aprovecharla!
 
El hombre se fue. Se encontró con la joven insatisfecha, que le preguntó:
 
– ¿Y bien? ¿Qué te ha dicho Dios?
 
– Me ha dicho que, para conocer la felicidad, tienes que encontrar un esposo que comparta tus alegrías y tus penas.
 
– ¡Cásate conmigo! –le dijo la joven–. ¡Cásate conmigo y seremos felices juntos!
 
 
– ¡No puedo, no tengo tiempo! ¡Dios me ha ofrecido mi oportunidad y tengo que volver a mi casa para aprovecharla! ¡Adiós! ¡Busca otro esposo!
 
Y se fue. Un poco más lejos se encontró con el hambriento lobo, que le dijo:
 
– ¿Y bien? ¿Le has hablado a Dios de mi parte?
 
– Primero déjame decirte lo que me ha pasado –contestó el hombre–. Me he encontrado con una joven desgraciada y le he dado la respuesta de Dios: Tienes que encontrar un esposo. He encontrado un árbol sin hojas al que Dios me ha ordenado decir: Un montón de oro bloquea tus raíces. La joven quería casarse conmigo, el árbol quería que cavase para encontrar el oro, pero, claro está, ¡he dicho que no! ¡Dios me ha ofrecido mi oportunidad, me lo ha dicho, y tengo que volver a mi casa para aprovecharla!
 
– ¿Y yo? –preguntó el lobo–. ¿Dios te ha dado la solución a mi problema? ¡Contéstame antes de irte!
 
– Dios ha contestado lo siguiente: el lobo caminará hambriento por la tierra hasta que encuentre a un idiota que sacie su apetito.
 
– ¿Dónde quieres que encuentre mayor idiota que tú? Se lanzó sobre el hombre y lo devoró.
 
Fuente: Jean-Claude Carrière. El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero.
Lumen. Barcelona, 1998, pp. 151-153.
 

domingo, 11 de septiembre de 2016

MORALEJAS

Aquellos que han seguido este blog desde un principio habrán observado mi gusto por los cuentos y los relatos breves. Cuando los he publicado en este blog, siempre he intentado evitar añadirles una explicación o una moraleja al final. Lo que menos me gusta es darle una interpretación “oficial” a estas historias, ya que es la mejor manera de que cada una tenga la oportunidad de dejar su particular huella en cada persona.
 
Y para poder explicar esta idea, no se me ocurre nada mejor que hacerlo con este cuentecito:
 
El maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…
– Maestro, le encaró uno de ellos una tarde… Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado...
– Pido perdón por eso, se disculpó el maestro. Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico melocotón.
– Gracias maestro, respondió halagado el discípulo.
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu melocotón yo mismo. ¿Me permites?
– Sí. Muchas gracias, dijo el discípulo.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo comerlo?
– Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro...
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte... Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo...
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso!, se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo: Si yo os explicara el sentido de cada cuento... sería como daros a comer una fruta masticada.
 
Fuente: Jose Carlos Bermejo. Regálame la salud de un cuento.
Sal Terrae. Santander, 2004.
 
 

domingo, 4 de septiembre de 2016

HOSPITALIDAD

Mi peregrinación hacia Santiago de Compostela la comencé en Irún. Desde esa ciudad parten dos ramales del Camino: uno es el Camino Vasco Interior, que confluye en el Camino Francés a la altura de Santo Domingo de la Calzada, y el otro es el Camino del Norte, que transcurre a lo largo de toda la cornisa cantábrica bordeando la costa. Antes de salir de Madrid lo único que tenía seguro era la elección de esta última ruta, la Ruta del Norte. El resto era para mí un sinnúmero de incertidumbres.
 
Con casi doce quilos de peso en la mochila no sabía cómo reaccionaría mi espalda tras varias horas de caminata durante muchos días seguidos. Luego estaba la experiencia de tener que compartir habitación en un albergue con más gente: ¿cómo llevaría la falta de intimidad en esos lugares y la convivencia con desconocidos? Además, a pesar de que había tenido la oportunidad de entrenarme en Madrid andando más de quince kilómetros cada día con el calzado que iba a emplear, mis caminatas habían sido demasiado “domésticas”, realizadas sobre aceras lisas y con pocas pendientes. Ahora, sobre terrenos irregulares y no tan llanos, ¿cómo reaccionarían mis piernas y mis pies? Reconozco que en ocasiones como esta me aflora con mucha facilidad el lado “cobarde”, pero ya que había comenzado esta aventura, sólo me quedaba seguir hacia delante hasta donde Dios quisiera llevarme.
 
De aquel incierto inicio del Camino hacia Santiago tengo un recuerdo que hoy me gustaría traer a este blog.
 
Tras bajar del autobús que me llevó desde Madrid hasta Donosti, me subí al “topo”, el tren que me llevaría hasta Irún. Este finaliza su trayecto en Endaya, pero decidí bajarme justo en la parada anterior, en la estación del Puente de Santiago, para comenzar el camino desde allí hacia el albergue. Esto era para mí un gesto puramente simbólico: de esa manera iniciaría el Camino del Norte desde su Kilómetro Cero en territorio español.
 
 
La hospitalera del albergue en Irún (así se les llama a los encargados de acoger a los peregrinos en los albergues del Camino) era francesa. Ella hablaba español bastante bien, pero de vez en cuando no encontraba la palabra adecuada para decir una determinada cosa, por lo que intentaba explicarme la idea dando más rodeos. Viendo su dificultad para expresarse, se me ocurrió decirle que yo entendía algo el francés, ya que lo había aprendido en el bachillerato. ¡Para qué decirle más! A partir de ese instante comenzó a hablarme casi exclusivamente en su idioma. Aquella circunstancia debió ser un pequeño regalo para la mujer, cansada de tener que hablar todos los días o en inglés o en español.
 
Para mí la dificultad no estaba en poder comprenderla, sino en responder en su lengua. Han pasado ya muchos años desde que dejé de estudiar francés, y encontrar las palabras para expresarme siempre me resulta difícil, ya que la falta de práctica ha hecho que olvide muchas expresiones. Por eso, siempre que me encuentro con un francés que habla algo de español, prefiero ocultarle que conozco su lengua. Evidentemente, haber hecho lo mismo en aquella situación me hubiera supuesto un menor cansancio mental, pero no hubiese dejado de convertirme en una especie de “insolidario idiomático”.
 
Sin embargo, por pasarme de listo, me tocó esforzarme en aquella ocasión. La hospitalera me alentaba a hablar en su lengua, y para animarme me dijo algo (en francés, por supuesto) que más tarde me dio para reflexionar. Fue más o menos lo siguiente: «para aprender otra lengua, es necesaria la inmersión en esa lengua, y si no recuerdas una palabra, preguntando a tu interlocutor la encontrarás, y si dudas del significado de algo, la persona con la que hablas te lo aclarará».
 
La moraleja de esta historia sea quizá demasiado fácil: no valen excusas para decir “no puedo”, sólo metiéndose uno en harina puede conocer hasta dónde puede o no puede llegar… Bueno, quizá esa pueda ser una de las moralejas… o quizá sea otra, no lo sé.
 
Al hilo de este recuerdo del Camino de Santiago me vengo a dar cuenta de un pequeño detalle: la hospitalidad no es un hecho unidireccional. De igual manera que aquella mujer mostró hospitalidad conmigo, yo también tenía la oportunidad de serlo con ella hablándole en su lengua y permitiéndola sentirse como en su tierra. Pero también en esta historia puedo reconocer hasta qué punto la pereza y la comodidad pueden transformarme en alguien “inhóspito”. Detrás de muchas de mis excusas nunca ha habido un auténtico “no puedo”, sino un genuino “no quiero”.
 
“Qui habet aures audiendi…”
 

domingo, 28 de agosto de 2016

LO QUE PASA POR NO PREGUNTAR ANTES

Rebuscando entre viejos archivos, me encontré la semana pasada estas dos pequeñas historias. Yo no sé a ustedes, pero a mí me ha sucedido en demasiadas ocasiones que, por no preguntar, por dar ciertas cosas por supuestas, por no indagar un poquito más, me he dado verdaderos planchazos. Lean y reflexionen.
 
 
Un matrimonio joven se instaló en un apartamento nuevo. La pareja decidió empapelar el comedor, por lo que fueron a ver al vecino, que tenía uno de las mismas dimensiones.
 
Vecino, queremos empapelar nuestro comedor como usted hizo con el suyo. ¿Cuántos rollos de papel compró?
 
Siete -respondió amablemente el vecino-.
 
Contando con esta importante información, los jóvenes esposos compraron siete rollos del papel más caro y de mejor calidad, con los que comenzaron a revestir las paredes. Pera resultó que al terminar el cuarto rollo, el comedor estaba ya completamente empapelado. Furiosos por haber gastado una fortuna inútilmente, fueron a ver de nuevo al vecino.
 
Seguimos su consejo sobre el papel para el comedor pero, ¡no comprendemos por qué nos sobraron tres rollos!
 
¿A ustedes también? -contestó asombrado el vecino-.
 
 
+     +     +
 
 
Un hombre le pidió ayuda a su vecino para mover un sofá que se había atrancado en la puerta. Cada uno de ellos se fue a un extremo y forcejearon durante un buen rato hasta quedar exhaustos, pero el sofá seguía atascado.
 
Olvídelo, jamás podremos meter esto -dijo el hombre-.
 
El vecino lo miró con extrañeza:
 
Ah, pero, ¿era meterlo?
 
 

domingo, 21 de agosto de 2016

CAMINAR HACIA LA PROPIA SOMBRA

En el mes de mayo de 2010, algunos días después de haber terminado mi estancia en el monasterio, decidí hacer el Camino de Santiago (quien quiera releer aquella vivencia monástica desde el comienzo puede hacerlo en: La entrada en el desierto). Uno de los motivos para aquella peregrinación fue poder dedicar algún tiempo a reflexionar sobre la experiencia vivida con los monjes.
 
Por desgracia, durante aquellos días de peregrinación lo que menos hice fue meditar aquella experiencia. La razón de ello se volvió más que evidente tras un par de días de marcha: si le das demasiado a la cabeza cuando andas, corres el riesgo de no ver alguna de las flechas que señalen un desvío y extraviarte o, peor aún, perderte alguna de las maravillas que el camino te ofrece a cada paso. Luego, en los albergues, tampoco se suele disfrutar de muchos espacios para la intimidad y la reflexión. Fue ya en Madrid, cuando regresé de la peregrinación, cuando pude revisar aquellas anotaciones hechas en el monasterio.
 
El propio Camino daba material suficiente para la reflexión.
 
Hacer meditaciones en el Camino y sobre el Camino da para mucho… ¡hasta para escribir un libro! En efecto, el Camino es una invitación a la alegoría, a las comparaciones, al paralelismo con la vida y al símbolo. Y releyendo hoy toda aquella experiencia tan sólo se me ocurre decir una cosa: ¡qué terriblemente fácil resulta caer en el “onanismo mental”! (bueno, así me gusta llamarlo a mí).
 
Yendo hacia Santiago de Compostela por el Camino Primitivo, yo había planificado inicialmente hacer la ruta oficial desde Lugo, que sale de esta ciudad, pasa por San Román da Retorta y termina en Melide, lugar donde se une al Camino Francés.
 
Unos días antes, un peregrino belga me animó a cambiar mis planes y seguir por una ruta alternativa, que pasa por Friol y converge en el Camino del Norte unos kilómetros antes de llegar a Sobrado dos Monxes. Esta ruta estaba peor señalizada y las posibilidades de perderte eran muchas, pero se trataba de una senda apenas conocida y sin apenas peregrinos. Me resultó difícil no negarme a esta invitación ya que me permitía disfrutar de la tranquilidad de un camino poco frecuentado antes de unirme en Arzúa a esa riada humana que es el Camino Francés.
 
Aquella era la cuarta vez que pasaba por el monasterio de Sobrado dos Monxes. La primera lo hice con una “macro-peregrinación” organizada por la Delegación Diocesana de Juventud de Madrid. Las dos veces siguientes lo hice albergándome en su hospedería, y desde mi última visita a este monasterio habían transcurrido poco más de dos años. Ahora llegaba allí como fruto de una decisión de última hora, ya que nunca había considerado la posibilidad de pasar por este monasterio.
 
Pues bien, en Sobrado me reencontré con un cura que procedía de Madrid y al que ya conocía de sus tiempos de Seminario. Unos años después de ordenarse como sacerdote entró en aquel monasterio y terminó haciéndose monje.
 
Antes de continuar con mi camino pude cruzar unas palabras con él.
 
Recuerdo que me dijo un par de cosas. La primera tenía que ver con su propia experiencia como peregrino, ya que unos años atrás él también tuvo la oportunidad de hacer el Camino. Se trataba de una imagen que se le había quedado muy grabada. Cuando alguien va haciendo el Camino de Santiago, andando por el Camino Francés, por el de la Costa o por el Camino Primitivo, se encuentra con un fenómeno tan evidente que a veces pasa inadvertido, pero que tiene poco desperdicio cuando se medita con atención: el sol siempre sale a espaldas del peregrino y su propia sombra queda por delante mientras va caminando. Esta es una señal que confirma que el camino que se anda es el acertado. Aunque no tengas flechas que te lo indiquen, el camino que haces será el correcto mientras tengas tu propia sombra por delante de ti. Luego, al despedirse, me dijo una frase que quedó grabada en mi memoria: «Ahora tu continúa con tu camino, que yo me quedaré aquí, haciendo el mío».
 
Como ya he dicho, caer en la “masturbatio mentis” es muy sencillo, pero, bien mirado… tiene mucha miga: ¡un camino que se hace dentro de los muros de un monasterio y, luego, caminar hacia la propia sombra!
 
Cuando uno se detiene a meditar un poco sobre el Camino de Santiago no es muy difícil verlo como una metáfora de la vida misma. En el fondo, todos somos peregrinos. Andamos por diferentes senderos y en diferentes sentidos. Unos pueden acercarse a la meta y otros pueden alejarse (conscientemente o no) de ella. Unos prefieren caminar sin buscar indicaciones, simplemente dejándose llevar por su instinto, mientras que otros buscan alguna flecha que les indique el camino correcto, y no encontrarla puede generarles incertidumbre y miedo de haber errado.
 
Cada quien puede sacar de todo esto la moraleja que mejor le parezca. Yo siempre he estado demasiado obsesionado por encontrar el camino, por hallar mi camino, por hacer mi camino. Sin embargo, hoy tengo la sensación de que el camino más importante a seguir es aquel que me lleva a mí mismo: esa sombra es el camino que he de seguir.
 
¡Aunque igual esta es también otra “pajilla mental”!
 

domingo, 14 de agosto de 2016

LA CARPINTERÍA

Como hace muchas semanas que no traigo algo para divertirse un rato, hoy me he animado a venir con este pequeño cuento debajo de brazo.
 
 
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.
 
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar; ¿la causa?, ¡hacía demasiado ruido! Además, se pasaba todo el tiempo golpeando.
 
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo. Dijo que era demasiado retorcido.
 
El tornillo aceptó también, pero pidió la expulsión de la lija. Era muy áspera en su trato, tenía muchas fricciones con los demás.
 
La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre medía a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.
 
 
En ese momento entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro, el tornillo. Y convirtió una tosca madera en un bonito caballo para niños.
 
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. El serrucho tomó la palabra y dijo: “Señores, es claro que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja utilizando nuestras cualidades, que son las que nos hacen valiosos. No pensemos más en nuestros puntos negativos centrémonos en la utilidad de nuestros aspectos buenos”.
 
La asamblea encontró que el martillo era fuerte, el tornillo unía, la lija afinaba y limaba asperezas y el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad. Se sintieron orgullosos de poder trabajar juntos.
 
 

domingo, 7 de agosto de 2016

VIVIR EL INSTANTE

Llevo dos semanas escribiendo publicaciones que podrían ser catalogadas por algunos como “desesperanzadoras” o “fatalistas”. Confieso que no es un tema agradable de tratar, pero creo que es necesario hacerlo.
 
En la primera publicación hablaba de cómo en nuestras vidas nos encontraremos con pérdidas y cambios, con el envejecimiento, la enfermedad y, antes o después, con la muerte. ¿Alguna vez nos detenemos a considerar esta realidad? Y si lo hacemos, ¿cuánto tiempo tardamos en buscarnos una distracción para no tener que detenernos mucho en estos oscuros pensamientos?
 
Sin embargo, nada hay más sano que pensar, al menos un breve instante cada día, en esta realidad.
 
La segunda publicación era aún más dura. Lo que hemos vivido, nuestros recuerdos del pasado, nuestra biografía y nuestros proyectos futuros tan sólo son lágrimas en la lluvia. Todo terminará desapareciendo con nuestro último aliento, diluyéndose en la nada. ¿Para qué afanarnos por dejar un “legado” si probablemente nadie recordará que hemos sido nosotros quienes lo dejamos?
 
Sin embargo, nada hay más sano que pensar, al menos un breve instante cada día, en esta realidad.
 
¿Y dónde está lo “saludable” de este ejercicio?
 
En mi experiencia diaria con personas en la fase terminal de su enfermedad no dejo de pensar en lo siguiente: en cualquier momento también a mí puede llegarme el final y el problema no está en que eso pueda ocurrirme dentro de treinta años o mañana mismo, que mi final pueda ser de esta o de aquella manera, que poco importará que haya trabajado mucho por dejar un legado significativo para las generaciones futuras, que haya escrito más o menos libros, que haya tenido o no descendencia, que haya plantado todo un bosque de árboles… Lo verdaderamente importante, lo único necesario es saber a qué dedico este tiempo que ahora tengo entre mis manos, darme cuenta de cómo vivo mi tiempo presente y comprender que sólo el amor que yo dé y reciba será lo más valioso de mi existencia.
 
El Evangelio emplea una expresión muy sugerente: debemos permanecer en estado de vigilia, estar siempre alerta, siempre vigilantes, en todo momento expectantes. El maestro zen Thich Nhat Hanh nuevamente puede ayudarme a expresar mejor esta idea.
 
Tenemos que vivir profundamente cada momento que nos es dado vivir. Si eres capaz de vivir profundamente un solo momento de tu vida, puedes aprender a vivir del mismo modo el resto del tiempo. El poeta francés René Char dijo: «Si habitas un instante, descubrirás la eternidad». Convierte cada instante en una oportunidad de vivir profunda, felizmente y en paz. Cada instante es una oportunidad de hacer las paces con el mundo y de convertir la paz y la felicidad en algo que se halle al alcance de todos. El mundo necesita nuestra felicidad. La práctica de la vida despierta puede ser descrita, en ese sentido, como la práctica de la felicidad y del amor. Debemos cultivar, en nuestra vida, la capacidad de ser felices y de amar. La comprensión es el fundamento del amor, y la observación profunda, la base de la práctica.
 
Thich Nhat Hanh, Miedo. Vivir en el presente para acabar con nuestros temores.
Kairós, Barcelona 2013, p. 178.
 
El pasado ya no está aquí y el futuro aún no ha llegado. Lo único que verdaderamente existe es el momento presente y el amor con el que lo viva. Eso es lo único verdaderamente eterno.
 
 

domingo, 31 de julio de 2016

COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

En la última publicación de este blog (Los cinco recuerdos) hice referencia a nuestros más profundos miedos, esos temores asociados a la pérdida de lo que más queremos: de nuestros seres queridos, de la salud, de la juventud, de la propia vida. Pensar en la propia muerte, en la posibilidad de perder la salud, de perder lo que tenemos… da vértigo. Afirmar la necesidad de pensar en ello para no olvidarlo… suena a disparate. ¿Quién está tan “loco” como para hacerlo? Lo socialmente aceptado, lo “normal”, es mirar hacia delante con esperanza, proyectar el futuro, vivir “a tope”, vivir como si nunca fuera a ocurrirnos nada.
 
La sabiduría popular dice que en nuestra vida hay que hacer tres cosas: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. En el fondo de dicha afirmación late el deseo de dejar algo nuestro para la posteridad, dejar constancia de nuestra identidad, de nuestra biografía, algo que diga que hemos estado aquí, que hemos dejado huella. Es una forma de perdurar en el tiempo.
 
Y así, en medio de proyectos, experiencias, deseos, aspiraciones, ocupaciones y preocupaciones, vivimos un tanto anestesiados de ese dolor que seguirá estando ahí, de esa realidad que siempre estará presente.
 
Esta misma mañana he tenido la oportunidad de escuchar el siguiente fragmento del libro del Eclesiastés:
 
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,
y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.
También esto es vanidad y grave desgracia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.
También esto es vanidad.
 
Eclesiastés 2, 21-23
 
Me viene ahora a la memoria la escena final de la película Blade Runner, de Ridley Scott. En ella, Rick Deckard (personaje interpretado por Harrison Ford) y Roy Batty (el “replicante” interpretado por Rutger Hauer) se enfrentan en un desesperado combate a vida o muerte. Cuando Deckard intenta escapar saltando desde un tejado a otro edificio y logra sujetarse de una viga. Roy Batty, sin embargo, salta con facilidad y se queda mirando fijamente a su enemigo, que se encuentra peligrosamente suspendido en el vacío. En el límite de su aguante, Deckart termina soltándose de la viga, pero Batty lo sujeta por la muñeca, salvándole la vida. El replicante, que se está deteriorando muy rápidamente ya que sus cuatro años de vida se acaban, se sienta y relata con elocuencia los grandes momentos de su vida. La escena no tiene desperdicio.
 
 
Las palabras de Batty son demoledoras: nuestros recuerdos del pasado, nuestros proyectos futuros, nuestras vivencias, nuestra biografía… sólo son lágrimas en la lluvia. Todo se irá con nosotros y terminará desapareciendo con nuestro último aliento, diluyéndose en la nada.
 
¡Porque hasta nosotros terminaremos diluyéndonos en la memoria colectiva! Para entender esto, sólo es necesario hacerse unas simples preguntas: ¿quién inventó la rueda?, ¿alguien recuerda su nombre?, ¿quiénes diseñaron y erigieron las pirámides o las grandes catedrales?, ¿dónde figuran sus nombres? Si se desconocen los nombres e historias de aquellos que dejaron tan grades legados, ¿quién se acordará del “legado” que cada uno de nosotros pueda dejar?
 
¡Y todavía puedo ponerme un poco más “pesimista”!
 
Imaginemos que la Humanidad pereciera como consecuencia de un cataclismo planetario. ¿Quién quedaría para recordar los grandes logros del género humano?, ¿quién para recordar los nombres de los grandes protagonistas de la Historia?
 
Aunque lo parezca, ni intento aniquilar la esperanza, ni pretendo caer en un fatalismo que conduzca a la inacción, ni quiero negar el legítimo derecho de la Humanidad al progreso. Tan sólo pretendo preguntarme en qué depositamos nuestra esperanza. ¿No será para analgesiar esa realidad de la que estamos hablando?
 
Personalmente, cada día estoy más convencido de que mirando cara a cara nuestros temores, siendo plenamente conscientes de nuestro destino, de nuestra radical vulnerabilidad, podemos vivir más plenamente el presente y amar lo que cada instante contiene.
 
Recuerdo ahora otra película, “El puente de San Luis Rey”, una historia ambientada en el Perú del siglo XVIII. En ella, las vidas de cinco de sus personajes se entrelazan en un trágico accidente en el que todos fallecen. En el monólogo final de esta cinta, la madre abadesa, interpretada por Geraldine Chaplin, dice estas palabras:
 
 
Ahora, casi nadie recuerda a Esteban y a Pepita, a no ser yo… la hermana Camila, la Perichole, recuerda a Tío Pío y a su hijo… y esta mujer a su madre… Pero pronto moriremos, y con nosotras se irá el recuerdo de aquellos cinco. También a nosotras nos amarán un tiempo y nos olvidarán… pero ese amor habrá bastado. Todos los impulsos del amor regresan al amor que los creó. El amor no necesita de recuerdo. Hay una tierra de los vivos y una tierra de los muertos, el puente entre ellas es el amor. Sólo él sobrevive y tiene sentido.
 
Pues sí, el tiempo diluirá todo recuerdo, pero lo único que quedará será el amor que hayamos tenido.