EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 18 de octubre de 2015

LA ENTRADA EN EL DESIERTO (1ª PARTE)

Hace más de cinco años consideré la posibilidad de convertirme en monje. Para discernir esa vocación hice una experiencia de vida en un monasterio de la orden cisterciense. Fue todo un privilegio poder compartir las jornadas de aquellos monjes durante dos meses, sus espacios de vida, oración y trabajo.
 
Por las tardes, en el escritorio, dedicaba algunos minutos a escribir en un pequeño cuaderno lo ocurrido en el transcurso del día. Hoy quiero comenzar a releer aquellas líneas y recuperarlas para este blog. Son páginas plagadas de interrogantes y dudas, las que me invadieron aquellos días. Pero también son páginas llenas de reflexiones y ocurrencias más o menos ingenuas, de vivencias, de lecciones aprendidas. Aunque tras aquella experiencia decidí no quedarme con ellos, guardo en el corazón el recuerdo de esos días como una importante experiencia espiritual en mi vida.
 
Comienza este diario con la anotación realizada el día posterior a mi llegada al monasterio…
 
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Domingo, 22 de febrero de 2010 (Primer domingo de Cuaresma).
 
Llegué al monasterio ayer sábado. Aunque conozco este lugar desde hace más de siete años, ya que he venido a su hospedería en muchas ocasiones para descansar del jaleo de la ciudad, esta es la primera vez que vengo para vivir dentro de la clausura y probar más de cerca la vida de los monjes.
 
Llegué aquí en torno a la una del mediodía, poco antes del rezo de sexta. El maestro de novicios no pudo recibirme a mi llegada, pero dejó recado a la persona que se encuentra en la tienda del monasterio para indicarme dónde debía dejar mi equipaje. Luego me dirigí hacia la capilla y, sentado en la zona reservada a los huéspedes, esperé a que alguien me indicase lo que debía hacer. Poco antes de comenzar el rezo de la hora sexta, apareció el maestro de novicios que, tras saludarme con un fuerte abrazo, me dijo que me quedase en ese lugar y que después de la oración siguiese a los monjes.
 
Tras el rezo de la hora y del ángelus, los monjes se encaminaron hacia la salida de la capilla, un portón de hierro por el que se accede a la clausura. Yo les seguí, como me habían indicado, adentrándome en un espacio que está vedado a la gente del exterior, accediendo así por primera vez al claustro entorno al cual los monjes realizan su vida. El abad encabezaba la fila de hermanos, alineados por su orden de antigüedad en la comunidad. Detrás del novicio caminaba un joven que ha iniciado su período de prueba un par de días antes que yo. Tras de él marchaba yo, que, lógicamente, he sido el último en llegar a este lugar.
 
 
Nos dirigimos al comedor de la comunidad en estricto silencio. Una vez dentro, me indicaron el puesto que debía ocupar en la mesa. Después de la bendición cada uno se sentó en su taburete, a la espera de que el hermano encargado del comedor esta semana nos acercara la bandeja para servirnos. El silencio del refectorio sólo era roto por el sonido de platos y cubiertos y por la voz del lector. Aquí la tarea de servir la mesa, leer en el refectorio o fregar los platos después de la comida se reparte entre los hermanos, siendo este servicio semanal y rotatorio.
 
Las comidas no son abundantes, pero siempre sobra algo para poder repetir si te quedas con hambre. Aunque en Madrid yo suelo comer mayor cantidad, creo que es más de lo que realmente necesito, por lo que aquí estoy procurando servirme poco desde un primer momento. Además me da un poco de reparo no ser frugal en este lugar.
 
Cuando todos terminamos de comer, el abad tocó una campanilla y, puestos en pie, cantamos la acción de gracias. Los monjes se retiraron a sus dormitorios para echarse la siesta, a excepción de los encargados de lavar los platos. El maestro de novicios y yo nos dirigimos al lugar donde había dejado mi equipaje y me condujo a la habitación que ocuparé durante los días que permanezca en el monasterio.
 
El equipaje que he traído quizá sea excesivo: ocupa una mochila y una bolsa de deporte de tamaño mediano. En principio la idea es pasar aquí toda la cuaresma, y como en estas fechas aún hace bastante frío, he traído ropa que abrigue, tres pantalones, ropa interior y calzado, además del neceser con las cosas para el aseo. Por supuesto, también he tenido que agenciarme algo de ropa para trabajar: un par de sudaderas, un viejo pantalón, un mono de obrero que he comprado un par de días antes de mi venida, y unos viejos zapatos para cuando tenga que trabajar en el exterior del monasterio. La verdad es que todo el conjunto abulta bastante.
 
En la habitación hace bastante frío. Sólo se enciende la calefacción un par de horas antes de irnos a acostar, para que el cuarto esté un poco “caldeado”. De todas las maneras, en la habitación pasaré sólo la noche y bajo las mantas no se está tan mal. El resto de la jornada estaré en la capilla, en el escritorio (y allí sí que tenemos calefacción) o trabajando (con el esfuerzo supongo que entraré enseguida en calor). A pesar de todo, creo que he escogido la mejor época del año para hacer la prueba. Mejor saber lo que es esta vida con algún tipo de aspereza climática.
 
En mi habitación, además de la cama (un tanto dura por la tabla que hay bajo el colchón), tengo una mesa y una silla, un armario empotrado y un pequeño baño con inodoro, lavabo y una sencilla ducha con agua caliente. El mobiliario no es de primera calidad, pero vivo con las justas comodidades, no necesito mucho más.
 

domingo, 11 de octubre de 2015

LA RISA

Un viejo cuento judío dice así:
 
Érase una vez un país que englobaba todos los países del mundo. Y en ese país había una villa que encerraba todas las villas del país. Y en esa villa había una calle que reunía todas las calles de la villa. Y en esa calle había una casa que abrigaba todas las casas de la calle. Y en esa casa había un cuarto, y en ese cuarto había un hombre, y ese hombre encarnaba todos los hombres de todos los países. Y ese hombre reía, reía. Y nunca nadie había reído como él.
 
Fuente: Ben Zimet, Cuentos del pueblo judío.
Ed. Sígueme, Salamanca, 2002, p. 108.
 
Cuenta un mito apache que el creador hizo al hombre capaz de hablar, de correr, de ver, y de oír, pero no se sintió satisfecho hasta darle una cualidad más: la risa. Y así el hombre rió y rió, y entonces el creador dijo: “Ahora estás preparado para la vida”.