EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 7 de octubre de 2018

NUEVOS PROBLEMAS, VIEJOS MODELOS

Krishnamurti es una de las mentes que más han transformado mi forma de ver y de acercarme a realidades ajenas a la mía. Con todo, este cambio aún se sigue construyendo: cada día sigo aprendiendo algo nuevo de mí mismo a la hora de situarme ante dichas realidades o redescubro, disfrazadas con mil argumentaciones, mis resistencias a ver lo diferente con una mirada más abierta.
 
No hay opinión humana, ni forma de ver o juzgar la realidad que pueda catalogarse de absoluta. Si existe una VERDAD, casi seguro que no es la mía, pero es igualmente seguro que tampoco lo es la de los otros. La manera de pensar y de comprender lo que me rodea nunca es aséptica y está condicionada por mi historia: ese montón de recuerdos y experiencias vitales, el conjunto de valores, principios, creencias y conocimientos acumulados. Cuando contemplo la realidad lo hago siempre a través de unos lentes que pueden distorsionarla.
 
Mucha gente que conozco diría que mis afirmaciones conducen a un intolerable relativismo. Nos aterra la incertidumbre, necesitamos seguridades, un suelo firme sobre el que asentarnos. El ser humano sufre “horror vacui”. Sin embargo, para mi desgracia, no puedo dejar de ver las cosas así: todo lo que veo desde mi atalaya de observación, con mis lentes, es siempre relativo.
 
Pero hoy no he venido a hablar de esto…
 
Somos muchos los que estamos firmemente convencidos de que, para encontrar solución a nuestros conflictos y desdichas, debemos buscar fuera de nosotros mismos algún tipo de “sabiduría” que dé la respuesta. Es por ello que, al buscar, necesitemos ser orientados por los especialistas, los que más pueden saber sobre la materia. Escuchamos las palabras de una ciencia o una filosofía, seguimos a un gurú, una iglesia o una doctrina, leemos estos libros o aquellos. Buscamos a alguien que nos dé la respuesta adecuada, que nos aporte pistas, que nos oriente en el camino correcto, ese camino que nos permita alcanzar lo bueno, lo adecuado, lo cierto.
 
Krishnamurti repetía una y otra vez que la clave no está en descubrir la verdad, sino en entender nuestra mente, la forma de pensar la realidad (mediatizada por recuerdos y condicionamientos). Ese entendimiento de nuestra mente es a lo que K. denominaba “inteligencia”: el mecanismo por el cual nos damos cuenta de “lo que es”, sin la aplicación de juicios, sin dejar que intervengan nuestra memoria y nuestros condicionamientos culturales o intelectuales y descubriendo cómo estos actúan. Sólo así podemos permitir que el problema revele su auténtico contenido. Las líneas que siguen a continuación, pertenecientes a una de sus conferencias, resumen bastante bien esta idea.
 
 
¿Se puede cultivar esa inteligencia mediante alguna clase de especialización? Porque eso es lo que está realmente sucediendo, ¿verdad? Mientras me escuchan, seguramente están pensando que soy un especialista; espero que no. El sacerdote, el médico, el ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor..., todos tienen una mentalidad basada en la especialización, y nosotros creemos que para alcanzar la forma más elevada de inteligencia, a saber la verdad, Dios, algo que no puede describirse, para lograrlo tenemos que ser especialistas. Con ese fin estudiamos, buscamos a ciegas, tratamos de averiguar, y con esa mentalidad de especialista o con la dependencia de un especialista, nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que nos ayude a solucionar nuestros conflictos y desdichas.
 
Por tanto, si somos realmente conscientes, nuestro problema consiste en ver si otra persona puede resolver los conflictos, las desdichas y los sufrimientos de nuestra vida cotidiana, y si no puede, ¿cómo los solucionaremos? Sin duda, comprender un problema requiere cierta inteligencia, y esa inteligencia no se obtiene ni surge de la especialización, sólo aparece cuando nos damos cuenta pasivamente de todo el proceso de nuestra conciencia, lo cual significa darnos cuenta de nosotros mismos sin elección, sin elegir lo que está bien o mal.
 
 
Si uno se da cuenta pasivamente, verá que en esa pasividad que no es holgazanería, ni tampoco estar dormido, sino estar muy atento, el problema tiene un significado muy diferente, lo cual quiere decir que no existe ninguna identificación con el problema y, por tanto, tampoco ningún juicio; eso permite que el problema pueda empezar a revelar su contenido. Si uno es capaz de hacer eso todo el tiempo, siempre, entonces es posible resolver cada problema desde la raíz, no superficialmente. Esa es precisamente nuestra dificultad, porque la mayoría somos incapaces de estar pasivamente atentos, de permitir que el problema nos cuente su historia sin que tratemos de interpretarla; no sabemos mirar un problema imparcialmente, si prefieren utilizar esa palabra. Por desgracia, no somos capaces de hacerlo porque queremos conseguir algo del problema, queremos una respuesta, buscamos un resultado; o si no, intentamos traducirlo de acuerdo con nuestro placer o dolor; o bien, tenemos una respuesta previa para afrontar el problema. En consecuencia, abordamos el problema, que siempre es nuevo, con un modelo viejo; aunque el reto siempre es nuevo, nuestra respuesta siempre es vieja; de modo que nuestra dificultad consiste en afrontar el reto de forma adecuada, es decir, plenamente.
 
Los problemas siempre surgen en la relación; no existe otro problema. Y para afrontar estos problemas de relación con sus constantes y cambiantes exigencias, para hacerles frente de forma correcta y adecuada, uno debe darse cuenta pasivamente, pero esta pasividad no es el resultado de una conclusión, de la voluntad o la disciplina. Darse cuenta de que interferimos es el principio; sin duda, el principio es darse cuenta de que queremos una respuesta concreta a un problema determinado, es conocernos a nosotros mismos en relación con el problema y ver cómo lo afrontamos. Entonces, a medida que empezamos a conocernos a nosotros mismos en relación con el problema: cómo respondemos, cuáles son nuestros diferentes prejuicios, exigencias y deseos al abordar el problema, ese darse cuenta revelará nuestros pensamientos, nuestra propia naturaleza interna, y de ahí surge la libertad.
 
Así, pues, la vida es un asunto de relación, y para comprender esa relación, que no es estática, es necesario un darse cuenta flexible, un darse cuenta pasivo y atento, no una actividad agresiva. Y, como ya he dicho, este pasivo darse cuenta no se consigue mediante ninguna forma de disciplina ni de práctica. Consiste sólo en darse cuenta momento a momento de nuestro pensar y sentir, no tan sólo cuando estamos despiertos, sino que a medida que vamos profundizando veremos que empezamos a soñar que empiezan a surgir toda clase de símbolos que traducimos como sueños; de modo que hemos abierto la puerta a lo oculto que se convierte en lo conocido. Pero para encontrar lo desconocido debemos ir más allá de esa puerta, y, sin duda, esa es nuestra dificultad. La verdad no es algo que la mente pueda conocer porque la mente es un producto de lo conocido, del pasado; por eso la mente debe comprenderse a sí misma, comprender su propio funcionamiento, su realidad, porque únicamente entonces es posible que lo desconocido se manifieste.
 
Charla pública en Ojai, 30 de julio de 1949.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 177-179.

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