EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 31 de marzo de 2019

MULETAS

Los cuentos hablan por sí mismos, por lo que hoy no hace falta que me ande con demasiados preludios. Las últimas publicaciones de este blog quizás puedan dar una pista (o quizás no). Bueno, que cada lector saque sus propias conclusiones.
 
 
El rey cayó del caballo y se rompió las piernas de tal modo que no pudo volver a usarlas. Aprendió entonces a andar con muletas, pero no soportaba su invalidez. Pronto le resultó insoportable ver cómo la gente de la corte andaba a su alrededor y se le agrió el humor, sin que él hiciera nada para remediarlo. «Puesto que yo no puedo ser como los demás —se dijo una mañana de verano—, haré que los demás sean como yo». Y mandó publicar en sus ciudades y pueblos la orden definitiva de que todos llevaran muletas, bajo pena de muerte. De un día para otro, el reino entero se pobló de humanos inválidos.
 
Al principio, algunos provocadores salieron a la luz del día sin muletas, y fue difícil alcanzarlos en su carrera, pero, tarde o temprano, todos fueron detenidos y ejecutados para servir de escarmiento, y nadie se atrevió a repetir la provocación. Para no comprometer la seguridad de sus hijos, las madres comenzaron a enseñar a los niños a andar con muletas desde el principio. Había que hacerlo, y así se hizo.
 
El rey vivió hasta muy viejo, y nacieron varias generaciones que no habían visto nunca a nadie que circulara libremente sobre sus dos piernas. Los ancianos desaparecieron sin decir nada de sus largos paseos y sin atreverse a suscitar, en el espíritu de sus hijos y de sus nietos, el peligroso deseo de un caminar independiente.
 
A la muerte del rey, algunos viejos intentaron librarse de sus muletas, pero era demasiado tarde, pues sus cuerpos gastados las necesitaban. La mayoría de los supervivientes ya no podían mantenerse derechos, y permanecían postrados en una silla o tumbados en el lecho. Aquellas tentativas aisladas fueron consideradas como los dulces delirios de viejos seniles. Ya podían contar que, en otro tiempo, la gente andaba con libertad, que se les miraba por encima del hombro, con la alegre indulgencia que se otorga a los que chochean.
 
— ¡Sí, claro, abuelo, vamos, eso fue, sin duda, cuando el pico de las gallinas tenía dientes!
 
Y, con una sonrisa en los ojos, intercambiaban un guiño, mientras sacudían la cabeza al oír la voz del viejo, antes de marcharse a reír a otra parte.
 
Allá lejos, en la montaña, vivía un robusto viejo solitario que, en cuanto murió el rey, arrojó sin titubeos las muletas al fuego. De hecho, hacía años que no había utilizado las muletas en su casa o cuando se hallaba solo en la naturaleza. Las usaba en el pueblo para evitar complicaciones pero, como no tenía mujer ni hijos, no se privaba del placer de una bonita y buena marcha. ¡No ponía en peligro a nadie más que a él, y eso, muy en secreto! Al día siguiente por la mañana salió, valeroso, a la plaza del pueblo y se dirigió a los pasmados vecinos:
 
— ¡Escuchadme! Tenemos que volver a encontrar nuestra libertad de movimientos, la vida puede recuperar su curso natural, ahora que el rey inválido ha muerto. ¡Pidamos que se derogue la ley que obliga a los seres humanos a andar con muletas!
 
Todos le miraban, y los más jóvenes se animaron inmediatamente. La plaza se convirtió en un hervidero de niños, adolescentes y otros deportistas que intentaban avanzar sin muletas. Hubo risas, caídas, arañazos, magulladuras, pero también algunos miembros rotos, debido a que los músculos de las piernas y de la espalda no habían aprendido a soportar el peso del cuerpo. El jefe de la policía intervino:
 
— ¡Alto, alto! ¡Es demasiado peligroso! Tú, viejo, vete a vender tus talentos en las ferias. Está claro que los humanos no están hechos para andar sin muletas. ¡Mira la de heridas, chichones y fracturas que ha provocado tu locura! ¡Déjanos en paz! ¡Desaparece y, si quieres vivir tranquilo, no trates más de descarriar a esta hermosa juventud!
 
El anciano se encogió de hombros y se volvió a pie a su casa.
 
Cuando llegó la noche, escuchó que llamaban discretamente a la puerta. El ruido era tan leve que lo atribuyó a una rama agitada por el viento y no abrió. Entonces oyó una llamada clara:
 
— ¿Quién eres? ¿Qué quieres? —preguntó.
— Ábrenos, abuelo, por favor —susurró una voz.
 
Abrió. Diez pares de ojos brillantes le miraban, ardientes. Un muchacho se adelantó y murmuro:
 
— Queremos aprender a andar como tú. ¿Nos aceptarías como discípulos?
— ¿Discípulos?
— Ese es nuestro deseo, maestro.
— Hijos, yo no soy un maestro, no soy más que un humano en buena forma para andar, en el sentido más simple de la palabra.
— Maestro, por favor —porfiaron todos juntos.
 
Al anciano le entró la risa, pero luego, al contemplarlos, se conmovió. Comprendió que el asunto era grave, incluso esencial, y que los chicos eran valerosos, ardientes, henchidos de vida. Traían las oportunidades del porvenir. Abrió de par en par la puerta para acogerlos. Acudieron durante meses, sin decir nada a nadie, solos o de dos en dos, para ser discretos. Cuando fueron lo bastante hábiles, marcharon a pie, juntos, al pueblo.
 
— ¡Atended! —dijeron—. ¡Miradnos! ¡Es fácil y divertido! ¡Haced como nosotros!
 
Una ola de pánico invadió los corazones miedosos. Fruncieron el ceño, les señalaron con el dedo, se asustaron mucho. La policía llegó a caballo para hacer que cesara el escándalo. Detuvieron al viejo, lo llevaron a juicio, lo condenaron según el edicto real y lo ejecutaron por haber pervertido a diez inocentes.
 

Sus discípulos, revolucionados por el trato infligido a su maestro, defendieron a viva voz en las plazas que ellos andaban y se encontraban bien así, y mostraron a todo el que quería verles lo cómodo que era tener las manos libres y las piernas ágiles. Juzgaron que sus demostraciones eran falaces, les detuvieron y les llevaron a la cárcel. Sin embargo, consideraron que habían sido arrastrados al error y les concedieron circunstancias atenuantes, así que no se les condenó más que a penas leves. Algunos obstinados no quisieron renunciar a su pretensión de que había que andar sin muletas, y la comunidad, inquieta, trastornada en sus costumbres por la rareza, les rechazó prudentemente fuera del pueblo, aconsejándoles que hicieran carrera en las ferias. Respecto a quienes se quedaron e insistieron demasiado, no hubo otro remedio en ocasiones que aplicar estrictamente la ley, pero en general se les consideró más bien con conmiseración y se les trató como a los locos del pueblo, que se mantienen a distancia de los niños y de las buenas familias.
 
Todavía hoy se cuchichea en las veladas vespertinas, con palabras encubiertas, que, a pesar de todo, existen, aquí y allá por el mundo, pequeños grupos que no parecen estar locos y que pretenden andar solos, sin muletas. No se puede probar. A los niños les enseñan que ésos son cuentos.
 
 
 
 

miércoles, 27 de marzo de 2019

SUPOSICIONES

Lo más habitual en nuestra forma de entender lo que nos rodea y a los que nos rodean es que comencemos lanzando hipótesis. Al decir esto no me cuesta nada emplear la primera persona del plural, porque yo también soy demasiado propenso a conjeturar, imaginar y dar demasiadas cosas por supuesto.
 
Es más rápido, más cómodo, más sencillo suponer que comprobar. Además, estamos predispuestos a buscar explicaciones que tengan algún tipo de correspondencia lógica con lo que ya conocemos (por ejemplo: si hay nubes, hay agua). Luego, conforme vamos obteniendo más datos, pulimos y mejoramos nuestra percepción de la realidad, dándonos cuenta de lo equivocados que podíamos estar en un principio.
 
Sin embargo, esta forma de explicar y dar un sentido a lo que nos rodea puede distorsionar la realidad. ¿Quién no ha imaginado alguna vez que la mirada de alguien que teníamos delante estaba cargada de malas intenciones? ¿Quién no ha pensado alguna vez que los demás podrían estar riéndose de uno mismo o que uno mismo estaba aburriendo a los demás con su conversación? ¿Quién no ha sido capaz de profetizar un suceso (“seguro que me va a suceder…”) al menos un par de veces al día? ¡Y no nos detenemos en estas pequeñeces! Prejuzgamos individuos, grupos, razas y hasta naciones. E incluso somos capaces de hablar de Dios, de lo que piensa de nosotros o de aquellos que no actúan según sus designios.
 
No es malo suponer, es una forma rápida de comprender y dar sentido a lo que nos rodea. Lo malo está en no querer apearse de las suposiciones sin contrastarlas o, al menos, no tener la suficiente humildad para reconocer que ciertas realidades escapan a nuestra comprensión.
 
El relato que sigue a continuación, una historia que narraba el célebre científico y divulgador Carl Sagan, habla de cómo hasta la ciencia (el paradigma del conocimiento basado en los datos objetivos) puede dejarse llevar por la imaginación. Sagan describe muy acertadamente (y con cierto tono de humor) nuestra manera de comprender la realidad que nos rodea y la facilidad con la que podemos llegar a equivocarnos.
 
 
«Venus tiene casi la misma masa, el mismo tamaño y la misma densidad que la Tierra. Al ser el planeta más próximo a nosotros, durante siglos se le ha considerado como hermano de la Tierra. ¿Cómo es en realidad nuestro planeta hermano? ¿Puede que al estar algo más cerca del Sol sea un planeta suave, veraniego, un poco más cálido que la Tierra? ¿Posee cráteres de impacto, o los eliminó todos la erosión? ¿Hay volcanes? ¿Montañas? ¿Océanos? ¿Vida?
 
La primera persona que contempló Venus a través del telescopio fue Galileo en 1609. Vio un disco absolutamente uniforme. Galileo observó que presentaba, como la Luna, fases sucesivas, desde un fino creciente hasta un disco completo, y por la misma razón que ella: a veces vemos principalmente el lado nocturno de Venus y otras el lado diurno; digamos también que este descubrimiento reforzó la idea de que la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés. A medida que los telescopios ópticos aumentaban de tamaño y que mejoró su resolución (la capacidad para distinguir detalles finos), fueron sistemáticamente orientados hacia Venus. Pero no lo hicieron mejor que Galileo. Era evidente que Venus estaba cubierto por una densa capa de nubes que impiden la visión. Cuando contemplamos el planeta en el cielo matutino o vespertino, estamos viendo la luz del Sol reflejada en las nubes de Venus. Pero después de su descubrimiento y durante siglos, la composición de esas nubes fue totalmente desconocida. La ausencia de algo visible en Venus llevó a algunos científicos a la curiosa conclusión de que su superficie era un pantano, como la de la Tierra en el período carbonífero. El argumento -suponiendo que se merezca este calificativo- era más o menos el siguiente:
 
-No puedo ver nada en Venus.
-¿Por qué?
-Porque Venus está totalmente cubierto de nubes.
-¿De qué están formadas las nubes?
-De agua, por supuesto.
-Entonces, ¿por qué son las nubes de Venus más espesas que las de la Tierra?
-Porque allí hay más agua.
-Pues si hay más agua en las nubes también habrá más agua en la superficie. ¿Qué tipo de superficies son muy húmedas?
-Los pantanos.
 
Y si hay pantanos, ¿no puede haber también en Venus cicadáceas y libélulas y hasta dinosaurios? Observación: No podía verse absolutamente nada en Venus. Conclusión: El planeta tenía que estar cubierto de vida. Las nubes uniformes de Venus reflejaban nuestras propias predisposiciones. Nosotros estamos vivos y nos excita la posibilidad de que haya vida en otros lugares. Pero sólo un cuidadoso acopio y valoración de datos puede decirnos qué mundo determinado está habitado. En el caso de Venus nuestras predisposiciones no quedan complacidas.
 
La primera pista real sobre la naturaleza de Venus se obtuvo trabajando con un prisma de vidrio o con una superficie plana, llamada red de difracción, en la que se ha grabado un conjunto de líneas finas, regularmente espaciadas. Cuando un haz intenso de luz blanca y corriente pasa a través de una hendidura estrecha y después atraviesa un prisma o una red, se esparce formando un arco iris de colores, llamado espectro. El espectro se extiende desde las frecuencias altas de la luz visible hasta las bajas: violeta, azul, verde, amarillo, anaranjado y rojo. Como estos colores pueden verse, se les llamó el espectro de la luz visible. Pero hay mucha más luz que la del pequeño segmento del espectro que alcanzamos a ver. En las frecuencias más altas, debajo del violeta, existe una parte del espectro llamada ultravioleta: es un tipo de luz perfectamente real, portadora de muerte para los microbios. Para nosotros es invisible, pero la detectan con facilidad los abejorros y las células fotoeléctricas. En el mundo hay muchas más cosas de las que vemos. Debajo del ultravioleta está la parte de rayos X del espectro, y debajo de los rayos X están los rayos gamma. En las frecuencias más bajas, al otro lado del rojo, está la parte infrarroja del espectro. Se descubrió al colocar un termómetro sensible en una zona situada más allá del rojo, en la cual de acuerdo con nuestra vista hay oscuridad: la temperatura del termómetro aumentó. Caía luz sobre el termómetro, aunque esta luz fuera invisible para nuestros ojos. Las serpientes de cascabel y los semiconductores contaminados detectan perfectamente la radiación infrarroja. Debajo del infrarrojo está la vasta región espectral de las ondas de radio. Todos estos tipos, desde los rayos gamma hasta las ondas de radio, son igualmente respetables. Todos son útiles en astronomía. Pero a causa de las limitaciones de nuestros ojos tenemos un prejuicio en favor, una propensión hacia esa franja fina de arco iris que llamamos el espectro de luz visible.
 
En 1844, el filósofo Auguste Comte estaba buscando un ejemplo de un tipo de conocimiento que siempre estaría oculto. Escogió la composición de las estrellas y de los planetas lejanos. Pensó que nunca los podríamos visitar físicamente, y que al no tener en la mano muestra alguna de ellos, nos veríamos privados para siempre de conocer su composición. Pero a los tres años solamente de la muerte de Comte, se descubrió que un espectro puede ser utilizado para determinar la composición química de los objetos distantes. Diferentes moléculas o elementos químicos absorben diferentes frecuencias o colores de luz, a veces en la zona visible y a veces en algún otro lugar del espectro. En el espectro de una atmósfera planetaria, una línea oscura aislada representa una imagen de la hendidura en la que falta luz: la absorción de luz solar durante su breve paso a través del aire de otro mundo. Cada tipo de línea está compuesta por una clase particular de moléculas o átomos. Cada sustancia tiene su firma espectral característica. Los gases en Venus pueden ser identificados desde la Tierra, a 60 millones de kilómetros de distancia. Podemos adivinar la composición del Sol (en el cual se descubrió por primera vez el helio, nombrado a partir de Helios, el dios griego del Sol); la composición de estrellas magnéticas A ricas en europio; de galaxias lejanas analizadas a partir de la luz que envían colectivamente los cien mil millones de estrellas integrantes. La astronomía espectroscópica es una técnica casi mágica. A mí aún me asombra. Auguste Comte escogió un ejempló especialmente inoportuno».
 
(Si el lector no ha sido capaz de comprender lo leído hasta este punto, puede encontrar una explicación "sencilla" es los siguientes enlaces: Espectroscopía para astronomía; Espectroscopía - Cómo detectar elementos químicos en el universo).
 
«Si Venus estuviera totalmente empapado resultaría fácil ver las líneas de vapor de agua en su espectro. Pero las primeras observaciones espectroscópicas, intentadas en el observatorio de Monte Wilson hacia 1920, no descubrieron ni un indicio, ni un rastro de vapor de agua sobre las nubes de Venus, sugiriendo la presencia de una superficie árida, como un desierto, coronada por nubes en movimiento de polvo fino de silicato. Estudios posteriores revelaron la existencia de enormes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera, con lo que algunos científicos supusieron que toda el agua del planeta se había combinado con hidrocarbonos para formar dióxido de carbono, y que por tanto la superficie de Venus era un inmenso campo petrolífero, un mar de petróleo que abarcaba todo el planeta. Otros llegaron a la conclusión de que la ausencia de vapor de agua sobre las nubes se debía a que las nubes estaban muy frías y toda el agua se había condensado en forma de gotitas, que no presentan la misma estructura de línea espectral que el vapor de agua. Sugirieron que el planeta estaba totalmente cubierto de agua, a excepción quizás de alguna que otra isla incrustada de caliza, como los acantilados de Dover. Pero a causa de las grandes cantidades de dióxido de carbono presentes en la atmósfera, el mar no podía ser de agua normal; la química física exigía que el agua fuese carbónica. Venus, proponían ellos, tenía un vasto océano de seltz.
 
El primer indicio sobre la verdadera situación del planeta no provino de los estudios espectroscópicos en la parte visible del espectro o en la del infrarrojo cercano, sino más bien de la región de (las ondas de) radio. Un radiotelescopio funciona más como un fotómetro que como una cámara fotográfica. Se apunta hacia una región bastante extensa del cielo y registra la cantidad de energía, en una frecuencia de radio dada, que llega a la Tierra. Estamos acostumbrados a las señales de radio que transmiten ciertas variedades de vida inteligente, a saber, las que operan las estaciones de radio y televisión. Pero hay otras muchas razones para que los objetos naturales emitan ondas de radio. Una de ellas es que estén calientes. Cuando en 1956 se enfocó hacia Venus un radiotelescopio primitivo, se descubrió que el planeta emitía ondas de radio como si estuviera a una temperatura muy alta. Pero la demostración real de que la superficie de Venus es impresionantemente caliente se obtuvo cuando la nave espacial soviética de la serie Venera penetró por primera vez en las nubes oscurecedoras y aterrizó sobre la misteriosa e inaccesible superficie del planeta más próximo. Resultó que Venus está terriblemente caliente. No hay pantanos, ni campos petrolíferos, ni océanos de seltz. Con datos insuficientes es fácil equivocarse».
 
Carl Sagan, Cosmos, Editorial Planeta, Barcelona 1980, pp. 91-94.
 

domingo, 17 de marzo de 2019

DOGMAS

Dentro de mí conviven dos maneras de pensar: una es la de un creyente, la otra es la de alguien escéptico. Hoy voy a dejar suelto al escéptico.
 
Hay una pregunta que no deja de darme la lata: ¿cómo es posible que creamos ciegamente en cosas de las que tenemos poca o ninguna información? ¿Cómo, a partir de un puñado de suposiciones, somos capaces de construir edificios conceptuales y formas de entender la realidad que pueden llegar a ser inamovibles? ¿Qué extraño poder tiene sobre nosotros una creencia para que nos lleve a rechazar a otras personas por el hecho de no entender la realidad de la misma manera en que la entendemos nosotros? ¿Cómo puede hacernos negar incluso lo evidente?
 
Un "dogma" es un punto esencial en un sistema de pensamiento (una religión, una filosofía o una doctrina política) que se considera cierto y que no puede ponerse en duda. En mi opinión, eso que algunos llaman “dogmatismo” no es una actitud patrimonio de credos o de doctrinas religiosas. Es algo que forma parte de la naturaleza misma del pensamiento humano. Para poner un ejemplo de esto que digo, me gustaría subir hoy a este navío dos textos que hablan de dogmatismo y de negación de la evidencia. Curiosamente ninguno de los dos habla de religiones.
 
El primero pertenece al célebre libro de Stephen Hawking, “Brevísima historia del tiempo” y en él se nos cuenta cómo hasta los grandes científicos pueden dejarse llevar por su concepción de la realidad a la hora aceptar lo que se revela como evidente.
 
«El descubrimiento de que el universo se está expandiendo fue una de las grandes revoluciones intelectuales del siglo XX. Visto retrospectivamente, sorprende que nadie lo hubiera pensado antes. Newton, y otros, deberían haber advertido que un universo estático sería inestable ya que, si en alguna época el universo hubiera sido estático, la atracción gravitatoria mutua de todas las estrellas y galaxias no hubiera tardado en empezarlo a contraer. Incluso si el universo se estuviera expandiendo lentamente, la fuerza de la gravedad haría que finalmente dejara de expandirse y, también en este caso, se empezara a contraer. Sin embargo, si el universo se estuviera expandiendo con un ritmo superior a un cierto valor crítico, la gravedad nunca sería lo suficientemente intensa para detenerlo y el universo se seguiría expandiendo indefinidamente. En cierto modo, es lo que ocurre cuando lanzamos un cohete desde la superficie de la tierra. Si su velocidad es baja, la gravedad acabará por detenerlo y volverá a caer. En cambio, si tiene una velocidad superior a cierto valor crítico (de unos once kilómetros por segundo), la gravedad no será lo suficientemente intensa para hacerlo volver, y seguirá alejándose de la tierra para siempre.
 
Este comportamiento del universo hubiera podido ser predicho a partir de la teoría newtoniana de la gravedad en cualquier momento del siglo XIX, del XVIII o, incluso, a finales del XVII. Sin embargo, la creencia en un universo estático era tan firme que persistió hasta bien entrado el siglo XX. Incluso Einstein, cuando formuló la teoría general de la relatividad en 1915, estaba tan convencido de que el universo era estático que modificó su teoría para hacerlo posible, introduciendo en sus ecuaciones un factor espúreo denominado constante cosmológica. Esta constante tiene el efecto de una fuerza “antigravitatoria” que, a diferencia de las otras fuerzas, no procedería de ninguna fuente en particular, sino que estaría imbuida en la misma fábrica del espacio-tiempo y, como consecuencia de ella, el espacio-tiempo tendría una tendencia innata a expandirse. Ajustando el valor de la constante cosmológica, Einstein podía variar la intensidad de esta tendencia y vio que era posible ajustarla de manera que anulara exactamente la atracción de toda la materia del universo, de modo que éste fuera estático. Posteriormente desautorizó la constante cosmológica y la calificó como “el mayor error que había cometido”. (…) En la actualidad tenemos motivos para pensar que, al fin y al cabo, tal vez acertó al introducirla. Pero lo que debió de molestar a Einstein fue haber permitido que su creencia en un universo estático se impusiera a lo que su teoría parecía predecir: que el universo está en expansión».
 
Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, Brevísima historia del tiempo, Crítica, Barcelona 2005, pp. 78-79.
 
 
La segunda historia la narraba el célebre científico y divulgador norteamericano Carl Sagan, en su conocida serie de televisión “Cosmos”. En ella podremos comprobar cómo las actitudes dogmáticas no pertenecen únicamente a sacerdotes o a fanáticos.
 
«Un libro popular, Mundos en colisión, publicado en 1950 por un psiquiatra llamado Immanuel Velikovsky, afirma que ha habido grandes colisiones recientes desde Saturno hasta Venus. Según el autor, un objeto de masa planetaria, que él llama cometa, se habría formado de alguna manera en el sistema de Júpiter. Hace unos 3500 años se precipitó hacia el sistema solar interior y tuvo repetidos encuentros con la Tierra y Marte, consecuencias accidentales de los cuales fueron la división del Mar Rojo que permitió a Moisés y a los israelitas escapar del Faraón, y el cese de la rotación de la Tierra por orden de Josué. También produjo, según Velikovsky, vulcanismos y diluvios importantes. Velikovsky imagina que el cometa, después de un complicado juego de billar interplanetario, quedó instalado en una órbita estable, casi circular, convirtiéndose en el planeta Venus, planeta que, según él, no había existido antes.
 
 
Estas ideas son muy probablemente equivocadas, como ya he discutido con una cierta extensión en otro lugar. Los astrónomos no se oponen a la idea de grandes colisiones, sino a la de grandes colisiones recientes. En cualquier modelo del sistema solar es imposible mostrar el tamaño de los planetas a la misma escala que sus órbitas, porque los planetas serían entonces tan pequeños que apenas se verían. Si los planetas aparecieran realmente a escala, como granos de polvo, comprenderíamos fácilmente que la posibilidad de colisión de un determinado cometa con la Tierra en unos pocos miles de años es extraordinariamente baja. Además, Venus es un planeta rocoso, metálico, pobre en hidrógeno. No hay fuentes de energía para poder expulsar de Júpiter cometas o planetas. Si uno de ellos pasara por la Tierra no podría "detener" la rotación de la Tierra, y mucho menos ponerla de nuevo en marcha al cabo de veinticuatro horas. Ninguna prueba geológica apoya la idea de una frecuencia inusual de vulcanismo o de diluvios hace 3500 años. En Mesopotamia hay inscripciones referidas a Venus de fecha anterior a la época en que Velikovsky dice que Venus pasó de cometa a planeta. Es muy improbable que un objeto con una órbita tan elíptica pudiera pasar con rapidez a la órbita actual de Venus, que es un círculo casi perfecto. Etcétera.
 
Muchas hipótesis propuestas tanto por científicos como por no científicos resultan al final erróneas. Para ser aceptadas, todas las ideas nuevas deben superar normas rigurosas de evidencia. Lo peor del caso Velikovsky no es que su hipótesis fuera errónea, o estuviese en contradicción con los hechos firmemente establecidos, sino que ciertas personas que se llamaban a sí mismas científicos intentaron suprimir el trabajo de Velikovsky. La ciencia es una creación del libre examen, y a él está consagrada: toda hipótesis, por extraña que sea, merece ser considerada en lo que tiene de meritorio. La eliminación de ideas incómodas puede ser normal en religión y en política, pero no es el camino hacia el conocimiento; no tiene cabida en la empresa científica. No sabemos por adelantado quién dará con nuevos conceptos fundamentales».
 
Carl Sagan, Cosmos, Editorial Planeta, Barcelona 1980, pp. 90-91.
 
 

sábado, 9 de marzo de 2019

LA LLAVE DE LA FELICIDAD

Hace mucho tiempo que no he subido ningún cuento a este navío y como llevo varias publicaciones hablando de eso del conocimiento de uno mismo y de mirar al interior, hoy me gustaría dejar aquí esta pequeña historia procedente del lejano oriente.
 
«En el comienzo, Dios se sentía solo, muy solo. Y para poder superar esta soledad creó unos seres sobrenaturales para que le hicieran compañía; pero estos seres encontraron la llave de la felicidad y se fundieron con Dios, que volvió a quedarse solo.
 
Entonces pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que este pudiera encontrar también la llave de la felicidad. Si lo hacía, el hombre encontraría el sendero hacia Él y se fundiría con Él, quedándose de nuevo solo.
 
Toda la noche la pasó Dios pensando y preguntándose dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no pudiera encontrarla. Primero pensó esconderla en el fondo de los océanos; luego en una gruta o en la más alta de las cordilleras; después pensó en ocultarla en otro planeta. Pero ninguno de estos lugares le complacía. Sabía que el ser humano terminaría descendiendo al océano más profundo y que antes o después escalaría las cumbres más altas y bajaría a las cuevas más recónditas, encontrando la llave. Ni siquiera estaría segura en un lejano planeta, ya que el hombre llegaría allí tarde o temprano.
 
Al alba todavía seguía preguntándose dónde ocultarla. Y cuando el sol comenzaba a despuntar, se le ocurrió el lugar perfecto, un sitio en que el hombre nunca buscaría la llave de la felicidad: dentro del hombre mismo.
 
Así fue como Dios creó al ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad».
 
Fuente: Ramiro Calle. Los mejores cuentos espirituales de oriente. RBA, Barcelona 2003, pp. 20-21.
 

domingo, 3 de marzo de 2019

CON UNOS NUEVOS OJOS

Muchos vivimos nuestras vidas como una constante búsqueda: de una posición, de una estabilidad, de una identidad, de respuestas, de certezas, de sentido. Esta búsqueda la realizamos casi siempre fuera de nosotros mismos: a través de normas y mandamientos que dirijan nuestras acciones, de modelos a seguir, de maestros que nos muestren el camino adecuado, que nos digan qué es lo bueno y lo malo (“¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?”).
 
Hace casi un año publiqué una reflexión que hablaba de esto mismo: de la necesidad de indicadores que nos orienten en nuestras vidas (si quieres leerla, haz clic en este enlace). Este es el problema: en la vida no hay flechas que nos indiquen cuál es el mejor camino a seguir. Y un hecho así se hace más evidente cuando hacemos referencia al funcionamiento de nuestra propia mente.
 
No hablo del funcionamiento físico o químico de nuestro cerebro, de cómo percibimos los seres humanos la realidad que nos circunda o de cómo responde nuestro cerebro a los estímulos. Incluso los libros de neurología sólo podrá darnos unas indicaciones genéricas basadas en datos estadísticos. Hablo de cómo funciona la mente propia, la mía o la suya. Eso es algo para lo que no existen ni maestros, ni libros, ni autoridades.
 
Lo viejo es poner etiquetas. Es lo más fácil, lo que ahorra más trabajo, lo que todo el mundo hace. Con las etiquetas puedo admitir lo que se considera “lo normal” y despreciar “lo anormal”. Con las etiquetas clasifico, organizo, valoro, apruebo y censuro. Te etiqueto a ti, etiqueto a los otros y también me etiqueto a mí mismo.
 
Sin embargo, darme cuenta de lo que hago, de lo que pienso, de cuáles son mis respuestas a los acontecimientos de mi vida, evitando valorar si es bueno o es malo, si se ajusta a un determinado modelo ético o de pensamiento, si se acomoda a las expectativas ajenas o las propias, es la única forma de abrirse a la novedad.
 
El texto que hoy traigo es de un viejo conocido de este navío: J. Krishnamurti. Habla de esta nueva forma de aprender, sin manuales, sin indicaciones. Una forma de aprender que debe vaciarnos de lo que creemos saber. Una forma de aprender que no es fácil, pero que nos abre indudablemente a la fortaleza de lo que es.
 
 
«Me pregunto qué buscamos la mayoría y cuando encontramos lo que buscamos, ¿es plenamente satisfactorio o siempre permanece una sombra de frustración? ¿Es posible aprender todo, de nuestras tristezas y alegrías, de tal manera que nuestras mentes se renueven y sean capaces de aprender infinitamente más?
 
Casi todos escuchamos para que nos digan lo que debemos hacer para ajustarnos a un nuevo modelo, o simplemente escuchamos para acumular más información. Si estamos aquí con esa actitud, entonces la acción de escuchar tendrá muy poco valor en relación a lo que intentamos hacer en estas charlas. Mucho me temo que a la mayoría sólo nos preocupa eso, queremos que nos informen, escuchamos para que nos guíen, y es evidente que una mente que sólo quiere que le guíen no puede aprender.
 
Creo que existe una forma de aprender que no está relacionada con el deseo que nos guíen. Al estar confundidos, la mayoría queremos encontrar a alguien que nos ayude a no estarlo y, en consecuencia, estamos simplemente aprendiendo o adquiriendo conocimientos para ajustarnos a un determinado modelo. Me parece que todas esas formas de aprender siempre conducen no sólo a más confusión, sino también a un deterioro de la mente. Creo que hay una manera diferente de aprender, un aprender que consiste en investigar dentro de uno mismo, un aprender en el que no hay profesor y alumno, discípulo y gurú. Cuando uno empieza a investigar el funcionamiento de su propia mente, cuando observa su propio pensar, sus actividades y sentimientos cotidianos, en ese momento nadie le enseña porque no hay nadie que pueda enseñarle Uno no puede basar su investigación en una autoridad, suposición o conocimiento previo; si lo hace, estará meramente ajustándose a un patrón conocido y, por tanto dejará de aprender de sí mismo.
 
Creo que es muy importante aprender de sí mismo, porque sólo entonces la mente puede eliminar lo viejo y, a menos que la mente se vacíe de lo viejo no puede surgir una fuerza interna nueva. Esta fuerza nueva y creativa es imprescindible si el individuo quiere crear un mundo diferente, una relación diferente, una estructura moral distinta; y únicamente eliminando de la mente todo lo viejo puede surgir esa nueva fuerza interna, llámenla como más les guste, la fuerza de la realidad o la gracia de Dios, ese sentimiento de algo completamente nuevo, no premeditado, algo que el pensamiento nunca ha pensado, que no ha sido elaborado por la mente. Sin esa fuerza creativa extraordinaria de la realidad, hagan lo que hagan para eliminar la confusión y generar orden en la estructura social, sólo conducirá a más desdicha. Creo que es bastante obvio, si uno observa los acontecimientos políticos y sociales que están sucediendo en el mundo.
 
De manera que es importante, me parece a mí, que la mente se vacíe de todo conocimiento porque el conocimiento siempre viene del pasado, y mientras la mente cargue con el residuo del pasado, con las experiencias personales y colectivas, no es posible aprender.
 
Existe un aprender que empieza con el conocimiento propio, un aprender que llega con darse cuenta de las actividades cotidianas, de lo que uno hace, piensa, de cuál es su relación con otro, de cómo responde su mente a cada incidente y reto de la vida cotidiana. Sin darse cuenta de sus respuestas a cada reto de la vida no puede haber conocimiento propio. Sólo puede conocerse tal como es en relación con algo, en relación con la gente, con las ideas y con las cosas. Si da por sentado cualquier cosa de sí mismo, si presupone, por ejemplo, que uno es el Atman, o el yo superior, y comienza a partir ahí, lo cual sin duda es una conclusión, su mente será incapaz de aprender.
 
Cuando la mente carga con el peso de una conclusión, de una fórmula, deja de investigar. Es muy importante investigar, no sólo como hacen ciertos especialistas en el campo científico o psicológico, sino investigar dentro de uno mismo para conocer la totalidad del propio ser, ver cómo opera la mente, tanto en el nivel consciente como en el inconsciente, en las actividades de la propia vida diaria, cómo uno actúa, cuáles son las respuestas cuando va al trabajo, cuando viaja en autobús, cuando habla con sus hijos, con su esposa o esposo, etc. A menos que la mente se dé cuenta de la totalidad de sí misma, no de cómo debería ser, sino de cómo realmente es, a menos que se dé cuenta de sus conclusiones, sus suposiciones, sus ideales, su conformismo, no hay ninguna posibilidad de que surja esta nueva y creativa fuerza de la realidad.
 
Tal vez conozca las capas superficiales de su mente, pero conocer los motivos, los estímulos y los miedos inconscientes, los residuos ocultos de la tradición, de la herencia racial, darse cuenta de todo eso y prestarle verdadera atención, es un trabajo duro, exige muchísima energía. La mayoría no estamos dispuestos a prestar verdadera atención a estas cosas, no tenemos la paciencia necesaria para profundizar en nosotros mismos paso a paso, milímetro a milímetro, a fin de empezar a conocer todas las sutilezas los complicados movimientos de la mente. Sin embargo, sólo la mente que se comprende a sí misma en su totalidad y, por consiguiente, una mente incapaz de engañarse, únicamente esa mente puede liberarse de su pasado e ir más allá de sus limitados movimientos en el campo del tiempo. No es muy difícil, pero requiere trabajar muy duro».
 
Charla pública en Bombay, 20 de febrero de 1957.
J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia. Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 53-56.