Aprovechando
la costumbre de hacer regalos en estas fechas, hoy traigo en mi navío este
hermoso presente: un breve cuentecito zen para meditación y disfrute de paseantes.
Su Excelencia,
el señor gobernador Mushô Keishu, va de viaje; avanza al paso lento de sus
porteadores hacia Kamakura, la gran capital shogunal. Confortablemente
recostado en los cojines de seda, con las manos puestas sobre su redondo
vientrecito, que se mueve amablemente al ritmo de su litera, el señor
gobernador se adormila un poco y echa un sueñecito. Su guardia personal de
nobles samuráis va a su alrededor y lo protege. Después, ordenadamente, les
siguen los criados, los animales y el equipaje. El señor gobernador, con
sonrisa beatífica en su rostro liso, muy dulcemente, se duerme.
En las colinas
de Kamakura, en un lugar apacible desde el que se domina al mismo tiempo la ciudad
y el mar, el maestro zen Unkei ha instalado su taller de estatuaria detrás de
una modesta pagoda. Esculpe en madera budas de sonrisa eterna. También recibe a
gentes de toda condición que solicitan sus consejos. Unkei es un hombre exteriormente
rudo, un silencioso, pero nunca niega su ayuda, y todos lo veneran. Esta
mañana, precisamente, el joven monje que hace de portero, se acerca con aire
preocupado; trae religiosamente en las manos una carta de presentación
maravillosamente adornada y decorada. En ella se lee:
SU
EXCELENCIA
MUSHÔ KEISHU,
GOBERNADOR
DE KYOTO,
CONSEJERO
PERSONAL DEL SHÔGUN
«No tengo nada
que decirle a este hombre», dice secamente Unkei, que deja caer la carta y
sigue trabajando. El joven portero, desconcertado y asustado, regresa a
anunciarle al criado de Su Excelencia la negativa de su maestro. Temblando, espera
cuál será la reacción del alto personaje, que por el momento no ha salido de su
litera.
«¡Monje, Su
Excelencia te está esperando!»
El portero,
más muerto que vivo, se presenta humildemente ante el señor gobernador, que está
confortablemente recostado en sus cojines de seda.
«¿Tu maestro
no quiere recibirme? -responde
Su Excelencia, más asombrado que irritado-.
¿Te ha dado algún motivo?
- No, Señor.
- ¿Ya sabe que podría
mandar que le cierren el taller, encarcelarlo a él y a los suyos y hacer
empalar a sus criados?
- ¡Piedad, Señor!», exclama
el joven novicio cayendo de rodillas.
Su
Excelencia el gobernador no es mal hombre. Medita un instante, mullidamente
recostado en sus cojines de seda. A su alrededor, la guardia de samuráis se ha
puesto en tensión; algunos ya tienen la mano en el sable.
«¡Hum! ¡Hum!
-dice el gobernador-, voy a probar una cosa». Tacha todos sus títulos y no deja
en su tarjeta de visita más que su nombre:
MUSHÔ KEISHU
«¡Anda y
llévale de nuevo a tu maestro mi tarjeta de visita!»
Unkei está
lacando un buda de madera. Coge la tarjeta que el portero le tiende temblando.
«Recibiré
encantado a este hombre», responde.
Fuente: Henri Brunel, Los más bellos cuentos zen,
Los pequeños libros de la sabiduría, Barcelona, 2008, pp. 29-32.
Si tuviera que buscarle una
moraleja a este cuento, sería algo así como: “¡Qué bueno eso de ser uno
mismo... sin aditivos!”.