EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


sábado, 24 de noviembre de 2018

CONSIDERACIÓN

Al hilo de las últimas publicaciones de este blog, me viene a la mente un inconveniente (el más lógico, por supuesto). En la actividad frenética en la que me veo envuelto una y otra vez, un día detrás de otro, es complicado ser capaz de detenerme a escuchar “lo que soy”. ¿Cuántas veces me permito descansar de preocupaciones? Siempre me obligo a ser fuerte, a rendir más y mejor, a ser más eficiente. Y cuando tengo un poco de tiempo libre, siempre acabo enredado por otras “prioridades”: las tareas domésticas, las obligaciones familiares, mi formación con cursos de actualización, mis espacios para el ocio, para el deporte o para el sueño reparador de fuerzas. Parezco un niño con una agenda repleta de actividades extraescolares. ¿Dónde dejo espacio a las necesidades de mi interior?
 
En la tradición cristiana hay textos que debieran considerarse “preceptivos”, en especial por lo saludables de pueden resultar. Nunca comprenderé como en la tradición religiosa en la que he crecido no se haya tenido en cuenta algo tan elemental: saber detenerse y contemplar el interior, ese lugar donde brotan las ilusiones y esperanzas, los odios, las culpas, los miedos..., quizá porque era más importante ser voceros de Dios para construir su Reino, para juzgar a los impíos o para erradicar el error desde el anatema.
 
A mi memoria acuden ahora fragmentos del Evangelio en los que se presenta a un Jesús que se retiraba a lugares sin gentes ni ruidos para poder orar: “Pero él se apartaba a lugares desiertos, y oraba…” (Lc 5, 16; Mc 6, 46); también frases de un Jesús que hablaba de la intimidad: “… porque el Reino de Dios está dentro de vosotros” (según algunas traducciones de Lc 17, 21). Tengo en el recuerdo la imagen de una iglesia de Madrid en cuyo frontis, justo encima de la entrada al templo, figura esas palabras de Mt 11, 28-30: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…”.
 
Si alguien conoce la Biblia mejor que yo, podrá citar más textos que hablen de esta conducta tan saludable, pero tan poco practicada por muchos de los creyentes que conozco: detenerse, sosegarse, mirar adentro, tolerarse y aprender a perdonarse… para ser capaces de cambiar la mirada.
 
Hoy me gustaría traer a este barco una de esas ricas (y saludables) mercaderías que habla precisamente del “mandamiento” de la tregua, el reposo y la vacación: ese momento para respirar en profundidad y escuchar los propios adentros. Se trata de un fragmento del primer capítulo del tratado de las Consideraciones de san Bernardo de Claraval. Este padre de la orden cisterciense escribió estas líneas al entonces Papa Eugenio III, antiguo monje del monasterio de Claraval y discípulo del propio Bernardo.
 
En un lenguaje que brota de la confianza que un maestro puede tener con su pupilo o el de un padre con su hijo, San Bernardo mezcla en este tratado dirigido al pontífice romano afecto y firmeza (a veces dureza). Sin embargo, hoy quiero subir a este navío un fragmento perteneciente al primer capítulo de este tratado: una invitación a la consideración de uno mismo.
 
 
¿Por dónde comenzaría yo? Me decido a hacerlo por tus ocupaciones, pues son ellas las que más me mueven a condolerme contigo. Digo condolerme, en el caso de que a ti también te duelan. Si no es así, te diría que me apenan; pues no puede hablarse de condolencia cuando el otro no siente el mismo dolor. Por tanto, si te duelen me conduelo; y si no, siento aún mayor pena, porque un miembro insensibilizado difícilmente podrá recuperarse; no hay enfermedad tan peligrosa como la de no sentirse enfermo. Pero a mí ni se me ocurre pensar eso de ti.
 
Sé con qué gusto saboreabas hasta hace muy poco las delicias de tu dulce soledad. No puedes prescindir tan pronto de ellas. Es imposible que ya no lamentes su pérdida tan reciente. Una herida aún fresca duele muchísimo. Y no es posible que se haya encallecido la tuya tan pronto, ni te creo capaz de haberte insensibilizado en tan poco tiempo…
 
No te fíes demasiado del disgusto que ahora sientes. Nada hay tan arraigado en el ánimo que no pierda su fuerza con la negligencia y el paso del tiempo. La callosidad termina encubriendo una herida vieja ya olvidada; por eso se hace más difícil de curar cuanto menos duele… ¿Hay algo que no consiga cambiar la fuerza de la costumbre? La rutina nos relaja. Nada resiste la repetición asidua. Cuántos, debido a la inercia del hábito, han conseguido encontrar agradable lo que antes aborrecían por resultarles amargo.
 
En una palabra: es lo que siempre me temí de ti y lo temo ahora: que por haber diferido el remedio, al no poder soportar más el dolor, llegues desesperado, a abandonarte al peligro de forma irremediable. Tengo miedo, te lo confieso, de que en medio de tus ocupaciones, que son tantas, por no poder esperar que lleguen nunca a su fin, acabes por endurecerte tú mismo y lentamente pierdas la sensibilidad de un dolor tan justificado y saludable.
 
Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras. ¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Si no te has estremecido ya, es que tu corazón ha llegado a ella. Corazón duro es simplemente aquel que no se espanta de sí mismo, porque ni lo advierte. No me hagas más preguntas. Ningún corazón duro llegó jamás a salvarse, a no ser que Dios, en su misericordia, lo convierta en un corazón de carne. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda con la compasión ni se conmueve en la oración… Es de corazón duro el hombre que del pasado sólo recuerda las injurias que le hicieron… En una palabra: es de corazón duro el que ni teme a Dios ni respeta al hombre.
 
Hasta este extremo pueden llevarte esas malditas ocupaciones si, tal como empezaste, siguen absorbiéndote por entero sin reservarte nada para ti mismo. Pierdes el tiempo; te diría que te agotas en un trabajo insensato con unas ocupaciones que no son sino tormento del espíritu, enervamiento del alma y pérdida de la gracia. El fruto de tantos afanes, ¿no se reducirá a puras telas de araña?...
 
¿Qué puedo hacer?, me dices. Abstenerte de esas ocupaciones. Acaso me responderás: Imposible; más fácil me resultaría renunciar a la Sede Apostólica. Precisamente eso sería lo más acertado si yo te exhortara a romper con ellas y no a interrumpirlas.
 
Escucha mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo dedicas a las actividades y no reservas nada para la meditación ¿podría felicitarte? Creo que no podrá hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: “el que modera su actividad se hará sabio”. Porque incluso las mismas ocupaciones saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la meditación. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando al que se hizo Todo para todos, alabo tu bondad, a condición de que sea plena. Pero ¿cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes a ti mismo de ella? Tú también eres un ser humano. Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno, que abarca a todos los hombres, debe acogerte también a ti. Ya que todos te poseen, sé tú mismo uno de los que disponen de ti.
 
¿Por qué has de ser el único en no beneficiarte de tu propio oficio? ¿Cuándo, por fin, vas a darte audiencia a ti mismo entre tantos a quienes acoges? Te debes a sabios y a necios, ¿y te rechazas sólo a ti mismo? El temerario y el sabio, el esclavo y el libre, el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el anciano y el joven, el clérigo y el laico, el justo y el impío, todos disponen de ti por igual, todos beben en tu corazón como en una fuente pública, ¿y te quedas tú solo con sed? Si es maldito el que dilapida su herencia ¿qué será del que se queda sin él mismo?
 
En definitiva, el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo que siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos, vuélvete hacia ti mismo. Aunque sea como a los demás, o siquiera después de los demás, sírvete a ti mismo.
 
 

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