Como hace muchas semanas que no traigo algo para divertirse un rato, hoy me he animado a venir con este pequeño cuento debajo de brazo.
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar; ¿la causa?, ¡hacía demasiado ruido! Además, se pasaba todo el tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo. Dijo que era demasiado retorcido.
El tornillo aceptó también, pero pidió la expulsión de la lija. Era muy áspera en su trato, tenía muchas fricciones con los demás.
La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre medía a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.
En ese momento entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro, el tornillo. Y convirtió una tosca madera en un bonito caballo para niños.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. El serrucho tomó la palabra y dijo: “Señores, es claro que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja utilizando nuestras cualidades, que son las que nos hacen valiosos. No pensemos más en nuestros puntos negativos centrémonos en la utilidad de nuestros aspectos buenos”.
La asamblea encontró que el martillo era fuerte, el tornillo unía, la lija afinaba y limaba asperezas y el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad. Se sintieron orgullosos de poder trabajar juntos.
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