EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 31 de julio de 2016

COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

En la última publicación de este blog (Los cinco recuerdos) hice referencia a nuestros más profundos miedos, esos temores asociados a la pérdida de lo que más queremos: de nuestros seres queridos, de la salud, de la juventud, de la propia vida. Pensar en la propia muerte, en la posibilidad de perder la salud, de perder lo que tenemos… da vértigo. Afirmar la necesidad de pensar en ello para no olvidarlo… suena a disparate. ¿Quién está tan “loco” como para hacerlo? Lo socialmente aceptado, lo “normal”, es mirar hacia delante con esperanza, proyectar el futuro, vivir “a tope”, vivir como si nunca fuera a ocurrirnos nada.
 
La sabiduría popular dice que en nuestra vida hay que hacer tres cosas: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. En el fondo de dicha afirmación late el deseo de dejar algo nuestro para la posteridad, dejar constancia de nuestra identidad, de nuestra biografía, algo que diga que hemos estado aquí, que hemos dejado huella. Es una forma de perdurar en el tiempo.
 
Y así, en medio de proyectos, experiencias, deseos, aspiraciones, ocupaciones y preocupaciones, vivimos un tanto anestesiados de ese dolor que seguirá estando ahí, de esa realidad que siempre estará presente.
 
Esta misma mañana he tenido la oportunidad de escuchar el siguiente fragmento del libro del Eclesiastés:
 
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,
y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.
También esto es vanidad y grave desgracia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.
También esto es vanidad.
 
Eclesiastés 2, 21-23
 
Me viene ahora a la memoria la escena final de la película Blade Runner, de Ridley Scott. En ella, Rick Deckard (personaje interpretado por Harrison Ford) y Roy Batty (el “replicante” interpretado por Rutger Hauer) se enfrentan en un desesperado combate a vida o muerte. Cuando Deckard intenta escapar saltando desde un tejado a otro edificio y logra sujetarse de una viga. Roy Batty, sin embargo, salta con facilidad y se queda mirando fijamente a su enemigo, que se encuentra peligrosamente suspendido en el vacío. En el límite de su aguante, Deckart termina soltándose de la viga, pero Batty lo sujeta por la muñeca, salvándole la vida. El replicante, que se está deteriorando muy rápidamente ya que sus cuatro años de vida se acaban, se sienta y relata con elocuencia los grandes momentos de su vida. La escena no tiene desperdicio.
 
 
Las palabras de Batty son demoledoras: nuestros recuerdos del pasado, nuestros proyectos futuros, nuestras vivencias, nuestra biografía… sólo son lágrimas en la lluvia. Todo se irá con nosotros y terminará desapareciendo con nuestro último aliento, diluyéndose en la nada.
 
¡Porque hasta nosotros terminaremos diluyéndonos en la memoria colectiva! Para entender esto, sólo es necesario hacerse unas simples preguntas: ¿quién inventó la rueda?, ¿alguien recuerda su nombre?, ¿quiénes diseñaron y erigieron las pirámides o las grandes catedrales?, ¿dónde figuran sus nombres? Si se desconocen los nombres e historias de aquellos que dejaron tan grades legados, ¿quién se acordará del “legado” que cada uno de nosotros pueda dejar?
 
¡Y todavía puedo ponerme un poco más “pesimista”!
 
Imaginemos que la Humanidad pereciera como consecuencia de un cataclismo planetario. ¿Quién quedaría para recordar los grandes logros del género humano?, ¿quién para recordar los nombres de los grandes protagonistas de la Historia?
 
Aunque lo parezca, ni intento aniquilar la esperanza, ni pretendo caer en un fatalismo que conduzca a la inacción, ni quiero negar el legítimo derecho de la Humanidad al progreso. Tan sólo pretendo preguntarme en qué depositamos nuestra esperanza. ¿No será para analgesiar esa realidad de la que estamos hablando?
 
Personalmente, cada día estoy más convencido de que mirando cara a cara nuestros temores, siendo plenamente conscientes de nuestro destino, de nuestra radical vulnerabilidad, podemos vivir más plenamente el presente y amar lo que cada instante contiene.
 
Recuerdo ahora otra película, “El puente de San Luis Rey”, una historia ambientada en el Perú del siglo XVIII. En ella, las vidas de cinco de sus personajes se entrelazan en un trágico accidente en el que todos fallecen. En el monólogo final de esta cinta, la madre abadesa, interpretada por Geraldine Chaplin, dice estas palabras:
 
 
Ahora, casi nadie recuerda a Esteban y a Pepita, a no ser yo… la hermana Camila, la Perichole, recuerda a Tío Pío y a su hijo… y esta mujer a su madre… Pero pronto moriremos, y con nosotras se irá el recuerdo de aquellos cinco. También a nosotras nos amarán un tiempo y nos olvidarán… pero ese amor habrá bastado. Todos los impulsos del amor regresan al amor que los creó. El amor no necesita de recuerdo. Hay una tierra de los vivos y una tierra de los muertos, el puente entre ellas es el amor. Sólo él sobrevive y tiene sentido.
 
Pues sí, el tiempo diluirá todo recuerdo, pero lo único que quedará será el amor que hayamos tenido.
 

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