EL BLOG SE PRESENTA...

EL BLOG SE PRESENTA...

Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 3 de julio de 2016

EL SILENCIO MÁS VALIOSO

En una pasada publicación de este blog (Cuarenta veces que naciera), ya tuve la ocasión de contar que soy voluntario en un centro hospitalario de Madrid. Dicha institución cuenta con una unidad de cuidados paliativos… y no creo que deba explicar qué tipo de enfermos son los que ocupan este tipo de servicios hospitalarios.
 
Desde hace un mes, paso cada miércoles por la habitación de una paciente que apenas recibe visitas ya que es soltera y su único familiar cercano es una cuñada que se acerca siempre que puede y se lo permiten sus obligaciones. Sin embargo, estas visitas no siempre son suficientes y esta paciente agradece sobremanera la presencia de los voluntarios del servicio de paliativos que se acercan por su habitación a conversar un rato con ella.
 
El pasado miércoles me acerqué a verla. En los últimos días esta mujer había empeorado. Se encontraba en cama y parecía estar dormida. Se percibía en su aspecto que la enfermedad estaba progresando, ya que presentaba una ictericia muy llamativa. Al tocarla el brazo, abrió los ojos y me sonrió. Su mirada también se veía afectada por la ictericia, que teñía el blanco de sus ojos de un color amarillento. Se la veía sin muchas fuerzas y darse la vuelta en la cama parecía resultarle algo muy difícil.
 
“¿Quieres que me quede un rato contigo?”, le pregunté. “Si…”, fue su breve respuesta. Me senté al lado de su cama y tomé su mano entre las mías. Y así me quedé un buen rato. Ella sólo sonreía y musitaba de vez en cuando: “Gracias…”. Finalmente terminó cerrando sus ojos mientras mantenía dibujada su sonrisa en la boca.
 
 
En una situación como esta no dejaba de recordar aquello que suele decirse: ¡qué incómodo puede ser mantener un silencio así durante mucho tiempo! Sin embargo, nunca me he sentido más cómodo que en esta ocasión. No necesitaba dar palabras de ánimo a esa persona, no necesitaba darle conversación. Sostener su mano entre las mías era suficiente. Parecerá muy poco, pero era muchísimo para aquella paciente. No necesitábamos más… ni ella ni yo. Aquel silencio y aquel gesto de ternura, su mano entre las mías, lo eran todo y aquella mujer no parecía necesitar nada más.
 
Durante aquellos minutos repitió su agradecimiento en un par de ocasiones más.
 
Esa experiencia me da que pensar. ¿Resulta tan complicado acompañar a un enfermo grave manteniendo el silencio y la sola presencia? ¿La soledad se llena con conversaciones? ¿Es inútil el silencio? Puedo asegurar que ese rato que permanecí con esta enferma no me sentí en absoluto inútil.
 
Es cierto… un gesto, una actitud, valen más que mil palabras de consuelo.
 
 

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