EL BLOG SE PRESENTA...

EL BLOG SE PRESENTA...

Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


sábado, 27 de diciembre de 2014

SU EXCELENCIA

Aprovechando la costumbre de hacer regalos en estas fechas, hoy traigo en mi navío este hermoso presente: un breve cuentecito zen para meditación y disfrute de paseantes.
 
 
Su Excelencia, el señor gobernador Mushô Keishu, va de viaje; avanza al paso lento de sus porteadores hacia Kamakura, la gran capital shogunal. Confortablemente recostado en los cojines de seda, con las manos puestas sobre su redondo vientrecito, que se mueve amablemente al ritmo de su litera, el señor gobernador se adormila un poco y echa un sueñecito. Su guardia personal de nobles samuráis va a su alrededor y lo protege. Después, ordenadamente, les siguen los criados, los animales y el equipaje. El señor gobernador, con sonrisa beatífica en su rostro liso, muy dulcemente, se duerme.
 
 
En las colinas de Kamakura, en un lugar apacible desde el que se domina al mismo tiempo la ciudad y el mar, el maestro zen Unkei ha instalado su taller de estatuaria detrás de una modesta pagoda. Esculpe en madera budas de sonrisa eterna. También recibe a gentes de toda condición que solicitan sus consejos. Unkei es un hombre exteriormente rudo, un silencioso, pero nunca niega su ayuda, y todos lo veneran. Esta mañana, precisamente, el joven monje que hace de portero, se acerca con aire preocupado; trae religiosamente en las manos una carta de presentación maravillosamente adornada y decorada. En ella se lee:

SU EXCELENCIA
MUSHÔ KEISHU,
GOBERNADOR DE KYOTO,
CONSEJERO PERSONAL DEL SHÔGUN

«No tengo nada que decirle a este hombre», dice secamente Unkei, que deja caer la carta y sigue trabajando. El joven portero, desconcertado y asustado, regresa a anunciarle al criado de Su Excelencia la negativa de su maestro. Temblando, espera cuál será la reacción del alto personaje, que por el momento no ha salido de su litera.

«¡Monje, Su Excelencia te está esperando!»

El portero, más muerto que vivo, se presenta humildemente ante el señor gobernador, que está confortablemente recostado en sus cojines de seda.

«¿Tu maestro no quiere recibirme? -responde Su Excelencia, más asombrado que irritado-. ¿Te ha dado algún motivo?
- No, Señor.
- ¿Ya sabe que podría mandar que le cierren el taller, encarcelarlo a él y a los suyos y hacer empalar a sus criados?
- ¡Piedad, Señor!», exclama el joven novicio cayendo de rodillas.

Su Excelencia el gobernador no es mal hombre. Medita un instante, mullidamente recostado en sus cojines de seda. A su alrededor, la guardia de samuráis se ha puesto en tensión; algunos ya tienen la mano en el sable.

«¡Hum! ¡Hum! -dice el gobernador-, voy a probar una cosa». Tacha todos sus títulos y no deja en su tarjeta de visita más que su nombre:

MUSHÔ KEISHU

«¡Anda y llévale de nuevo a tu maestro mi tarjeta de visita!»

Unkei está lacando un buda de madera. Coge la tarjeta que el portero le tiende temblando.

«Recibiré encantado a este hombre», responde.

Fuente: Henri Brunel, Los más bellos cuentos zen,
Los pequeños libros de la sabiduría, Barcelona, 2008, pp. 29-32.
 
Si tuviera que buscarle una moraleja a este cuento, sería algo así como: “¡Qué bueno eso de ser uno mismo... sin aditivos!”.
 

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