EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 3 de marzo de 2019

CON UNOS NUEVOS OJOS

Muchos vivimos nuestras vidas como una constante búsqueda: de una posición, de una estabilidad, de una identidad, de respuestas, de certezas, de sentido. Esta búsqueda la realizamos casi siempre fuera de nosotros mismos: a través de normas y mandamientos que dirijan nuestras acciones, de modelos a seguir, de maestros que nos muestren el camino adecuado, que nos digan qué es lo bueno y lo malo (“¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?”).
 
Hace casi un año publiqué una reflexión que hablaba de esto mismo: de la necesidad de indicadores que nos orienten en nuestras vidas (si quieres leerla, haz clic en este enlace). Este es el problema: en la vida no hay flechas que nos indiquen cuál es el mejor camino a seguir. Y un hecho así se hace más evidente cuando hacemos referencia al funcionamiento de nuestra propia mente.
 
No hablo del funcionamiento físico o químico de nuestro cerebro, de cómo percibimos los seres humanos la realidad que nos circunda o de cómo responde nuestro cerebro a los estímulos. Incluso los libros de neurología sólo podrá darnos unas indicaciones genéricas basadas en datos estadísticos. Hablo de cómo funciona la mente propia, la mía o la suya. Eso es algo para lo que no existen ni maestros, ni libros, ni autoridades.
 
Lo viejo es poner etiquetas. Es lo más fácil, lo que ahorra más trabajo, lo que todo el mundo hace. Con las etiquetas puedo admitir lo que se considera “lo normal” y despreciar “lo anormal”. Con las etiquetas clasifico, organizo, valoro, apruebo y censuro. Te etiqueto a ti, etiqueto a los otros y también me etiqueto a mí mismo.
 
Sin embargo, darme cuenta de lo que hago, de lo que pienso, de cuáles son mis respuestas a los acontecimientos de mi vida, evitando valorar si es bueno o es malo, si se ajusta a un determinado modelo ético o de pensamiento, si se acomoda a las expectativas ajenas o las propias, es la única forma de abrirse a la novedad.
 
El texto que hoy traigo es de un viejo conocido de este navío: J. Krishnamurti. Habla de esta nueva forma de aprender, sin manuales, sin indicaciones. Una forma de aprender que debe vaciarnos de lo que creemos saber. Una forma de aprender que no es fácil, pero que nos abre indudablemente a la fortaleza de lo que es.
 
 
«Me pregunto qué buscamos la mayoría y cuando encontramos lo que buscamos, ¿es plenamente satisfactorio o siempre permanece una sombra de frustración? ¿Es posible aprender todo, de nuestras tristezas y alegrías, de tal manera que nuestras mentes se renueven y sean capaces de aprender infinitamente más?
 
Casi todos escuchamos para que nos digan lo que debemos hacer para ajustarnos a un nuevo modelo, o simplemente escuchamos para acumular más información. Si estamos aquí con esa actitud, entonces la acción de escuchar tendrá muy poco valor en relación a lo que intentamos hacer en estas charlas. Mucho me temo que a la mayoría sólo nos preocupa eso, queremos que nos informen, escuchamos para que nos guíen, y es evidente que una mente que sólo quiere que le guíen no puede aprender.
 
Creo que existe una forma de aprender que no está relacionada con el deseo que nos guíen. Al estar confundidos, la mayoría queremos encontrar a alguien que nos ayude a no estarlo y, en consecuencia, estamos simplemente aprendiendo o adquiriendo conocimientos para ajustarnos a un determinado modelo. Me parece que todas esas formas de aprender siempre conducen no sólo a más confusión, sino también a un deterioro de la mente. Creo que hay una manera diferente de aprender, un aprender que consiste en investigar dentro de uno mismo, un aprender en el que no hay profesor y alumno, discípulo y gurú. Cuando uno empieza a investigar el funcionamiento de su propia mente, cuando observa su propio pensar, sus actividades y sentimientos cotidianos, en ese momento nadie le enseña porque no hay nadie que pueda enseñarle Uno no puede basar su investigación en una autoridad, suposición o conocimiento previo; si lo hace, estará meramente ajustándose a un patrón conocido y, por tanto dejará de aprender de sí mismo.
 
Creo que es muy importante aprender de sí mismo, porque sólo entonces la mente puede eliminar lo viejo y, a menos que la mente se vacíe de lo viejo no puede surgir una fuerza interna nueva. Esta fuerza nueva y creativa es imprescindible si el individuo quiere crear un mundo diferente, una relación diferente, una estructura moral distinta; y únicamente eliminando de la mente todo lo viejo puede surgir esa nueva fuerza interna, llámenla como más les guste, la fuerza de la realidad o la gracia de Dios, ese sentimiento de algo completamente nuevo, no premeditado, algo que el pensamiento nunca ha pensado, que no ha sido elaborado por la mente. Sin esa fuerza creativa extraordinaria de la realidad, hagan lo que hagan para eliminar la confusión y generar orden en la estructura social, sólo conducirá a más desdicha. Creo que es bastante obvio, si uno observa los acontecimientos políticos y sociales que están sucediendo en el mundo.
 
De manera que es importante, me parece a mí, que la mente se vacíe de todo conocimiento porque el conocimiento siempre viene del pasado, y mientras la mente cargue con el residuo del pasado, con las experiencias personales y colectivas, no es posible aprender.
 
Existe un aprender que empieza con el conocimiento propio, un aprender que llega con darse cuenta de las actividades cotidianas, de lo que uno hace, piensa, de cuál es su relación con otro, de cómo responde su mente a cada incidente y reto de la vida cotidiana. Sin darse cuenta de sus respuestas a cada reto de la vida no puede haber conocimiento propio. Sólo puede conocerse tal como es en relación con algo, en relación con la gente, con las ideas y con las cosas. Si da por sentado cualquier cosa de sí mismo, si presupone, por ejemplo, que uno es el Atman, o el yo superior, y comienza a partir ahí, lo cual sin duda es una conclusión, su mente será incapaz de aprender.
 
Cuando la mente carga con el peso de una conclusión, de una fórmula, deja de investigar. Es muy importante investigar, no sólo como hacen ciertos especialistas en el campo científico o psicológico, sino investigar dentro de uno mismo para conocer la totalidad del propio ser, ver cómo opera la mente, tanto en el nivel consciente como en el inconsciente, en las actividades de la propia vida diaria, cómo uno actúa, cuáles son las respuestas cuando va al trabajo, cuando viaja en autobús, cuando habla con sus hijos, con su esposa o esposo, etc. A menos que la mente se dé cuenta de la totalidad de sí misma, no de cómo debería ser, sino de cómo realmente es, a menos que se dé cuenta de sus conclusiones, sus suposiciones, sus ideales, su conformismo, no hay ninguna posibilidad de que surja esta nueva y creativa fuerza de la realidad.
 
Tal vez conozca las capas superficiales de su mente, pero conocer los motivos, los estímulos y los miedos inconscientes, los residuos ocultos de la tradición, de la herencia racial, darse cuenta de todo eso y prestarle verdadera atención, es un trabajo duro, exige muchísima energía. La mayoría no estamos dispuestos a prestar verdadera atención a estas cosas, no tenemos la paciencia necesaria para profundizar en nosotros mismos paso a paso, milímetro a milímetro, a fin de empezar a conocer todas las sutilezas los complicados movimientos de la mente. Sin embargo, sólo la mente que se comprende a sí misma en su totalidad y, por consiguiente, una mente incapaz de engañarse, únicamente esa mente puede liberarse de su pasado e ir más allá de sus limitados movimientos en el campo del tiempo. No es muy difícil, pero requiere trabajar muy duro».
 
Charla pública en Bombay, 20 de febrero de 1957.
J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia. Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 53-56.
 

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