Poco antes de la guerra, dos estudiantes talmúdicos discutían sobre la situación política.
Espero que no me llamen a filas -dijo el primero-. La guerra no es para mí. En principio soy animoso, pero si es posible prefiero evitarla.
¿Por qué tener miedo? -dijo el segundo-. Cuando se analiza todo eso se ve bien que después de todo siempre hay dos posibilidades: o no estalla la guerra o estalla. Si no estalla, no hay por qué inquietarse. Pero, si estalla, siempre tendrás dos posibilidades: o te llaman a filas o no te llaman. Si no te llaman, realmente no hay por qué inquietarse. Pero si te llaman, siempre tendrás dos posibilidades: o estarás en el frente o no estarás en el frente. Si no estás en el frente, realmente no hay por qué inquietarse. Si estás efectivamente en el frente, siempre tendrás dos posibilidades: o te hieren o no te hieren. Si no te hieren, realmente no hay por qué inquietarse. Pero si te hieren siempre tendrás dos posibilidades: o te hieren gravemente o te hieren levemente. Si te hieren levemente, realmente no hay por qué inquietarse. Pero si te hieren gravemente, siempre tendrás dos posibilidades: o sucumbes y mueres, o no sucumbes y vivirás. Si no sucumbes, no hay por qué inquietarse. Pero si sucumbes, siempre tendrás dos posibilidades: o te entierran en un cementerio judío, o no te entierran en un cementerio judío. Si te entierran en un cementerio judío, realmente no tienes por qué inquietarte. Pero si no te entierran en un cementerio judío... ¿para qué inquietarte? Después de todo quizá la guerra no estalle.
Fuente: Ben Zimet, Cuentos del pueblo judío.
Ed. Sígueme, Salamanca, 2002, p. 76
No hay comentarios:
Publicar un comentario