EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 13 de diciembre de 2015

¿MONJES INÚTILES SOMOS?

 
Hace más de cinco años consideré la posibilidad de convertirme en monje y probé a vivir dos meses en un monasterio de la orden cisterciense. De aquellas anotaciones sobre lo ocurrido en el transcurso de cada día, hoy quiero recuperar algunas de sus líneas para este blog.
 
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9 de marzo de 2010 (Martes de la tercera semana de Cuaresma).
 
El trabajo de esta mañana ha estado dedicado, una vez más, tras una semana entera haciendo lo mismo, a pelar naranjas para la elaboración de la mermelada con la que estos monjes se ganan la vida. Todavía me impresiona verlos a todos (incluido el abad) pelando fruta en completo silencio. Pero lo mejor de todo es que he aprendido a estar centrado en el trabajo. Cuando estoy con la fruta, o envasando la mermelada, o incluso fregando las cacerolas, sólo tengo ante mí esa tarea. No hay en ese instante nada más que pueda distraerme. Este hecho hace que mi mente no divague demasiado y que en mi cabeza se hagan instantes de silencio. Sin embargo, debo reconocer que no todo es tan perfecto, ya que en algunas ocasiones acuden a mi mente, sin saber muy bien cómo, recuerdos de Madrid, palabras escuchadas aquí o situaciones vividas en estos días.
 
El maestro de novicios me recomendó al poco de llegar a este monasterio que dejase de hacer lectio con textos del Antiguo Testamento. En Madrid ya realizaba una lectura de la Biblia, y cada mañana leía un capítulo. Había comenzado por el libro del Génesis y ya andaba por el Segundo libro de Samuel. Sin embargo, a comienzos de este mes he iniciado la lectura del evangelio de Mateo, aunque no la estoy haciendo por capítulos. Aquí los objetivos de ese tipo no funcionan. Sólo leo lo que me da tiempo a meditar en el espacio que tenemos tras las vigilias. Si puedo meditar dos líneas, sólo dos líneas; si me da tiempo a leer una página entera, leo la página entera. El único objetivo es hacerlo reposadamente, dándome cuenta de lo que leo y de los pensamientos y sentimientos que en mí suscita la lectura.
 
 
La verdad es que noto cómo crece en mí un cierto deseo de profundizar en el estudio de la Biblia, sin embargo temo que este sólo sea fruto de una necesidad meramente intelectual. En esa trampa ya he caído en otras ocasiones: sólo intelectualizar, darle demasiado a la cabeza para extraer conclusiones morales, u obtener buenos materiales para sentar doctrina delante de otros.
 
Luego, en la oración personal me sigo sintiendo como el que está dando sus primeros pasos. Lo que más me sigue costando es guardar silencio interior en esos momentos, ya que, a veces, me es imposible controlar las idas y venidas de mi imaginación.
 
Afortunadamente he podido sacar tiempo para poder leer algunas páginas de dos de los libros que traje al monasterio. Uno de ellos es una recopilación de textos de Thomas Merton sobre el camino monástico. En la introducción, escrita por Raymond Panikkar, he podido leer lo siguiente:
 
Todo ser humano tiene una dimensión monástica, pero cada uno la realiza de distinto modo y la practica en distintos grados de pureza.
 
Esta frase viene a reforzar una interrogante que me ha surgido al hilo de la lectura de los libros que aquí me han dejado. Lo que he podido leer hasta hoy trata de la experiencia del encuentro con Cristo, del seguimiento, de la fe. Pero, ¿eso es lo específico del monje? Tengo en ocasiones la sensación de que lo que se dice en los primeros capítulos de estos libros no se refieren exclusivamente a la vida monástica (y eso que son libros sobre vida monástica). ¿Dónde está entonces la especificidad de esta forma de vivir?
 
La tarea peculiar del monje en el mundo actual es la de mantener viva la experiencia contemplativa y conservar abierto el camino para que el hombre moderno de la técnica recobre la integridad de su propia profundidad interior (Thomas Merton: Diario de Asia).
 
Ya desde antes de venir al monasterio no he dejado de hacerme la misma pregunta: ¿para qué sirve un monje? El abad tiene una respuesta muy curiosa a esta cuestión: «La gente dice de nosotros que no servimos para nada... y la verdad es que tienen toda la razón». O sea, que un monje NO SIRVE PARA NADA. ¿Entonces que hacen aquí?
 
Todo esto me hace pensar en la costumbre de valorar a todos los seres humanos por lo que hacen, por su “utilidad”. Al final, la pregunta es la misma: ¿eres útil o no? Y sin embargo, este hecho no deja de inquietarme: ¿no es ese el criterio que empleamos para excluir a tantos hombres y mujeres en nuestro mundo?
 
El cristiano, a mi entender, es aquel que sacrifica la media verdad por la verdad total; alguien que abandona un concepto incompleto e imperfecto de la vida por una vida unificada, integra y estructuralmente perfecta. Sin embargo, emprender una vida así no es el fin del itinerario, sino solamente el comienzo al que deberá seguir un largo viaje. Una angustiosa y a veces peligrosa búsqueda. El monje es, o por lo menos tendría que ser, el cristiano más comprometido en esta búsqueda. Su camino lo lleva a través de desiertos y paraísos de los que no existen mapas. Vive en regiones desconocidas de soledad, de vacío, de alegría, de perplejidad y de admiración (Thomas Merton).
 
El monje resulta ser, a la luz de esto, un hombre que busca, o mejor, que está comprometido con una búsqueda (a veces difícil, angustiosa, peligrosa e incomprendida). El monje no es alguien que busca hacer algo concreto, o estar en un lugar determinado. El monje es alguien en busca del ser, de un ser unificado, íntegro, consumado, completo.
 
Pero, ¿sólo el que elige ser monje puede seguir este camino?
 
 

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