Esta
semana quisiera terminar con esta serie de publicaciones dedicada al libro “El
hombre en busca de sentido”, del que he querido compartir algunas páginas en
este blog.
¿Qué
puede hacer que un hombre dé un rotundo sí a la vida, incluso cuando no queda
esperanza aparente? Frankl comparte esta experiencia:
En
otra ocasión estábamos cavando una zanja. El amanecer sembraba una luz grisácea.
Gris el cielo y gris la nieve, bañada por la luz del alba; grises los harapos
que malamente cubrían los cuerpos de los prisioneros y también grises sus
rostros. Mientras trabajaba, mi imaginación se escapó otra vez a conversar quedamente
con mi esposa, o tal vez, intentaba escudriñar la razón de mis sufrimientos, de
aquella lenta agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de
una muerte inminente, sentí como si mi espíritu rasgara mi tristeza interior y
se elevara por encima de aquel mundo desesperado, insensato, y por algún lugar
escuché un victorioso «sí» en respuesta a mi pregunta sobre si la vida escondía
en último término algún sentido. En aquel mismo momento encendieron una luz en
una granja lejana, una luz que se recortaba sobre el horizonte como una
pincelada de color frente al gris miserable de aquel amanecer en Baviera. «Et
lux in tenebris lucet». Y la luz brilla en medio de la oscuridad.
Estuve
muchas horas despedazando la tierra helada. El guardia pasaba junto a mí y me insultaba,
pero yo continuaba charlando con mi amada. La presentía a mi lado, conmigo, cada
vez con más intensidad. Sentía que casi podía tocarla, que si extendía mi mano
cogería la suya. Fue una sensación terriblemente viva: ella estaba allí
realmente. En ese mismo instante un pájaro alzó un breve vuelo y se posó frente
a mí, sobre el montón de tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó
mirando fijamente.
Fuente: Viktor
Frankl, El hombre en busca de sentido.
Ed. Herder,
Barcelona, 2004, p. 68
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