En el año 2010,
el último año santo compostelano, tuve la oportunidad de hacer el Camino de
Santiago. No fue aquella la primera vez, ya que bastantes años atrás lo hice desde
Ribadeo, siguiendo la Ruta del Norte. En aquella ocasión no lo caminé en
solitario, sino que me acompañaba un “grupito” de mil quinientas personas
(peregrino más, peregrino menos). Tal evento estuvo organizado por la
Delegación Diocesana de Juventud de Madrid.
Aquella
“peregrinación” tenía de todo: infraestructura de camiones para llevarnos las mochilas,
coche de apoyo para los lesionados, latas de comida para todos, polideportivos
cedidos por los ayuntamientos de los pueblos donde hacíamos noche, ¡y hasta un
obispo! Vamos, que no le faltaba casi de nada. Sin embargo (y no sé explicar
muy bien el motivo), aquel “sarao” nunca he podido entenderlo como una experiencia
de Camino. De hecho, cuando me han preguntado, siempre he dicho que el único
Camino que he hecho ha sido el del año 2010.
Andando con calma,
disfrutando de los paisajes y de las charlas con las gentes de los pueblos por
los que pasaba, sin prisas por llegar al siguiente albergue, el tiempo que
necesité para recorrer los casi 800 kilómetros de distancia entre Irún y
Santiago fue de cuarenta y cuatro días. Inicié mi peregrinación en Irún, yendo
por el Camino del Norte hasta Villaviciosa, tomando desde allí el sendero hacia
Oviedo, para continuar por el Camino Primitivo. Fueron sendas con poco tránsito
de peregrinos, una elección muy buena, dado que yo buscaba la soledad en el Camino.
Hubo momentos difíciles.
La dureza de Euskadi (el primer tramo del Camino del Norte), un proceso diarreico
que duro cuatro días, desde Pobeña (en el límite de Vizcaya con Cantabria)
hasta Güemes (entre Laredo y Santander), que casi me dejó sin fuerzas, o la
lluvia en Asturias durante nueve días (que hizo el camino casi intransitable en
algunos tramos). No obstante, mereció la pena.
Aquella
experiencia es de las que dejan marca, de esas que te suelen cambiar la mirada.
Recuerdo que a mi regreso hablaba del Camino como un iluminado, como alguien
que ha descubierto una gran verdad. Eso sí, para poder comprender esto que digo
es necesario hacer el Camino por sí mismo, ya que existen tantas vivencias como
peregrinos.
Hay quienes viven
una experiencia vacacional o una actividad turística alternativa. Hay quienes
buscan una experiencia deportiva, quienes se enfrentan al Camino como si este fuera
un reto o una competición, pero también quienes viven una búsqueda espiritual.
Hay quienes caminan en un día hasta cuarenta kilómetros de distancia para
llegar a Santiago en una determinada fecha o simplemente obsesionados por
llegar pronto al final de la etapa para no perder plaza en el albergue.
¿Qué pude
descubrir yo? Que el Camino está ahí para encontrarse con él, no para luchar
contra él; está ahí para encontrarse con los demás, no para competir con ellos;
está ahí para encontrarse con uno mismo, no para combatir contra sí mismo.
Yo tuve mi
propia experiencia, pero mi percepción del Camino también se fue modelando con
las vivencias compartidas con otros peregrinos.
O puede que al
final siga hablando como un iluminado.
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