EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


sábado, 10 de noviembre de 2018

MECANISMOS

Hoy voy a comenzar con una clase de psicología barata (que me disculpen los expertos en la materia por el intrusismo).
 
A lo largo de nuestra vida, nos vamos encontrando con situaciones más o menos conflictivas, situaciones que a veces pueden suponer un problema y ante las cuales debemos dar una respuesta. La primera reacción ante dichos problemas suele ser emocional (algunos dirían “visceral”). Es la menos elaborada, la más primaria, aunque es también la más rápida. En algunos casos, este mecanismo tiende a ver los problemas como amenazas a la integridad física y genera una respuesta intensa, bien en forma de ataque, bien en forma de huida.
 
Este mecanismo es fisiológico y heredado de nuestros ancestros los reptiles y está ubicado en áreas de nuestro cerebro estrechamente relacionadas con la memoria. Por ejemplo, un sabor o un aroma que nos evoca un recuerdo del pasado genera en nosotros un impacto emocional; una mirada fulminante puede hacernos temblar porque nos recuerda la mirada de la madre o del padre cuando se enfadaban.
 
Los humanos empleamos este mecanismo no sólo cuando estamos ante una agresión a la integridad física, sino también a la autoimagen o a la cosmovisión, esa forma que el ser humano tiene de ver y entender el mundo que le rodea. Cuando tiembla nuestro universo de valores, creencias o principios, una primera reacción suele ser de rabia o miedo.
 
Hay un segundo mecanismo de respuesta constituido por las soluciones ensayadas o puestas en práctica y que nos han funcionado, más o menos, cuando nos hemos enfrentado al problema. Este conjunto de soluciones, si nos ha servido una vez, tenderemos a repetirlas en el futuro ante situaciones semejantes. Conozco a una psicóloga que suele decir: “las conductas del pasado predicen las futuras conductas”, o sea en situaciones semejantes, en situaciones potencialmente conflictivas, las conductas empleadas en el pasado tenderán a repetirse en el futuro.
 
Las soluciones practicadas exitosamente con anterioridad no sólo volverán a ponerse en práctica con mayor probabilidad en el futuro, sino que podrán ser transmitidas de generación en generación mediante la educación. ¿Cuántos de nosotros no hemos corregido alguna vez a nuestros hijos usando frases que escuchábamos a nuestros padres (incluso las que no nos gustaban)? Al final, analizamos y nos enfrentamos a nuestro entorno memorizando fórmulas y estrategias de resolución puestas en práctica por nosotros mismos o por otros.
 
Resumiendo: en el futuro, ante la aparición de un nuevo problema, emplearemos bien la reacción emocional, bien la información aprendida de nuestro entorno familiar o cultural, bien los conocimientos acumulados por medio del ensayo-error a lo largo de la vida o bien una combinación de todo o parte de lo anterior. El objetivo de todo esto es conseguir soluciones adecuadas con el máximo ahorro posible de energía cerebral. De esta manera, el pensamiento, la herramienta que empleamos para la resolución de los problemas, se termina alimentando en cierto modo de la memoria.
 
El resultado es que vivimos y nos enfrentamos al mundo desde el condicionamiento. Nuestro pensamiento está limitado por los prejuicios personales heredados de nuestros padres, por la cultura en la que crecemos, por los periódicos que leemos, por las presiones e influencias de la vida cotidiana e incluso por el simple instinto de supervivencia. Lo que creemos un pensamiento libre termina siendo un pensamiento controlado por un inconsciente fabricado de instintos y pautas sociales que acaba decidiendo por nosotros.
 
Indudablemente un neurobiólogo o un psicólogo explicarían infinitamente mejor todo esto, corrigiendo las barbaridades que haya podido decir. La experiencia cotidiana nos muestra que las cosas son (más o menos) como las acabo de describir. Este ha sido simplemente el intento de un aficionado para explicar algo demasiado complejo. Cuando alguien me dice una palabra malsonante, supongo que es un ataque personal, exploto y no consiento que nadie me falte al respeto (de pequeño me enseñaron que no debía permitir que nadie lo hiciera). Cuando se me acerca alguien de una determinada etnia, mis pensamientos se disparan imaginando que viene a robarme (como suelen hacer las gentes de esa raza, ¿no es así como me lo cuentan las redes sociales?). Si veo en la televisión un bote neumático cargado de inmigrantes subsaharianos, enseguida me rasgo las vestiduras y digo: “¡vienen a tomar lo que, por derecho, siempre ha sido nuestro!” (porque está claro que sólo yo y los míos tenemos derecho a ciertas cosas que nos pertenecen).
 
La conclusión no es muy esperanzadora: nuestro pensar y actuar nunca son absolutamente libres. Nuestra “libertad” es un rehén de los condicionamientos, de la memoria y del prejuicio.
 
En una charla pública impartida por Jiddu Krishamurti en Nueva Delhi en febrero de 1960, el pensador explicaba cómo aprendemos a enfrentarnos al mundo y a resolver los problemas desde un pensamiento siempre condicionado, sesgado y, en definitiva, parcial. Sin embargo, el propio K. nos sugiere una salida, una nueva forma de aprendizaje que vaya a la auténtica raíz de muchos de los problemas.
 
 
Todo pensamiento es parcial, nunca puede ser global. El pensamiento es una respuesta de la memoria y la memoria siempre es parcial, porque es resultado de la experiencia, el pensamiento es la reacción de una mente condicionada por la experiencia. Todo pensar, toda experiencia, todo conocimiento, son inevitablemente parciales, de ahí que el pensamiento no pueda resolver nuestros numerosos problemas. Uno puede razonar lógicamente y con cordura acerca de esos innumerables problemas, pero si observa su propia mente verá que el pensar está condicionado por las circunstancias, por la cultura en la que ha nacido, por los alimentos que come, por el clima, por los periódicos que lee, por las presiones e influencias de su vida cotidiana. Está condicionado como comunista, socialista, hindú, católico, o lo que sea; está condicionado a creer o a no creer y como la mente está condicionada por su creencia o no-creencia, su conocimiento, su experiencia, todo pensamiento es parcial, no existe un solo pensamiento libre.
 
Así que debemos comprender muy claramente que nuestro pensar es una respuesta de la memoria y la memoria es mecánica. El conocimiento siempre es incompleto y todo pensamiento nacido del conocimiento es limitado y parcial, nunca libre, por eso no existe un pensamiento libre. Sin embargo, es posible empezar a descubrir una libertad que no depende del proceso del pensamiento, y en la cual la mente simplemente se da cuenta de todos los conflictos e influencias que inciden en ella.
 
¿Qué entendemos por “aprender”? Cuando uno se limita a acumular conocimientos e información, ¿es eso aprender? Esa es tan sólo una forma de aprendizaje, ¿verdad? Si uno estudia ingeniería, matemáticas, etc., empieza a aprender, se informa acerca de esa materia, acumula conocimientos para poder utilizar esos conocimientos de forma práctica, pero ese aprender es acumulativo, aditivo. Ahora bien, cuando la mente se limita a acumular, a añadir, a adquirir, ¿está aprendiendo o aprender es por completo diferente? A mi entender, el proceso de añadir que llamamos “aprender” no es aprender en absoluto, sólo consiste en ejercitar la memoria que se vuelve mecánica. Una mente que funciona mecánicamente como una máquina no es capaz de aprender; la máquina nunca será capaz de aprender, salvo en el sentido de añadir. Estoy tratando de mostrarles que aprender es algo completamente diferente.
 
Una mente que aprende nunca dice: "Ya lo sé", porque el conocimiento siempre es parcial, mientras que el aprender es siempre completo. Aprender no consiste en empezar con cierta cantidad de conocimientos e ir añadiendo más conocimientos, eso no es realmente aprender sólo es un simple proceso mecánico. Para mí, aprender es muy diferente, consiste en aprender acerca de sí mismo de momento a momento, y ese “sí mismo” es extraordinariamente vital; ese aprender es vivo, está en movimiento, no tiene principio ni fin. Si digo: "Me conozco a mí mismo", he dejado de aprender y sólo se trata de conocimiento acumulado porque aprender nunca es acumulativo: es un movimiento de ir conociendo, el cual no tiene principio ni fin.
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
En: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 18-19.
 

sábado, 27 de octubre de 2018

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL CÁNCER

Llevo varios días viendo en los medios de comunicación una marea de lazos rosa, símbolo de la lucha contra el cáncer de mama. ¿Esas campañas ayudan a recabar fondos para investigación, la promoción de hábitos saludables o el apoyo a enfermos? Si, doy fe de ello. El esfuerzo es digno de admiración, sin embargo se olvida de todas aquellas víctimas de cáncer que no son capaces de superar esta enfermedad.
 
Los que hemos trabajado en Cuidados Paliativos sabemos de la predisposición natural de la medicina, las asociaciones y la sociedad en general a ocultar una realidad que no es cómoda: hay que luchar, hay que hacerlo para lograr la cura, para que la gente no muera como consecuencia de esa “larga enfermedad”, para que no haya más víctimas en el futuro.
 
Pero, ¿y las víctimas de hoy?
 
Esta tarde no voy a escribir mucho más. Tan sólo quiero dejar un enlace que han compartido conmigo hace unos días. Se trata del blog de una testigo de ese 20% de mujeres que no superan su enfermedad, de esas mujeres que no figuran en las campañas de concienciación.
 
 
 
 

miércoles, 17 de octubre de 2018

EL CAMBIO FUNDAMENTAL

En la última publicación de este blog leíamos estas palabras de Jiddu Krishnamurti:
 
Comprender un problema requiere cierta inteligencia, y esa inteligencia […] sólo aparece cuando nos damos cuenta pasivamente de todo el proceso de nuestra conciencia, lo cual significa darnos cuenta de nosotros mismos sin elección, sin elegir lo que está bien o mal. Si uno se da cuenta pasivamente, verá que en esa pasividad que no es holgazanería, ni tampoco estar dormido, sino estar muy atento, el problema tiene un significado muy diferente, lo cual quiere decir que no existe ninguna identificación con el problema y, por tanto, tampoco ningún juicio; eso permite que el problema pueda empezar a revelar su contenido.
 
Darse cuenta pasivamente, sin juzgar el problema… esta es una idea clave dentro del pensamiento de K. Si yo quiero explicar este concepto tendré que echar mano de un recuerdo.
 
Hace un par de años, realizaba un pequeño servicio en las celebraciones dominicales de una comunidad parroquial en Madrid. Unos días atrás, habían finalizado las fiestas de Navidad. En una reunión de uno de los grupos en los que yo estaba integrado, realizábamos una pequeña dinámica que nos invitaba a reflexionar sobre las cosas que nos hubiese gustado pedir a los Reyes Magos (bueno, quien dice “a los Reyes” debería decir “a Dios”).
 
Yo preferí callar y escuchar. Las respuestas fueron de lo más variadas, pero todas seguían una misma línea: “yo les pediría que me hicieran más tolerante… menos protestón… más comprensivo con los demás… más solidario… más amable… menos exigente con los defectos ajenos… menos inflexible…”. Después de escuchar a todos, sólo se me ocurrió decir lo siguiente: “yo le pediría a los Reyes Magos que me permitan conocerme a mí mismo”. Entonces, el párroco me dijo con cierto tono de ironía: “¡pues sí que has ido a pedir tú lo más difícil!”.
 
Cada vez que recuerdo aquello, sonrío. ¡Yo pedía lo más difícil! ¿Y ellos? ¿Acaso no estaban pidiendo un milagro? ¿No pedían que se les hiciera distintos de cómo eran? No obstante de aquel comentario, el conocimiento propio me sigue pareciendo (ahora como entonces) el camino más simple, ya que sólo así se podrá comprender por qué somos intolerantes, protestones, insolidarios, intratables, exigentes, inflexibles…
 
De nada me vale que yo le pida a Dios, a los ejércitos celestiales o al universo entero que me cambien. Si alguien quiere un cambio, debería comenzar por las raíces, de lo contrario sólo se quedará en un sencillo lavado de cara o en una simple operación de maquillaje. Carl Rogers lo explicaba de una forma muy sencilla: La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal cual soy, entonces, puedo cambiar. Sin este viaje hasta lo hondo, de nada valen propósitos de enmienda, reformas e incluso revoluciones. En la tradición cristiana existe un concepto para hablar de esto: la metanoia, cambiar de mentalidad, la conversión desde lo profundo. Sin embargo, uno no puede llegar a una meta tan ambiciosa si no parte de un punto de salida.
 
La lectura de Jiddu Krishnamurti, entre otros, ha terminado confirmando mi intuición en aquella reunión. En las líneas que siguen a continuación, K. habla del punto de arranque para conseguir un cambio radial: escuchar, descubrir, comprender y aceptar nuestros procesos de pensamiento sin juzgarlos ni condenarlos.
 
La mayoría debe tomar consciencia de la necesidad de un cambio fundamental. Tenemos que afrontar innumerables problemas y debemos abordarlos de una forma diferente, quizá totalmente distinta. Me parece que, a menos que comprendamos la naturaleza interna de ese cambio, la simple reforma o revolución externa tendrá muy poca importancia. Es evidente que no necesitamos un cambio superficial, ni adaptarse o conformarse momentáneamente con un nuevo modelo, sino más bien una transformación fundamental de la mente, un cambio total, no meramente parcial.
 
Para comprender este problema del cambio, lo primero es comprender el proceso del pensar y la complejidad del conocimiento. A menos que lo investiguemos muy profundamente, cualquier cambio tendrá muy poco sentido, y limitarse a cambiar lo superficial precisamente da continuidad a eso que intentamos cambiar. Todas las revoluciones tienen como base cambiar la relación del hombre con el hombre, crear una sociedad mejor, una forma de vida diferente; pero cuando lo intentamos a través de un proceso gradual del tiempo los mismos abusos que la revolución pretendía eliminar se repiten nuevamente en una forma parecida, y aunque sea a manos de otras personas, sigue la misma estructura de siempre. Empezamos por cambios externos, por crear una sociedad sin clases, pero finalmente descubrimos que con el tiempo, por la presión de las circunstancias, el grupo diferente se ha convertido en la nueva clase alta; esa revolución nunca es radical ni fundamental.
 
Por eso me parece que cuando afrontamos tal cantidad de problemas, las reformas o ajustes superficiales no tienen ningún sentido, y si queremos producir un cambio duradero y eficaz debemos investigar lo que significa el cambio. Es cierto que cambiamos superficialmente presionados por las circunstancias, la propaganda, la necesidad o debido al deseo de amoldarnos a cierto modelo determinado; creo que uno debe darse cuenta de esto. Un nuevo invento, una reforma política, una guerra, una revolución social, un sistema disciplinario..., eso cambia la mente del hombre, pero sólo en la superficie. El hombre que de verdad quiere descubrir lo que significa un cambio fundamental, indudablemente debe investigar todo el proceso del pensar, es decir, la naturaleza de la mente y del conocimiento.
 
Así, pues, me gustaría hablar juntos de qué es la mente, de la naturaleza del conocimiento y dé lo que significa saber, porque si no comprendemos todo esto creo que no hay ninguna posibilidad de afrontar nuestros innumerables problemas de forma nueva, con una nueva manera de mirar la vida.
 
La vida de la mayoría es bastante fea, miserable, desdichada y mezquina. Nuestra existencia es una serie de conflictos, contradicciones, una lucha rutinaria, dolor, alegría fugaz, satisfacción pasajera. Estamos presionados por tantas regulaciones, tantas directrices y modelos que nunca conseguimos un instante de libertad, un sentimiento de plenitud. Vivimos en constante frustración porque siempre buscamos realizarnos; nuestra mente nunca tiene tranquilidad, vivimos angustiados por las diferentes exigencias. De modo que para comprender todos estos problemas e ir más allá es realmente necesario que empecemos por comprender la naturaleza del conocimiento y el funcionamiento de la mente.
 
[…] ¿Qué significa comprender? ¿Cuál es el estado de una mente que comprende? Cuándo dicen ‘comprendo’, ¿qué significa? La comprensión no es un proceso intelectual, no es el resultado de argumentar, nada tiene que ver con aceptar, negar o condenar; todo lo contrario, aceptar, rechazar y condenar impiden comprender. De hecho, para comprender es necesario un estado de atención en el cual no intervenga comparación o condena alguna, no se trata de esperar a ver cómo se desarrolla el tema que se investiga para luego estar o no de acuerdo. Más bien, toda opinión, condena o comparación quedan en suspenso, inactivas; uno simplemente escucha para descubrir con una actitud de investigar, lo cual significa que no empieza desde una conclusión. Así, uno se encuentra en un estado de atención, está realmente escuchando.
 
[…] Me gustaría investigar el problema del conocimiento por muy difícil que sea, porque si podemos comprender esta cuestión del conocimiento, creo que entonces seremos capaces de ir más allá de la mente. Y si la trascendemos o vamos más allá de ella, puede que la mente se libere de cualquier limitación, es decir que esté libre de todo esfuerzo, el cual limita la conciencia. A menos que vayamos más allá del proceso mecánico de la mente, es evidente que la verdadera creatividad es imposible, y sin lugar a dudas, necesitamos una mente creativa capaz de resolver esta cantidad enorme de problemas. Para comprender lo que es el conocimiento e ir más allá de lo parcial, de lo limitado, para experimentar aquello que es creativo, se necesita no sólo un instante de percepción, sino un darse cuenta constante, un continuo estado de investigación en el cual no exista conclusión alguna; después de todo, eso es inteligencia.
 
[…] Si realmente toman consciencia de sí mismos, de sus actividades, de sus motivaciones, de sus pensamientos y deseos, verán que viven en un estado de contradicción interna: «quiero» y, al mismo tiempo, «no quiero», «debo hacer esto», «no debo hacer aquello», etc. La mente vive todo el tiempo en estado de contradicción, y cuanto más fuerte es la contradicción, mayor es la confusión que generamos al actuar. Es decir, cuando aparece un reto que debemos afrontar, que no podemos eludir o escapar debido a que la mente se encuentra en estado de contradicción, la tensión de tener que afrontar ese reto fuerza a actuar, y esa acción produce más contradicción, más desdicha.
 
Charla pública en Nueva Delhi, 17 de febrero de 1960.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 13-17.

domingo, 7 de octubre de 2018

NUEVOS PROBLEMAS, VIEJOS MODELOS

Krishnamurti es una de las mentes que más han transformado mi forma de ver y de acercarme a realidades ajenas a la mía. Con todo, este cambio aún se sigue construyendo: cada día sigo aprendiendo algo nuevo de mí mismo a la hora de situarme ante dichas realidades o redescubro, disfrazadas con mil argumentaciones, mis resistencias a ver lo diferente con una mirada más abierta.
 
No hay opinión humana, ni forma de ver o juzgar la realidad que pueda catalogarse de absoluta. Si existe una VERDAD, casi seguro que no es la mía, pero es igualmente seguro que tampoco lo es la de los otros. La manera de pensar y de comprender lo que me rodea nunca es aséptica y está condicionada por mi historia: ese montón de recuerdos y experiencias vitales, el conjunto de valores, principios, creencias y conocimientos acumulados. Cuando contemplo la realidad lo hago siempre a través de unos lentes que pueden distorsionarla.
 
Mucha gente que conozco diría que mis afirmaciones conducen a un intolerable relativismo. Nos aterra la incertidumbre, necesitamos seguridades, un suelo firme sobre el que asentarnos. El ser humano sufre “horror vacui”. Sin embargo, para mi desgracia, no puedo dejar de ver las cosas así: todo lo que veo desde mi atalaya de observación, con mis lentes, es siempre relativo.
 
Pero hoy no he venido a hablar de esto…
 
Somos muchos los que estamos firmemente convencidos de que, para encontrar solución a nuestros conflictos y desdichas, debemos buscar fuera de nosotros mismos algún tipo de “sabiduría” que dé la respuesta. Es por ello que, al buscar, necesitemos ser orientados por los especialistas, los que más pueden saber sobre la materia. Escuchamos las palabras de una ciencia o una filosofía, seguimos a un gurú, una iglesia o una doctrina, leemos estos libros o aquellos. Buscamos a alguien que nos dé la respuesta adecuada, que nos aporte pistas, que nos oriente en el camino correcto, ese camino que nos permita alcanzar lo bueno, lo adecuado, lo cierto.
 
Krishnamurti repetía una y otra vez que la clave no está en descubrir la verdad, sino en entender nuestra mente, la forma de pensar la realidad (mediatizada por recuerdos y condicionamientos). Ese entendimiento de nuestra mente es a lo que K. denominaba “inteligencia”: el mecanismo por el cual nos damos cuenta de “lo que es”, sin la aplicación de juicios, sin dejar que intervengan nuestra memoria y nuestros condicionamientos culturales o intelectuales y descubriendo cómo estos actúan. Sólo así podemos permitir que el problema revele su auténtico contenido. Las líneas que siguen a continuación, pertenecientes a una de sus conferencias, resumen bastante bien esta idea.
 
 
¿Se puede cultivar esa inteligencia mediante alguna clase de especialización? Porque eso es lo que está realmente sucediendo, ¿verdad? Mientras me escuchan, seguramente están pensando que soy un especialista; espero que no. El sacerdote, el médico, el ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor..., todos tienen una mentalidad basada en la especialización, y nosotros creemos que para alcanzar la forma más elevada de inteligencia, a saber la verdad, Dios, algo que no puede describirse, para lograrlo tenemos que ser especialistas. Con ese fin estudiamos, buscamos a ciegas, tratamos de averiguar, y con esa mentalidad de especialista o con la dependencia de un especialista, nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que nos ayude a solucionar nuestros conflictos y desdichas.
 
Por tanto, si somos realmente conscientes, nuestro problema consiste en ver si otra persona puede resolver los conflictos, las desdichas y los sufrimientos de nuestra vida cotidiana, y si no puede, ¿cómo los solucionaremos? Sin duda, comprender un problema requiere cierta inteligencia, y esa inteligencia no se obtiene ni surge de la especialización, sólo aparece cuando nos damos cuenta pasivamente de todo el proceso de nuestra conciencia, lo cual significa darnos cuenta de nosotros mismos sin elección, sin elegir lo que está bien o mal.
 
 
Si uno se da cuenta pasivamente, verá que en esa pasividad que no es holgazanería, ni tampoco estar dormido, sino estar muy atento, el problema tiene un significado muy diferente, lo cual quiere decir que no existe ninguna identificación con el problema y, por tanto, tampoco ningún juicio; eso permite que el problema pueda empezar a revelar su contenido. Si uno es capaz de hacer eso todo el tiempo, siempre, entonces es posible resolver cada problema desde la raíz, no superficialmente. Esa es precisamente nuestra dificultad, porque la mayoría somos incapaces de estar pasivamente atentos, de permitir que el problema nos cuente su historia sin que tratemos de interpretarla; no sabemos mirar un problema imparcialmente, si prefieren utilizar esa palabra. Por desgracia, no somos capaces de hacerlo porque queremos conseguir algo del problema, queremos una respuesta, buscamos un resultado; o si no, intentamos traducirlo de acuerdo con nuestro placer o dolor; o bien, tenemos una respuesta previa para afrontar el problema. En consecuencia, abordamos el problema, que siempre es nuevo, con un modelo viejo; aunque el reto siempre es nuevo, nuestra respuesta siempre es vieja; de modo que nuestra dificultad consiste en afrontar el reto de forma adecuada, es decir, plenamente.
 
Los problemas siempre surgen en la relación; no existe otro problema. Y para afrontar estos problemas de relación con sus constantes y cambiantes exigencias, para hacerles frente de forma correcta y adecuada, uno debe darse cuenta pasivamente, pero esta pasividad no es el resultado de una conclusión, de la voluntad o la disciplina. Darse cuenta de que interferimos es el principio; sin duda, el principio es darse cuenta de que queremos una respuesta concreta a un problema determinado, es conocernos a nosotros mismos en relación con el problema y ver cómo lo afrontamos. Entonces, a medida que empezamos a conocernos a nosotros mismos en relación con el problema: cómo respondemos, cuáles son nuestros diferentes prejuicios, exigencias y deseos al abordar el problema, ese darse cuenta revelará nuestros pensamientos, nuestra propia naturaleza interna, y de ahí surge la libertad.
 
Así, pues, la vida es un asunto de relación, y para comprender esa relación, que no es estática, es necesario un darse cuenta flexible, un darse cuenta pasivo y atento, no una actividad agresiva. Y, como ya he dicho, este pasivo darse cuenta no se consigue mediante ninguna forma de disciplina ni de práctica. Consiste sólo en darse cuenta momento a momento de nuestro pensar y sentir, no tan sólo cuando estamos despiertos, sino que a medida que vamos profundizando veremos que empezamos a soñar que empiezan a surgir toda clase de símbolos que traducimos como sueños; de modo que hemos abierto la puerta a lo oculto que se convierte en lo conocido. Pero para encontrar lo desconocido debemos ir más allá de esa puerta, y, sin duda, esa es nuestra dificultad. La verdad no es algo que la mente pueda conocer porque la mente es un producto de lo conocido, del pasado; por eso la mente debe comprenderse a sí misma, comprender su propio funcionamiento, su realidad, porque únicamente entonces es posible que lo desconocido se manifieste.
 
Charla pública en Ojai, 30 de julio de 1949.
Fuente: J. Krishnamurti, Darse cuenta. La puerta de la inteligencia.
Gaia Ediciones, Madrid 2010, pp. 177-179.

domingo, 1 de abril de 2018

TODO ES PARA BIEN (2ª PARTE)

Continúa desde Todo es para bien.
 
En el patio del palacio los altivos dromedarios rumiaban lentamente, mientras los camelleros, vestidos de blanco y tocados con turbantes púrpuras, se esforzaban por enganchar los pompones rojos y negros alrededor de los bozales y por fijar las sillas. Al extremo de los poderosos cuellos, semejantes a serpientes, los vibrantes belfos y las minúsculas orejas se meneaban a merced de los ruidos. Nadie se fiaba de los ojos medio cerrados de las bestias. ¡Todos se mantenían a distancia de esas mandíbulas prontas para morder!
 
Cuando las sillas estuvieron preparadas con varias capas, sabiamente dispuestas, de alfombras y mantas, los príncipes, los dignatarios y el rey salieron de las galerías desde las que observaban los preparativos, treparon a su sitio y se acomodaron confortablemente. Luego, chasqueando la lengua y tirando de las riendas, incitaron a los animales a levantarse. Los dromedarios bascularon hacia delante bajo el empuje de las grupas y de las largas patas de atrás, y se arrodillaron un momento. ¿Acaso rezaban a los dioses para que bendijeran el día? Después se desdoblaron, estirando las patas de adelante y dirigiendo la frente hacia el cielo, con un movimiento enérgico de cuello. Algunos, enfadados por haber sido molestados, gritaron exhibiendo sus dientes amarillos. La caravana se puso en marcha a cámara lenta, como se sale de un sueño, y después se marchó a su danzante ritmo de crucero.
 
El primero y el último de los cazadores se informaban, a golpe de trompa, acerca de la dirección tomada, la velocidad adoptada, el estado del terreno y la homogeneidad del grupo. Localizaron a los jabalíes y todos los cazadores se llevaron al punto sus trompas a la boca para volverles locos y abatirles en campo abierto, apartados de los frágiles campos de algodón.
 
El rey hizo un movimiento en falso al tomar su trompa, se le escaparon las riendas y su dromedario partió a grandes zancadas, atropellando a los algodoneros y estableciendo pronto una gran distancia entre la caravana y él. Pratapsingh, al ver al rey en dificultades, fustigó a su montura para alcanzarle, y a duras penas logró llegar junto a él, empujó a su dromedario contra el del rey, agarró las riendas que colgaban del cuello y, finalmente, detuvo a los dos animales. Estos estaban nerviosos y recelosos. Cuando los dos caballeros saltaron a tierra, sus monturas huyeron, corriendo una junto a otra. A lo lejos, tras ellos, oyeron sonar a las trompas que les llamaban, pero no podían contestar, porque las suyas se habían caído en el transcurso de la escapada. Gritaron, pero sus voces se perdieron.
 
— Señor —dijo Pratapsingh—, busquemos refugio bajo ese árbol y descansemos un poco. Seguro que las tropas os están buscando y pronto nos encontrarán.
— Deberíamos ayudarles, señalar dónde estamos.
— Podríamos hacer fuego.
 
Recogieron ramitas, limpiaron el suelo a su alrededor para evitar quedar atrapados en una jungla en llamas y delimitaron un lugar con un círculo de piedras. Mientras Pratapsingh intentaba hacer nacer una llama a base de frotar dos bastones, uno sobre otro, el rey, que tenía hambre, cogió un fruto del árbol, sacó su espada y lo cortó. Con las prisas, se cortó la punta del dedo.
 
— ¡Maldita sea! —rugió, sacudiendo la sangre que le teñía de rojo la mano—, mírame, perdido y herido. Con franqueza, Pratapsingh, ¿te atreverás a decirme que todo es para bien?
— Ciertamente, Señor.
— ¿Cómo te atreves? Estoy harto de tu ridícula filosofía, ¡márchate de aquí antes de que mi espada te corte tu estúpida lengua o tu cabeza! Salvaste mi vida deteniendo al dromedario y yo te concedo la tuya. ¡Vete!
— Sí, Señor, me voy según tu deseo. Todo es para bien —dijo Pratapsingh, alejándose sin tardar.
 
El rey se quedó solo, incapaz de hacer fuego y hambriento. Desgarró una tira de su túnica y se hizo un vendaje. La herida le produjo fiebre y se durmió al pie del árbol. Le despertaron unos hombres negros y de pelo rizado, de la tribu de los bhils. Iban armados con arcos y flechas y extrañas marcas adorna¬ban sus cuerpos. Agarraron al rey por la cintura, intercambia¬ron gritos de satisfacción y le condujeron maniatado hasta su aldea de chozas de barro. Allí le ataron al poste sacrificial, junto al altar de piedra.
 
Era el último día de las fiestas dedicadas a Kali, la terrible diosa. Cada año le sacrificaban una víctima digna de ella y el rey les pareció una víctima perfecta. Bailaron todos, regocija-dos, mientras su sacerdote recitaba letanías. De pronto lanzó un grito extraño y la multitud se detuvo en silencio.
 
El soberano, ansioso, aprovechó para parlamentar:
 
— Dejadme partir. Soy un rey, y obtendréis grandes recompensas si me liberáis.
 
Aunque nadie daba muestras de entender su lengua, repitió sus promesas:
 
— Os daré las mejores vacas de mi reino y podréis hacer un gran sacrificio. ¡Dejadme partir!
 
El sacerdote, salido del trance, parecía embelesado:
 
— ¡Qué suerte! Nunca hubiéramos soñado poder ofrecer a la diosa un sacrificio de tal calidad. ¡Bendito eres, rey, Kali te va a acoger en su seno!
 
El aterrorizado rey no tenía ninguna gana de ser la oblación ritual a Kali, y daba alaridos mientras le caían encima piedras rojas y ocres. De pronto, el sacerdote vio el vendaje, levantó la mano derecha y paró en seco las celebraciones:
 
—¡Alto! —dijo—. Este hombre es indigno de la diosa: su cuerpo es imperfecto.
 
Retiró el vendaje, vio que faltaba un trozo de dedo y se apresuró a soltar al rey, para purificar, después, el altar mancillado por la insultante ofrenda.
 
Mientras se alejaba, tembloroso, el rey se acordó de las palabras de Pratapsingh y no le costó admitir la evidencia de que, en efecto, su herida había sido «para bien». ¡Le había salvado de la muerte! Se arrepintió de haber tratado mal tantas veces a su tío y consejero. Y, cuando pedía perdón en su cora¬zón, el séquito real apareció entre las chozas del poblado. Pratapsingh había hecho fuego, los cazadores le habían encontrado y el rastro dejado por los bhils al arrastrar al rey que se resistía, les había conducido fácilmente hasta allí.
 
— ¿Estás bien, señor? —preguntó Pratapsingh.
— A fe mía —le contestó el rey—, que me han juzgado digno de alimentar a la propia Kali, lo que no es poco honor.
— ¿Cuáles son tus órdenes?
— Vamos a ofrecer unas buenas vacas a estos hombres. Tienen una ceremonia entre manos y mi presencia y luego la vuestra la han perturbado. Seamos agradecidos, ya que «todo fue para bien».
 
Pratapsingh, algo sorprendido, se inclinó hacia el rey:
 
— ¿Ya no estás enfadado, señor?
— No. Tú tenías razón, este dedo cortado me ha salvado la vida. Te traté muy mal. Perdóname, amigo.
— Señor, estoy tan contento de que me despidieras... De otro modo, esos hombres nos hubieran encontrado juntos, yo no hubiera podido advertir a los cazadores y, a estas horas, estaría muerto, puesto que no tengo ninguna herida en el cuerpo. ¡Todo fue, pues, para bien, tanto para ti como para mí!