EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 18 de marzo de 2018

CAMINOS (O CUANDO SE CREE HABER COMPRENDIDO LA VOLUNTAD DE DIOS)

Como creo que ya he dicho en otro lugar de este blog, una de las cinco experiencias que más han marcado mi vida ha sido mi paso por el Seminario diocesano, el lugar donde se forman los futuros sacerdotes católicos. Mi paso por aquel lugar no sólo condicionó la manera de vivir y valorar gran cantidad de acontecimientos de mi historia, sino muchas de mis decisiones.
 
La pregunta que mejor podría definir aquellos años de seminarista fue esta: ¿cuál es el camino que he de seguir? Dicho con otras palabras más piadosas la cuestión quedaba así: ¿cuál es el sendero que Dios quiere para mí, el que El desea que yo siga? Al hilo de esta interrogante, el razonamiento siguió una línea un tanto perversa: “¿y si no ando por ese camino?, ¿dejaré de hacer entonces la voluntad de Dios?”, “si me atrevo a explorar otros caminos distintos de este, ¿iré en contra de sus deseos?”. Por desgracia, hasta no hace mucho tiempo estas preguntas no han dejado de rondarme la cabeza.
 
¡Qué bueno sería que, a la hora de responder cuestiones así, la vida te lo pusiera todo igual de fácil que a un peregrino en Pola de Siero!
 
Antes de llegar a Oviedo, viniendo desde la costa por el Camino de Santiago, pasamos por Siero. Recuerdo que lo más característico del tramo desde esta localidad hasta la capital del Principado de Asturias era la exagerada profusión de flechas amarillas que te indicaban el sendero. A nuestro paso por el albergue de Siero, el hospitalero nos avisó: “como de aquí a Oviedo os perdáis por el camino, ¡soy capaz de buscaros y correros a gorrazos hasta Santiago!”. Es cierto: creo que no exagero si digo que la densidad de flechas por metro cuadrado era de más seis. ¡Cómo para perderse!
 
Lo triste es que en esta vida no hay flechas que te indiquen con tanta facilidad la dirección correcta. Y la cosa se complica aún más cuando metes en el juego la “voluntad divina”. Durante mis años de seminarista, sólo supe entender que cumplir la voluntad de Dios consistía en responder a su llamada para hacerme sacerdote. Interpretadas las preguntas desde esa clave, la infidelidad consistiría en no cumplir dicha tarea: no consagrarme al servicio de Dios y de una comunidad eclesial.
 
Esas palabras del Evangelio que dicen: “el que pretenda salvar su vida, la perderá…” han pesado sobre mí durante mucho tiempo. Eso ha sido así porque, cada vez que las he leído, las he interpretado dentro de un determinado contexto en el que el temor a no seguir aquel camino, a desobedecer su voluntad sobre mí vida, podría suponer perderme para siempre.
 
Los años me han permitido entender que una cosa sí que es cierta: la vida no se desperdicia por dejar de cumplir una determinada “misión” o por desviar los pasos de un camino que creemos definido previamente por una voluntad superior. Se desperdicia mucha más vida intentando averiguar ese rumbo y pretendiendo no equivocarse con la elección. El que anhele seguridad y certeza en sus elecciones, seguro que perderá el tiempo.
 
 
¿Cuál es el camino a seguir? ¿Merece la pena obsesionarse con esta pregunta? Después de todo, nadie te puede indicar con absoluta certeza el camino que debes andar, ni siquiera alguien que sea capaz de oír claramente “la voz de Dios y sus designios”. Tu propio camino lo vas encontrando paso a paso. Mejor dicho: lo vas haciendo paso a paso (como una vez dijo el poeta). Al final, esto de la voluntad de Dios tiene más que ver con el ser de las cosas que con las cosas que hacer. Lo que uno “debe hacer en esta vida” tiene mucho que ver con lo que uno es. Lo primero es ser (o mejor dicho, comprender quién eres). El resto se dará por añadidura. De esta forma, el “camino” va transformándose en un “lugar natural”, ese espacio en el que te sabes lleno porque haces aquello que eres. Y aun esta imagen se me antoja limitada, ya que puede hacernos olvidar que hasta ese “espacio natural” puede verse sometido a las leyes del cambio.

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