Desde hace algunos años vengo realizando un pequeño servicio todos los domingos en las misas de una parroquia de Madrid. Dicho servicio consiste en cantar el salmo que viene entre las dos primeras lecturas.
Hace dos años me vi en la necesidad de aumentar mis conocimientos en lectura musical y busqué en mi barrio una escuela de música para hacerlo. En esta escuela me recomendaron aprender no sólo solfeo sino algún instrumento. Es evidente que, con semejante oferta, ellos ganaban más dinero, pero me tentó y me decidí a prender a tocar un instrumento que siempre me ha atraído: el piano.
Mi madre no hace otra cosa que decirme: ¡A la vejez viruelas! ¡Tú, con tus años aprendiendo piano! (por cierto, tengo 46 años, camino de los 47). Pues sí, a mis años. ¡Nunca es tarde si la dicha es buena!
Esta tarde quiero iniciar una nueva sección en este blog. En ella me gustaría compartir esta pequeña pasión por este instrumento además de mi convencimiento sobre los beneficios de la música en nuestra salud emocional y espiritual. Creo firmemente en eso de que la música amansa a las fieras, eleva los espíritus y puede convertirse en una de las mejores terapias.
Hoy comparto una de las últimas piezas que estoy aprendiendo: el preludio número 4 de Frédéric Chopin. Por supuesto, el que interpreta la pieza en este video no soy yo (¡qué más quisiera!).
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