EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 17 de enero de 2016

DE LA CREENCIA A LA EXPERIENCIA

Esta tarde quiero compartir estas líneas del psicólogo y teólogo Enrique Martínez Lozano. No es un texto apto para conciencias religiosas “tradicionales”, ya que puede ser motivo de escándalo. Para los demás, son unas palabras que pueden estimular una nueva concepción de la espiritualidad más allá de las religiones y las creencias.

 
Ahora bien, “espiritualidad” no coincide con “religión”. Las religiones son los modos concretos en los que aquélla ha ido tomando forma históricamente. Podría decirse que las religiones -las formas religiosas- son construcciones histórica y socialmente condicionadas, en las que la espiritualidad ha tomado cuerpo en un momento determinado. Pero, al tomar cuerpo, se han producido paradojas: mientras la espiritualidad remite a liberación, amplitud, gozo, profundidad, unidad..., la religión histórica ha significado, de hecho , para muchas personas, sumisión, estrechez, miedo, ritualismo, división...
 
En una imagen ya clásica, para hablar de las relaciones entre religión y espiritualidad, se usa el símil del vaso y del vino. Así como el vino puede contenerse dentro de la forma de cualquier vaso sin confundirse con él, lo mismo ocurre con las religiones: son “formas” que tratan de contener dar cauce, expresar la dimensión espiritual de la realidad, tal como la va percibiendo el ser humano a lo largo de su evolución y en sus diversos momentos socioculturales. Es comprensible, por tanto, que las diferentes religiones sean deudoras del nivel de conciencia en que se encuentran los seres humanos, así como de sus circunstancias históricas más concretas.
 
 
El peligro de la religión radica en el hecho repetido de que olvida su condición de “forma” y tiende a absolutizarse; y este hecho de considerarse como mediadora del Absoluto la lleva, con frecuencia, a erigirse a sí misma como realidad absoluta, olvidando incluso la espiritualidad.
 
De la religión, nacida hace unos cinco mil años como “forma” que contiene la espiritualidad, pueden afirmarse estas características:
 
Su base común es la centralidad que ocupan las creencias y los gestores de las mismas (la institución religiosa). Esto explica tanto su jerarquización más o menos rígida como sus vinculaciones con el poder.
 
Es precisamente aquella centralidad la que fácilmente induce a la primera trampa religiosa: confundir la creencia con la verdad. Se toma como “la verdad” lo que formula su creencia. La consecuencia es clara: la creencia es vista, como la verdad, inalterable; y quien no acepta la creencia está en el error; el pluralismo auténtico -y la tolerancia real- son imposibles. En el origen de la confusión, se encuentra una idea determinada de lo que es revelación, según la cual, la creencia habría caído literalmente del cielo. Pero todo ello, que es válido e inevitable en un estadio de conciencia mítico, no deja ver algo que, desde nuestro nivel de conciencia, es elemental: que la verdad es inapresable. Los conceptos son indicadores o “mapas”, pero nunca el “territorio”; por ello, necesariamente dividen en lugar de unir.
 
Lo cierto es que aquella trampa inconsciente encierra: un riesgo grave: la intolerancia o el fanatismo y, en cualquier caso, la imposibilidad del diálogo religioso. De hecho, todas las religiones han sido exclusivistas. Si el cristianismo llegó a proclamar que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, en el hinduismo se piensa que su dios “es el mismo que adoran los cristianos, los budistas y los musulmanes. Lo que sucede es que los creyentes de estas religiones no conocen el nombre del verdadero Dios, que es Krishna”. El judaísmo se atribuye la condición de ser el único “pueblo elegido”, mientras que el Corán afirma que el Islam es la única religión verdadera, completa, definitiva y universal, hasta el punto de que una tradición recoge esta afirmación del Profeta Mahoma: “Todo recién nacido nace musulmán por naturaleza; son sus padres los que lo convierten en judío o en cristiano”. Incluso en el mahayana se enseña que el budismo es el único camino aunque se presente de diferentes formas, porque todos los seres tienen en sí la naturaleza del Buda.
 
Por otro lado, el hecho de que sea la creencia inalterable la que ocupa el lugar central en la religión, hace que ésta se vea apresada en una paradoja de difícil solución. Nacida para dar forma a la espiritualidad -al anhelo humano de profundidad-, en la práctica, la religión recela y sospecha de la experiencia; puesto que el criterio básico es la creencia tomada en su literalidad, prefiere la formulación dogmática, con lo que, en no pocas ocasiones, es la propia creencia la que se absolutiza. La contradicción a la que se llega es reveladora: cuando no hay experiencia de Dios, la religión se pervierte; pero cuando la hay, se asusta.
 
Enrique Martínez Lozano, La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual.
Desclée de Brouwer, Bilbao 2009, pp. 134-136.
 

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