Esta tarde me apetece compartir algo para relajarse un rato. Una historieta judía cuenta lo siguiente…
Youkl Vakhlakhlakes, el nieto del célebre cantor de Khelm, ya no podía más. Decidió ir a pedir consejo a Reb Yankl Schmoune, el nuevo gran rabino de la villa.
— ¡Rebbe! —exclamó—. En este momento las cosas me van mal, ¡y cada vez me van peor! Somos pobres, tan pobres que mi pobre mujer, mis seis hijos, mis suegros y yo mismo nos vemos obligados a compartir una miserable casucha de una sola habitación. Vivimos amontonados. Con los nervios a flor de piel. Y no paramos de peleamos. Créeme, rebbe, es un infierno. ¡Preferiría morirme antes que seguir viviendo de esta manera!
Reb Yankl Schmoune consideró el problema con toda la seriedad que el caso requería.
— Hijo mío —terminó por decir al pobre Youkl—, prométeme hacer lo que te voy a decir y te juro que tu situación mejorará.
— Te lo juro, rebbe —exclamó el pobre Youkl—. Haré lo que sea. ¡Dime qué tengo que hacer!
— Oye —preguntó el rebbe—, ¿tienes animales?
— Una vaca, un macho cabrío y unas gallinas.
— Muy bien, excelente. Regresa a tu casa inmediatamente y mete todos los animales en la casa. En adelante vivirán con vosotros.
El pobre Youkl, desesperado, sorprendido por el consejo del rebbe, no pudo dejar de obedecer. Ya en la casa tomó la vaca, el macho cabrío y las gallinas. Inútil decir que su presencia no hizo más que empeorar la cosa por mil.
Al día siguiente Youkl volvió a ver al rebbe.
— Rebbe, rebbe —exclamó—. Tú has hecho que se agravara nuestra desgracia. Hice lo que me dijiste, llevé los animales a casa. ¿Con qué resultado? ¡Las cosas han empeorado! Mi vida es un auténtico infierno. Mi casa es un establo. ¡Socórreme, rebbe, por favor!
— Hijo mío —le dijo el rabino calmosamente—, regresa a tu casa y saca las gallinas de ella. Dios te ayudará.
El pobre Youkl regresó a su casa y sacó las gallinas.
Pero al día siguiente volvió a la casa del rabino.
— Rebbe, rebbe, ayúdame, sálvame. Saqué las gallinas pero la cabra lo rompe todo. Nos apesta con su olor. Mi vida es un infierno por su culpa.
— Regresa a tu casa —dijo el rebbe con calma—, y saca la cabra. ¡Sobre todo que no entre ya más! Y seguro que Dios vendrá en tu ayuda.
Youkl volvió a la casa y echó la cabra.
Pero al día siguiente regresó de nuevo a casa de su rebbe, lamentándose a gritos:
— Rebbe, rebbe, ¡qué desgracia la nuestra! Finalmente me he visto libre de la cabra, pero ¡ y la vaca! La vaca ha convertido mi casa en un establo. ¡Boñigas por todas partes! ¿Cómo va a poder vivir decentemente un ser humano junto a un animal? Por favor, rebbe, ¡tienes que hacer algo por nosotros!
— Tienes razón, hijo mío, tienes toda la razón —contestó el rebbe—. Vuelve a tu casa y saca inmediatamente la vaca. ¡Que se vaya al diablo!
Youkl corrió veloz a su casa y sacó de ella la vaca. A la mañana siguiente estaba de nuevo en casa del rabino.
— Rebbe, rebbe —exclamó gozoso—. ¡Que bueno el consejo que me diste! Mi vida finalmente es tranquila, muy tranquila. Ahora que han salido todos los animales, la casa resulta apacible, amplia, limpia. ¡Huele tan bien! Da gusto, de veras.
Fuente: Ben Zimet, Cuentos del pueblo judío.
Ed. Sígueme, Salamanca, 2002, p. 211
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