Un hereje está huyendo de la enardecida multitud que lo quiere lapidar.
En su alocada carrera no es consciente del precipicio que tiene enfrente y cae en él. Por suerte, consigue agarrarse a un arbusto que hay justo en el borde del abismo. Y así, queda suspendido sobre el vacío, colgado de la frágil rama.
Al mirar hacia abajo ve dos enormes tigres, que saltando y babeando, esperan impacientes que caiga para comérselo.
Luego mira hacia arriba y descubre que dos ratas están royendo el tallo del cual permanece colgado, y un poco más lejos distingue a la furiosa multitud, que viene corriendo hacia él para ajusticiarlo.
Entonces se da cuenta de que a su derecha hay una mata de fresas cargada de frutos. Extiende un brazo, toma dos fresas, se las lleva a la boca y saboreándolas con gran placer; exclama extasiado:
— ¡Deliciosas!
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