En el Camino de la Costa, entre Laredo y Santander, hay un pequeño pueblo llamado Güemes. Allí tuve la oportunidad de conocer al párroco de aquel lugar, Ernesto Bustio, un personaje conocido por muchos de los peregrinos que alguna vez han hecho aquella ruta. El padre Ernesto (o Ernesto, como él solía presentarse) dirige, junto con un nutrido grupo de voluntarios, el albergue de peregrinos: la “Cabaña del abuelo Peuto”. Todas las tardes Ernesto tenía la costumbre de reunir a los peregrinos en la biblioteca del albergue para explicarles la historia de Brezo, la ONG para el desarrollo de la que terminó surgiendo (sin pretenderlo) este increíble lugar de acogida de caminantes.
En su charla, Ernesto nos decía una frase: «El Camino es un lugar de encuentro con uno mismo (con sus límites y sus posibilidades), de encuentro con los demás (los otros peregrinos o las gentes del lugar), de encuentro con el medio ambiente, con la naturaleza y, para los creyentes, un lugar de encuentro con Dios». Después de escucharlas, estas palabras no dejaron de dar vueltas en mi cabeza los siguientes días de camino.
Una semana más tarde, conocí en uno de los albergues a una pareja de peregrinos con muchos más “Caminos” y kilómetros en sus piernas que yo. Hablábamos de ésta experiencia que estábamos haciendo y, con la ingenuidad del principiante, yo me puse a pontificar utilizando las palabras de “San Ernesto”. La respuesta que me dio uno de aquellos peregrinos me dejó “planchado”: «El camino es algo muy personal y aquí cada cual tiene sus propias motivaciones cuando lo hace. Luego, cuando cada uno regrese a su casa, podrá hacer todas las intelectualizaciones que quiera sobre su experiencia».
Durante mi experiencia como peregrino del Camino de Santiago pude cruzarme con gentes de todos los colores, olores y sabores. Conocí a quienes parecían creer que el Camino era alguien a quién se tiene que vencer, un reto que superar en un plazo de tiempo concreto; también conocí peregrinos más tranquilos, sin prisas ni metas prefijadas, con la simple intención de disfrutar del camino andado. Algunos iban más rápido, y otros más lento. Unos buscaban afrontar un desafío deportivo; otros hacer un reportaje fotográfico; otros hacer turismo; otros disfrutar de la arquitectura, de la naturaleza o del paisaje; otros encontrarse con las gentes del Camino. Había quien buscaba ligar con las peregrinas, pero también quien deseaba tener una honda experiencia espiritual o de encuentro consigo mismo. Unos elegían el camino oficial, mientras que otros preferían andar por rutas alternativas. Y también los había que, de todo lo dicho, buscaban un poco de cada.
Pasados los años, no puedo restarle un gramo de verdad a las palabras de Ernesto Bustio. No me cabe la menor duda que el Camino es lugar de encuentro con uno mismo, con los demás, con el entorno y, para aquellos que lo buscan, con Dios. Sin embargo, cada uno camina como quiere y por donde ha decidido. Sólo toca respetar las opciones de cada cual, aunque muchas veces se caiga en la tentación de dar lecciones de cómo andar un Camino “más auténtico”, como si tu forma de hacerlo fuera la correcta. Al final, lo único seguro que puedes afirmar es que tú no caminarías de la forma que otros lo hacen, y que tú has decidido hacer tu Camino a tu modo.
Dicho esto, voy a “intelectualizar” un suceso de aquella experiencia.
CONTINUARÁ…
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