EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 17 de febrero de 2019

MORADA

Estas últimas semanas he hablado mucho de meditación, de conocimiento personal o de conocimiento de los propios procesos mentales. Alguna de mis viejas amistades me podría reprochar que todo eso no tiene mucho que ver con la religiosidad o incluso con la espiritualidad en la que he crecido y vivido. Puede que tengan razón en eso de que no tiene nada que ver con una religiosidad concreta. Sin embargo, estoy convencido (cada vez más) de que el cultivo de una espiritualidad con pretensiones de seriedad debe comenzar por el humilde cimiento de lo que ya somos: con una comprensión profunda de nosotros mismos.
 
Esta tarde, dirigido a todas aquellas viejas amistades, quisiera traer aquí un texto de Santa Teresa de Ávila (doctora de la Iglesia y maestra de oración), perteneciente a las Moradas del Castillo Interior, concretamente del segundo capítulo de las Primeras Moradas. En él, Teresa se dirige a sus monjas para hablarles del alma, que compara con un castillo de múltiples habitaciones. En la más profunda de dichas estancias habita Dios y es en ese lugar donde el encuentro más directo con él se puede dar. Por todas las estancias del alma se puede andar más o menos tiempo, pero es en la primera de dichas estancias en la que más tiempo se debe estar. Así lo cuenta la santa:
 
 
“Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada (en hilera, en fila), sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito (el palmito es una planta cuyas hojas recuerdan a la palma, que se cultiva en especial en Andalucía y Valencia, y cuya médula e hijuelos son comestibles), que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, enrededor de esta pieza están muchas, y encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza (…), y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio conocimiento!”
 
 
Esta primera estancia es la del propio conocimiento y la humildad. Si hablamos de “humildad”, debemos considerar su raíz latina: la palabra humus, “tierra”. De este modo, la humildad de la que habla la santa abulense tiene más que ver con la consideración de nuestro propio barro que con la sumisión o la minusvaloración. Este autoconocimiento (usando un lenguaje más moderno) nunca se debería dejar, según santa Teresa, por muy “elevados” que estemos en esto de la oración. “Este es el camino –concluirá la santa-, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?”.
 
Aunque la persona que ora busque el diálogo con Dios, el conocimiento de sí mismo no debe abandonarse. Sin embargo, para no caer en una especie de autocontemplación narcisista, o en un “ombliguismo”, la santa pone a Dios como primera y última referencia para reconocer lo que somos.
 
De esta consideración se derivarían dos beneficios. El primero: reconocernos finitos frente a lo infinito, colocándonos en el lugar que nos corresponde, sin endiosarnos. Esa finitud es conocida por Aquel que la ha creado y, aun así, ese Aquel quiere encontrarse con su criatura en lo más íntimo de ella. De esto se deriva el segundo beneficio: sacarnos de una dinámica negativista en la que podemos dejarnos caer una dinámica a la que nos puede arrastrar una baja autoestima o una concepción errónea de la humildad (extremo, por cierto, este último que la misma tradición cristiana ha fomentado en no pocas ocasiones).
 
Pero lo mejor es que deje que Teresa de Jesús termine de explicarlo con sus propias palabras:
 
 
“… no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás por encumbrada que esté le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido.
 
Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos suelen decir. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra.
 
No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes.
 
Hay dos ganancias de esto: la primera, está claro que parece una cosa blanca muy más blanca cabe la negra, y al contrario la negra cabe la blanca; la segunda es, porque nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vueltas de sí con Dios; y si nunca salimos de nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente. Así (…), metidos siempre en la miseria de nuestra tierra, nunca la corriente saldrá del cieno de temores, de pusilanimidad y cobardía: de mirar si me miran, no me miran; si, yendo por este camino, me sucederá mal; si osaré comenzar aquella obra, si será soberbia; si es bien que una persona tan miserable trate de cosa tan alta como la oración; si me tendrán por mejor si no voy por el camino de todos; que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud; que, como soy tan pecadora, será caer de más alto; quizá no iré adelante y haré daño a los buenos; que una como yo no ha menester particularidades.
 
¡Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el demonio de haber hecho perder mucho por aquí! Que todo esto les parece humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no acabar de entendernos; tuerce el propio conocimiento y, si nunca salimos de nosotros mismos, no me espanto, que esto y más se puede temer. Por eso digo, hijas, que pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera humildad, y en sus santos, y ennoblecerse ha el entendimiento como he dicho y no hará el propio conocimiento ratero y cobarde (“ratero” haría referencia la incapacidad de poner los ojos en algo más elevado); que, aunque ésta es la primera morada, es muy rica y de tan gran precio, que si se descabulle de las sabandijas de ella, no se quedará sin pasar adelante".
 
Moradas del Castillo Interior, Primeras moradas, capítulo 2, parágrafos 8 a 11 (enlace: https://mercaba.org/FICHAS/Santos/TdeJesus/moradas_02.htm#CAPÍTULO 2).
 
 
 

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